No son solo los del botellón

Los seis minutos y medio de Carles Francino en su regreso a la SER después de pasar el coronavirus han volado por Twitter. Si falta alguien por ver su intervención que la busque en Google porque merece el tiempo que hay que dedicarle. Y no pocos de quienes ya la han escuchado tendrían que volver a hacerlo porque estoy seguro de que el periodista no se dirigía solo a los protagonistas de quedadas multitudinarias, rociadas de alcohol y sin mascarillas: el coronavirus también se propaga en esas quedadas de tamaño mediano entre amigos y familiares de todas las edades. La cepa más virulenta es la relajación ante el virus.

El futuro

Reino Unido va unos meses por delante en la vacunación y sus consecuencias: hace solo unas jornadas, Inglaterra, Escocia e Irlanda del Norte no contabilizaron muertes por coronavirus en 24 horas: los 4 decesos de Gales fueron todos los del estado. Con esos datos, Johnson relajará las restricciones notoriamente en poco más de un mes, pero, de momento, su desescalada es mucho más sensata que la que firman gobierno y justicia españoles: a partir del 17 de mayo solo podrán juntarse seis personas y dos unidades convivenciales, y los pubs abrirán sus interiores pero con muchas restricciones en un país casi sin muertos.

Las vacunas, única opción

La vacunación no se ha convertido en la principal herramienta del gobierno español para contener los contagios, sino en la única: el lío normativo y judicial al que invita a las comunidades autónomas y la justicia no ayuda en nada a que estemos cada vez mejor sanitaria, social y mentalmente. Más bien, al contrario. Así que más vale que todo siga yendo como, de momento, va: récord tras récord y con todas las comunidades en muy altos porcentajes de dosis administradas. La CAV, por cierto, está entre las primeras, para desgracia de los “siempremalistas”, como los llamaba Javier Vizcaíno.

¿Por qué?

¿Por qué las comunidades autónomas rehúsan a recurrir al Supremo o solicitar estados de alarma particulares? Básicamente porque supone entrar en el terreno de la incertidumbre, que es justo lo que menos necesitamos en plena pandemia y al inicio de una recuperación económica. Sánchez ha decidido que él ni prohíbe ni se desgasta, y que se apañen otros con sus medidas y las consecuencias. Básicamente, después de los vaivenes, el presidente español ha hecho dejación de responsabilidades porque le toca asumir un estado de alarma seguro y homogéneo, en vez de abrir los que pueden tumbar las instancias judiciales.

“Ayuso, ven a Catalunya”

Si Pedro Sánchez y su equipo de asesores del PSOE se vieron con tanta fuerza como para promover mociones de censura junto a Ciudadanos en varias autonomías y en plena pandemia para desgastar a la vez a Podemos y PP, tendrían que haberla tenido también para aguantar el tirón de su rotundo fracaso, culminado en el golpe sobre la mesa de Díaz Ayuso. Pero Sánchez ha acabado más tocado de lo que debería y la de Madrid se ha convertido, gracias al PSOE, en la Juana de Arco de una libertad mal entendida que ahora todos quieren para sí: “El ocio nocturno estalla contra el Govern: ‘¡Ayuso, ven a Cataluña!’”, publican en El Imparcial.