ES el título de una canción popularizada en las excursiones infantiles con más de medio siglo de historia. De ser alegre y divertida en su tiempo y espacio, en la actualidad, y con el abuso de anglicismos, se convierte en las fake news presentes en todos los medios, conversaciones y discusiones, algunas sesudas y otras no tanto.

No son ninguna novedad, han existido desde el inicio de los tiempos, aunque la palabra a utilizar haya sido bulo, mentira, habladurías, rumores, propaganda, etcétera; y siempre buscando el beneficio personal o tribal.

Más que una palabra es un concepto, casi un medio de vida, sencillo de entender, fácil de explicar pero mas complejo de demostrar.

Hay una serie de hechos que lo caracterizan: la ingenuidad del destinatario, la sencillez, claridad y brevedad del mensaje, un estado de opinión pública adaptable al mensaje y transmitido con frecuencia por el nirvana de las redes sociales; la valía del transmisor no es importante, ni nos interesa.

Cuando alguna noticia nos rompe los esquemas mentales, está en contra de nuestras creencias, nos parece inverosímil por su rareza y se desarrolla en un ambiente ecológico adecuado, lo calificamos como “fake news”. No importa si es cierta o no la información, pero algo, nuestra intuición, nos dice que nos han engañado o que intentan engañarnos.

En determinadas situaciones, los ejemplos son muy claros, no hay disparidad de criterio, sino uniformidad en la conclusión. Así, a Pinocho Donald le han contabilizado 22 mentiras por día; incluso si un día dice algo que se acerca a la verdad o demuestra cierta racionalidad, lo calificaremos de Pinocho. Pero no cabe calificar de fake news lo grosero y burdo, el trazo grueso; si acaso son mentiras homologadas, puro aburrimiento escandinavo.

Si la gente no se ha vuelto idiota, hay que estar muy cerca de ello para creer patrañas trumperias como el muro en México o la compra de Groenlandia. No lo calificamos de enfermo mental, aunque la mitad de los presidentes de Estados Unidos presentaron rasgos y el actual no es excepción. Y no es ninguna leyenda negra.

Otras situaciones complejizan el diagnóstico y más cuando el susodicho está pluriempleado como en el caso del máximo representante del Estado en Catalunya y, a la vez, representante del Ku Kux Klan en Catalunya. Si leemos que el ínclito fray Beatífico habla de problemas sociales mundanos como la sanidad, vivienda, trabajo, etcétera, ese día podemos hablar de noticias falsas o hechos no ocurridos. Lo que para unos es bocadillo de jamón, para otros como SOS Racisme Catalunya las afirmaciones del preclaro presidente son peligrosas e irresponsables, calificándolo de racista y xenófobo.

La espiritualidad del proceso conlleva el efectismo emocional del erizo, de la verdad absoluta y teológica, de la victimización, de la superstición medieval. Pero ello no lo inhabilita como noticia verdadera.

El ambiente social es un factor determinante para calificar la noticia como fake news. Así, el homenaje que en algunas localidades, con la mística del aurresku, se da a acusados y condenados por actos terroristas es calificado en determinados ambientes como fake news mientras en otros es calificado como reforzamiento de la dignidad con cultivo narcisista de la imagen, basado en creencias clánicas y tribales; el esperpento no se asimila a la falsedad del hecho.

Pero a las fake news les ocurre como a las meigas, que existir existen, aunque no se les vea, al menos no siempre. Así, otras noticias claramente tergiversadas con fines malsanos y perversos de empobrecimiento ideológico previo al enriquecimiento tribal son consideradas socialmente como verdades. Sirva de ejemplo cuando vemos, oímos y olemos las afirmaciones “todos son iguales, que voten ellos, no con mi voto, vergüenza les debía dar” referidos a políticos muy distantes en actitudes entre ellos; la sencillez del mensaje conlleva la aceptación del mismo.

Es difícil la clarificación: la lectura en exclusiva del titular, la labor de zapa de afirmaciones repetidas una y otra vez, la credulidad del bienpensante, lo pone fácil al experto en marketing social. Ya han surgido webs (politifact, thatsaclaim.org) que nos ayudan a distinguir una afirmación falsa de una cierta; pero lo realmente importante es la fe, casi la religiosidad de los creyentes en creer (o no) cualquier noticia; y si es irracional, tanto mejor. La irrupción de los deepfakes complica sobremanera la clarificación.

No nos interesa conocer la verdad ya que tenemos la certeza inmaculada de nuestra inviolabilidad mental respecto a los otros; el infantilismo se perpetúa. No analizamos los hechos, el pensar siempre nos da jaqueca y el esfuerzo nos abotarga, pero sucumbimos a la propaganda gaseosa, descafeinada, de frase corta y bota larga, de piel de oveja y alma de lobo, de aquella que señala con el dedo acusador a quien nos invita a escuchar y pensar antes de retuitear en una atmósfera mística de rituales de gigas.

No hablamos de mentiras piadosas, sino de mentiras de cadalso. El poder produce tal borrachera que ha desaparecido la ética judeocristiana y se transforma en prontismo por la tecnología y el individualismo. Necesitamos escuchar, también pensar y rechazar que la crispación pese más que las ideas.

Necesitamos crear y creer en principios éticos y códigos de conducta universales, necesitamos criterios racionales que alejen la reacción compulsiva y la conspiración embrutecedora, como necesitamos la labor pedagógica de los intelectuales y el periodismo de investigación. La democracia lo agradecerá.