Recientemente han aparecido en la prensa algunas noticias que ponen de manifiesto la tensión en el seno de la Iglesia católica, consecuencia de la visión anquilosada de una parte muy importante de la jerarquía que se resiste a renovarse para adaptarse a los tiempos. En contraposición a la más realista de volver a la esencia del evangelio. El obispo de Bilbao, Iceta, afirma que “la Iglesia defiende su coaching ante la pérdida de fieles?”, dando un tono “up to date” a su expresión, pero sin contenido ni compromiso social más allá de mantenella y no enmendalla. Con un estilo empalagoso y tratando de guardar lo que queda del naufragio en el que ha quedado relegada la iglesia en la sociedad por falta de compromiso social. En cambio, el Papa Francisco, en el Jubileo de la Misericordia celebrado en Roma recientemente, adopta un discurso valiente y responsable ante miles de personas marginadas allí presentes. Afirma: “Pido perdón en nombre de todos los cristianos que no leen los evangelios y encuentran la pobreza en el centro de ellos. Perdón porque ante una situación miran hacia otro lado. Perdón que nos limpiará para ayudarnos a volver a creer que en el corazón del evangelio está la pobreza, cuando se ve una sociedad de marginados y excluidos en situación de precariedad” Iceta se muestra como un gestor de creyentes ancianos, acomodados y acríticos que están a la defensiva, llevando a la Iglesia a perder a la juventud, a los trabajadores y a los comprometidos que luchan contra la injusticia. Con similares criterios dirige la diócesis de Gipuzkoa el obispo Munilla, al que la mayoría de párrocos y muchos curas presentaron su dimisión por considerarle guardián, más que pastor. Cómo se va a sentir motivado el pueblo si la jerarquía confunde caridad y justicia. Que credibilidad ofrecen los obispos y el Vaticano cuando actúan como poderoso grupo de presión para influir en asuntos temporales. En cambio el Papa Francisco se ha arriesgado a desmontar la multinacional antievangélica más poderosa de todos los tiempos. La humanidad necesita que la Iglesia se convierta en referente en defensa de la justicia en el mundo.
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