El gran negador
“¡Oh, Señor, eres tan grande, y mi barco tan pequeño!”. Siempre que se habla de arrogancia y narcisismo, surge Aznar. Aunque ambas vanidades se curan confrontando un pis con las cataratas del Niágara, su laberinto mental no lo arregla ni Bricomanía. Aznar compareció la semana pasada ante la comisión del Congreso por la presunta financiación ilegal del PP sobre gestión de las cuentas del partido que presidió entre 1990 y 2004. A Quevedo, presidente de dicha comisión, solo le faltó pedirle un autógrafo. Aznar dedicó su espacio a disertar sobre la vida sexual de los berberechos. “No existe una caja b ni una organización del PP para cometer actos delictivos”. “Me lo he pasado muy bien. Tengo ganas de volver”. “No me arrepiento de nada”. Aznar era el presidente del PP cuando los tejemanejes financieros de Bárcenas en Génova y la red Correa (Gürtel), estaba en plena actividad delictiva. Aznar: hombre oscuro, larga melena y bigote impreciso. Aquel que hablaba con acento Davy Crockett o el conferenciante en inglés que movía a la risa o el que menospreciaba al Gobierno de su país allá donde le reían las gansadas. El que, en Irak, nos incluyó en una guerra ilegal, sanguinaria e insensata alegando razones que resultaron espurias. Fue el expresidente que, aliado con Bush y Blair, cooperó en un espantoso genocidio, sin que, de momento, hayan sido juzgados por el Tribunal internacional de Justicia. Vimos, en suma, mire usted, al Aznar en estado impuro?