N Francia lo llevan haciendo así toda la vida y sin embargo, mucha gente aquí se siguen sorprendiendo de su sistema electoral. Entre políticos y politólogos locales no es difícil encontrar fervientes partidarios del sistema anglosajón, mayoritario a una sola vuelta. Por el contrario, apenas encuentras a nadie dispuesto a copiar el procedimiento que rige al otro lado de la muga.

Qué miedo da una segunda vuelta. En la primera lo suyo es votar al candidato o candidata que más aprecias; en la segunda muchas veces se acaba optando por el o la que menos odias. Marine Le Pen, que es facha pero no tonta, pidió ayer, nada más conocerse los resultados, el voto de todas las personas hartas de Macron, tanto de derechas como de izquierdas. Macron hizo lo propio con aquellos y aquellas a las que la idea de ver a una ultra presidiendo la República les produce directamente arcadas. Todos los candidatos ya descartados se han dirigido a sus votantes para orientarles el voto en la segunda vuelta. Sólo el otro de extrema derecha lo ha hecho por Le Pen. La izquierda alternativa, ecologistas, comunistas, socialistas, centristas y gaullistas prefieren a Macron.

A primera vista, la simple suma de esos votos a los obtenidos de forma directa en la primera vuelta tendría que bastar para que en la segunda repitiese el actual inquilino del palacio del Eliseo.

Esta vez no está tan claro, sin embargo, que toda esa variapinta constelación ideológica les vaya a hacer caso, o en qué medida. Unos preferirán lo malo a lo peor. Otros pasarán de lo malo y se quedarán en casa, porque, al fin y al cabo, "tampoco hay tanta diferencia".

En nuestro Estado se debería hacer la prueba y, un año, hacer todas las elecciones -generales, autonómicas y municipales- a la francesa. Qué vértigo el de electores y candidatos en el momento del ballottage.