OY fan de la cercanía, de las personas próximas, del mundo más de aquí. No quiero decir que no me guste lo lejano, pero lo próximo me seduce, soy más de kilómetro 0. Tan soy así que tengo una buena bici de carretera que la uso en casa como estática con rodillo y viajo cada año más de 2.000 kilómetros en bicicleta km 0. Aún así, el pasado sábado me caí de esa bici quieta y me hice un corte en la cabeza. Me di cuenta de que, aparte de mi tontuna y torpeza, el km 0 no está exento de riesgos.

Tras el estúpido golpe, pensé que hoy es moda la sostenibilidad de comprar alubias, ajos o tocino de proximidad y la soberanía energética limpia, moda que empieza a preocuparme por estar plena de postureo y contradicciones. Detecto que la novedad de ser soberano km 0 parece incorporar, siempre con ropa deportiva cara de proximidad, un gran deseo de viajar lejos, en furgonetas grandes de consumo excesivo o en avión. Estos viajeros no caen en la cuenta de que la mejora por comprar garbanzos en el pueblo de al lado queda arrasada medioambientalmente con un viaje en furgona por Europa o en avión a Indonesia. Si es por lo de que viajar amplía la mente, lo podrían hacer en documentales de tele de proximidad.

Esos mismos kilómetroceristas posturean sobre energías limpias de cercanía producidas por y para nosotros sin gastos contaminantes de transporte y, al tiempo, niegan una y otra vez la instalación de cada molino de viento o placa solar. Lo mismo que piensan que viajar lejos a conocer gentes lejanas no contamina, aseguran que la energía debe generarse sin hacer ningún daño al medio. O se engañan o nos mienten, porque lo mismo que cultivar y comercializar puerros km 0 pensando en no generar ningún impacto en el medio es un error comprobable, toda actividad, por benefactora medioambiental que sea, deja alguna huella en el medio; y, si es en bicicleta estática, en la cabeza.