ODOS sabemos que los altercados que han venido sucediéndose las últimas semanas en Euskadi son pellizcos de monja en comparación con la situación que se vivía hace años en esas mismas calles, en esos mismos pueblos. Claro que, entonces, esas calles eran consideradas poco menos que zonas liberadas donde los protagonistas no entendían que las borracheras de alcohol, los cuelgues de sustancias varias y las broncas tabernarias al ritmo y volumen del rock radikal respondieran al modelo de ocio neoliberal. No, entonces era una juventud alegre y combativa, concienciada, consecuente y comprometida la que se juntaba, bebía, lanzaba unas consignas de todo a cien -en eso no ha cambiado, salvo la nueva moneda- y levantaba e incendiaba barricadas tras tirar de todo a la Ertzaintza, incluso cócteles molotov. No, entonces era conciencia revolucionaria y "violencia de respuesta" contra la "zipaiada" enemiga del pueblo. Era "la lucha". Ahora, en este tiempo posETA, sin embargo, estos otros mindundis que se dejan abducir y alienar por el capital practican una violencia poligonera, desnuda de ideología e ideales. Nada de subversiva. Una vergüenza. No es "violencia política", que aquella sí que tenía sustancia intelectual. Por eso quienes practicaban o justificaban aquella kale borroka se ven obligados a rechazar hoy estas algaradas no organizadas, controladas ni toleradas por la vanguardia del pueblo trabajador vasco. Eso sí, dentro de un orden. No vayan a "condenarlas" junto al resto de representantes de la sociedad y menos aún dar apoyo a las Policías que reciben los botellazos, pedradas e insultos. Cuatro décadas legitimando ciertas violencias, deslegitimando a los "zipaios" y banalizando las agresiones justificándolas en los objetivos políticos dan como resultado estos lodos propios de la sociedad líquida. Falla el modelo, sí: el modelo de gafas distorsionadoras de la realidad.