PARA quienes hemos militado durante años en partidos políticos de izquierda, la decisión de Iñigo Errejón de encabezar otra lista electoral por Madrid de cara a la repetición electoral del próximo 10 de noviembre no nos ha pillado de sorpresa.

Como bien dijo su otrora amigo del alma Pablo Iglesias, la decisión era tan legítima como previsible. Efectivamente, nada hacía pensar que Iñigo Errejón estaba cómodo en la oposición del Parlamento de Madrid. Me da la sensación de que cuando se presentó a las autonómicas, en la cabeza del ahora líder de Más País, hasta hace nada Más Madrid, no había ninguna otra posibilidad que la de ganar las elecciones y presidir la Comunidad con el apoyo del PSM.

Pero no pudo ser. Que Gabilondo era un rival difícil, puede ser. Que a pesar de la corrupción la derecha madrileña siguió votando al PP, cierto. Que hubo mucha gente que no entendió que quien era candidato de Podemos decidiera pasar a encabezar otra lista, algo de eso habría también. Sin embargo, intuyo que Iñigo Errejón, todavía hoy, sigue achacando el motivo de su derrota a que Podemos presentara su propia candidatura aún a sabiendas de que ese movimiento podía suponer que la derecha acabara gobernando la Comunidad tal y como finalmente ocurrió.

Habrá quien diga, y con razón, que la suma de ambas formaciones (Más Madrid y Podemos) a duras penas supera el 20% de los votos, pero nada impide que quien desee hacerlo pueda construir un cuento de la lechera sumando votos de aquí y de allá y como un mantra repita que la unidad de la izquierda no solo suma sino multiplica.

Así pues, para explicar el movimiento de Errejón no hace falta retrotraerse a Vistalegre II y a las primarias que perdió, sino a hace apenas dos meses y al afán de venganza en frío de quien, aspirando a presidir la Comunidad Autónoma con mayor PIB de España, acabó siendo el líder del cuarto grupo del hemiciclo y, encima, con su socia Carmena jubilada.

Es más que probable, además, que entre las apenas 300 personas que decidieron que presentar una lista alternativa a Podemos era buena idea, el sentimiento predominante fuera precisamente ese, el de la venganza, porque, y eso también es cierto, la retahíla de insultos de los que han sido objeto por parte de las filas podemitas durante los últimos meses han sido extraordinarios.

Las mismas razones que se esgrimieron en su momento ante un Podemos débil en Madrid para que remara en la misma dirección que la UTE política Carmena/Errejon se pueden poner ahora encima de la mesa por parte de la formación morada y con exactamente el mismo resultado, es decir, la nada.

Desde el punto de vista político, de la nueva formación solo cabe destacar la ausencia de cualquier guiño a las periferias y un centralismo abrumador que se resumen en dos palabras, Más País, y en repetir una y otra vez un tic de las organizaciones con implantación o al menos aspiración estatal, es decir, asumir que las decisiones que se toman en Madrid tienen validez, sin matiz, para el resto del Estado.

Por lo demás, el mismo guion con distintos protagonistas: un PSOE que cree que su fortaleza reside en debilitar todo lo que está a su izquierda, y si no puede ser a través de la solidez del discurso que sea impulsando divisiones y utilizando los medios de comunicación afines en el indisimulado objetivo de convertirse en la casa común de la izquierda. Una izquierda que se desangra entre diferencias ideológicas y organizativas, sobre todo organizativas, y una derecha que, aunque en campaña pretenda subrayar las diferencias que dicen existen entre liberales, conservadores y centristas (sic) le suele faltar tiempo para olvidar las traiciones, cerrar acuerdos de gobierno y repartirse el pastel.

No sé si Más País, pero desde luego ¡qué país!