STOY pelín mosqueado y salgo al balcón a fumar y buscar a ama, allí estaba, mirándome. Me dice que sabe que le busco, pero no para qué. Le explico que no quiero enfadarme con ella, pero que, tras hablar con lectores de esta columna, que tampoco son tantos -que me lean más de tres me parece un milagro-, he descubierto que lo que más les gusta es ella y sus reflexiones.

Se ríe, se burla y me señala como un niño celoso, además de explicarme, para meterme la pelota, que en última instancia, sea lo que sea lo que dice y piensa, gana con mi estilo de transcribir sus reflexiones y que eso será lo que realmente guste. No termina de convencerme.

Incómoda por mi impertinencia, intenta dejar el tema y me pregunta por la situación política en Euskadi, que sabe que el tema me gusta. Le explico que, aunque últimamente parece más tranquila, persiste un mar de fondo de lo que ha sido una continua tensión hasta junio, cuando especialmente Bildu y PP se han dedicado a intentar petardear al Gobierno, lo mismo pidiendo que cerrara cuando abría, que abriendo cuando cerraba. La cuestión era gritar que había que hacer lo contrario de lo que se hacía.

Ama me intenta explicar que los partidos sin proyectos para construir País y sociedad buscan estar presentes dedicándose a intentar desmoronar el proyecto que los demás tienen y pretenden levantar con mayor o peor fortuna. Es tensionar hiperventilando como método para salir en los medios y que la gente piense que siguen estando.

Le cuento que, tras un año difícil de pandemia y de una oposición sacudiendo sin piedad, la última encuesta dice que las cosas siguen parecidas. Ella sonríe y comenta que a la oposición le pasa lo mismo que a mí, que por mucho que me mosquee con ella por su protagonismo, no conseguiré que la gente deje de apreciarla. Añade que si la oposición y yo queremos que nos valoren, que pensemos mejor.