L arte desde finales del siglo XIX hasta hoy en día ha tenido una evolución impresionante, ha pasado por todas las fases, estilos, movimientos, corrientes de pensamiento, que han hecho del arte una referencia donde mirarse. De hecho, la propia sociedad, en el periodo comprendido de finales del siglo XIX hasta hoy en día, ha sufrido igualmente una continua evolución convulsa. Si nada tiene que ver el paisaje impresionista de finales del siglo XIX a lo que se está haciendo ahora en cualquier facultad de Bellas Artes, así mismo, tampoco tiene nada que ver el ciudadano manufacturero de una ciudad industrial de finales de siglo XIX al ciudadano tecnificado que habita nuestra ciudad contemporánea. El arte adelanta, abre caminos, propone nuevas ideas, nuevas formas de ver y entender. El artista escenifica nuevos comportamientos, nuevos pensamientos, que hacen de avanzadilla de lo que luego la sociedad es, en lo que la sociedad se convertirá.

Resumiendo mucho, la evolución del arte ha pasado por una descomposición de la forma a través del color (impresionismo, fauvismo), por una desfiguración (cubismo, surrealismo), por una simplificación (abstracción, minimalismo), por un abandono del objeto (conceptualismo), por un desterramiento del soporte tradicional (instalación), por una virtualidad de la representación (videoarte, arte virtual), por un exilio de las salas de exposición (arte urbano, grafitis, landart), por una pérdida del valor de la obra (arte efímero, body art), por una exhibición del artista como obra a observar (perfomance), por evitar el objeto terminado y mostrar solo el proceso dotándolo de una compleja verborrea (work in proces, pura retórica) y, finalmente, por poner en valor exclusivamente la venta del currículum del propio artista (marketing).

El arte contemporáneo al principio se organizó en movimientos artísticos muy ideologizados con manifiesto propio (por ejemplo, el manifiesto futurista o el manifiesto surrealista), donde la expresión artística estaba supeditada al grupo, al ideario. No importaba tanto que entre los miembros del grupo se pareciesen, sino que todos ellos fueran leales al movimiento creado; un movimiento que estaba llamado a cambiar el mundo, a transformarlo. Ha pasado poco a poco a poner en valor la individualidad, el distinguirse del grupo para ser único y tener así mayor valor económico. El artista solitario que hace su carrera artística él/ella sola, evitando las imitaciones, de hecho cualquier parecido tiene el riesgo de ser tildado de plagio. Un artista solo no crea movimiento ni cambio, tan solo aporta un destello, un giro, una nueva versión, un nombre más para la historia del arte. El final, cuando ya se da la saturación de obras, cuando la crisis económica elimina las compras y la supervivencia a través de la creación propia se vuelve asfixiante, a la supuesta vanguardia tan solo les queda venderse a sí mismos/as y a base de engordar el currículum para que vuelvan a ser los elegidos de un sistema de centros de Arte que hacen aguas por todos los lados...

En este apasionante recorrido artístico que hemos tenido en los últimos 150 años se ha llegado a día de hoy aceptando el todo vale, y ya se admite la diversidad de planteamientos, que cada cual haga lo que le apetezca libremente. Se muestra una riqueza de lenguajes que llegan a pequeños públicos, cada expresión artística tiene sus admiradores, ya no hay un único lenguaje ni una única vanguardia, todas son válidas. No hace mucho, solo la tendencia que imperaba en los centros de Arte estaba bien vista, el resto estaba considerado como arte muerto, arte caduco. Sin embargo, hoy en día todo está vivo, todo tiene su hueco sin mayores pretensiones que la de expresarse a su modo (Babelia, el presente confuso).

A su vez, el hecho de que todo valga, una propuesta y la contraria, de que toda opción se considere actual, con la sensación de que la innovación ya no aporta nada nuevo, porque todo está dicho, hace que se vuelva con naturalidad a un revival, es decir, a revalorizar estilos del pasado reciente y lejano. No un estilo concreto como pudo ser en su día el neoclasicismo, sino que todos los estilos, formas, modos y gustos de épocas pasadas se recuperan, se reinterpretan y se actualizan.

Al carecer de líneas a seguir, de normas o reglas en las que basarse, de asideros en los que apoyarse para estar en vanguardia, al público en general se le crea una confusión máxima. Esa confusión, ese no saber discernir entre lo bueno y lo malo, entre lo actual y lo caduco, entre la innovación y la copia, convierte a la duda, no en un instrumento de reflexión, sino en un arma de destrucción, en un abandono, en un descreimiento total. Ya no te fías de lo que te proponen, ya no sabes si lo que ves, aparte de gustarte o no, tiene la calidad y la originalidad que buscas, si es rancio o es lo último, y así están las salas de exposiciones, vacías de público.

¿No les parece que esto que está pasando en el arte está sucediendo también en la sociedad, en la política, en las relaciones? Nos encontramos ante una sociedad que por un lado pone en valor la diversidad cultural y la plurinacionalidad en un mundo hiperconectado que exige de una coordinación y apoyos mutuos. Por el contrario, se está imponiendo la desaparición de las ideologías, el pluripartidismo, la desmovilización masiva, la política invadida por la pura retórica del marketing (es la venta del político sin programa), la disgregación en pequeños públicos. Además, como aquellos/as artistas que se han vuelto individualistas, egocéntricos y narcisistas exponiéndose ellos/as como objeto de mercadeo, están los que en su huida hacia adelante no piensan más que en ellos, un egoísmo idólatra enfermizo basado en un consumismo compulsivo, que con su actitud nos encauzan a la destrucción por agotamiento de los recursos.

Estamos viviendo un tiempo apasionante de confusión, de dudas, y sobre todo de libertad creativa, libertad de ser en la diversidad, una libertad que como no la defendamos se pierde en la dejadez, en el desinterés y en la manipulación.