L triunfo de Ucrania en Eurovisión ha sido todo menos una sorpresa. Parecía cantado que, sin gran necesidad de manos negras, el voto popular del espectador del evento iba a apoyar al país europeo invadido por Putin. Seguro que muchos televidentes consideraban que al optar por la canción de Kalush Orchestra estaban poniendo su granito de arena en favor de la parte agredida en el conflicto. Además, ¿qué tiene que ver Eurovisión con la calidad?

Lo que no pudo el personal eurovisivo fue valorar la canción rusa. Su país había sido expulsado del certamen dentro del paquete de sanciones que las distintas instancias europeas han ido aprobando desde que empezó la guerra. No creo que la decisión de ser excluidos de Eurovisión haya perjudicado mucho los planes de Putin, aunque tal vez ha hecho algo de mella en la opinión pública del estado exsoviético.

Que una medida limite su alcance a lo simbólico no significa que carezca de relevancia. Precisamente por eso, este 2022 era también la ocasión para preguntarse qué pinta Israel en Eurovisión. Primero, por algo obvio: el estado judío no está en Europa sino en Asia. Segundo, porque lo justo, lo objetivo y lo decente debería ser aplicarle el mismo rasero que se le ha aplicado a Rusia. La muerte de la periodista palestina Shireen Abu Akleh, abatida a sangre fría por soldados israelíes mientras cubría una noticia y la violencia a la que sometieron a los asistentes a su funeral nos ha vuelto a recordar esta última semana una situación absolutamente hiriente, protagonizada por un país criminal al que, al contrario que a Rusia, nuestras instituciones y autoridades abren todas las puertas y admiten en todos sus foros. Las ruinas y los muertos de Gaza no son distintas de las de Mariúpol. Lo que ocurre en Palestina es una vergüenza que nos sigue salpicando. l