EL pasado mes de octubre se celebró la llamada Jornada Mundial por el Trabajo Decente. El mensaje que el Papa Francisco nos envió al respecto era muy oportuno y sigue siendo muy adecuado de cara a profundizar en nuestro futuro más inmediato y, sobre todo, en lo que se refiere a los jóvenes y las mujeres y los problemas laborales. Decía así el Papa: “El trabajo decente es esencial para un nuevo pacto social, sin el cual todo proyecto de paz es insustancial”. Hablaba pues de un “nuevo pacto social”.

Fue el año 2015 cuando el entonces prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos del Vaticano, monseñor Ángelo Amato, que presidió en la catedral de San Sebastián la declaración de “venerable” de don José María Arizmendiarrieta, que decía: “Arizmendiarrieta soñaba con un ambicioso proyecto de reconciliación social cuyo fin era cerrar las heridas. Allí se hablaba de “soñar con una nueva cultura obrera y fomentar la formación de los trabajadores”. Dicho de otra manera, un nuevo pacto social. La coincidencia es interesante.

Ahora nos toca a nosotros. Hay que reaccionar. Mucha gente está desbordada. Sea por la pandemia, sea la guerra de Ucrania o por tantas situaciones de grave conflicto social que padecemos por el mundo, hay que abordar cuestiones claves como la del trabajo, los salarios y las nuevas tecnologías, la demografía, etc.

Raúl Flores, secretario técnico de la Fundación Foessa de Caritas, en una sesión de estudio del pasado 26 de mayo en el Seminario titulado “El trabajo se transforma” nos decía: “Vivimos una crisis de empleo, con una parcialidad indeseada, con demasiada temporalidad y una injustísima economía sumergida”. Continúa: “La crisis ha tenido un gran impacto en los empleos informales y en la actividad económica de los sectores más vulnerables, la sobrecualificación dificulta, aún más, el acceso al trabajo de personas con menor cualificación. La robotización es una amenaza creciente para estos colectivos escasamente formados”. Es un hecho que el problema afecta especialmente, a mujeres, a los jóvenes y a los empleos de baja cualificación, lo que hace derivar un modo de vida con ingresos insuficientes, que impiden salir de la pobreza y generan una inestabilidad social grave que dificulta el desarrollo de los proyectos vitales de demasiadas personas.

Todos observamos que durante lo más duro de la pandemia hubo un reconocimiento de profesiones esenciales olvidadas: cajeras, personal de la limpieza, transportistas, personal de la hostelería, de la agricultura. Son profesiones con empleos muchas veces mal remunerados, con malas condiciones y poca valoración social. Es hora de reconocer la utilidad social del empleo de las personas más excluidas. Son profesiones esenciales y son sectores de empleo, muchas veces, sobreexplotados económicamente. En este contexto, mucha gente, especialmente mujeres, trabajan cuidando a nuestros mayores (limpiando, cocinando, paseando). Son trabajos con falta de reconocimiento y renuncia a su desarrollo profesional.

Como dice el Papa Francisco, no podemos olvidar que el trabajo es la base sobre la cual se construyen en toda comunidad la justicia y la solidaridad: “Es más urgente que nunca que se promuevan en todo el mundo condiciones laborales decentes y dignas, orientadas al bien común y al cuidado de la creación. Es necesario asegurar y sostener la libertad de las iniciativas empresariales y, al mismo tiempo, impulsar una responsabilidad social renovada para que el beneficio no sea el único principio rector”.

Afirma que “hay que estimular, acoger y sostener las iniciativas que instan a las empresas al respeto de los derechos humanos fundamentales de las trabajadoras y los trabajadores”. El Papa se pronuncia por sensibilizar en ese sentido, no solo a las instituciones, sino también a los consumidores, a la sociedad civil y a las realidades empresariales. “Estas últimas, cuanto más conscientes son de su función social, más se convierten en lugares en los que se ejercita la dignidad humana, participando así a su vez en la construcción de la paz. En este aspecto la política está llamada a desempeñar un rol activo, promoviendo un justo equilibrio entre la libertad económica y la justicia social”.

En este sentido, Iglesia por el Trabajo Decente (ITD), en su manifiesto para este 7 de octubre pasado, reivindicaba el trabajo como derecho y actividad para el cuidado de las personas, del bien común y del planeta. Pide, “articular redes de solidaridad más ágiles y accesibles que permitan asegurar, frente al descarte y la exclusión, un mínimo imprescindible para la vida digna”. “Es un escándalo que dos personas trabajadoras mueran todos los días en nuestro país, como resultado de no garantizar la seguridad y salud en el trabajo. El trabajo no es para la muerte, sino para la vida y, por tanto, nos resulta inaplazable que este tema se incorpore a la agenda política, se atiendan las causas que provocan esta “tragedia tan extendida”, en palabras del Papa Francisco, y se busquen soluciones a este drama de tantas familias trabajadoras, que se puede evitar”.

* Responsable de la Pastoral Social de la Diócesis de San Sebastián y miembro de la Fundación Arizmendiarrieta