NADA hacía presagiar, después de aquel aterrizaje forzoso, a trompicones y en helicóptero, que la relación entre Mariano Rajoy y Esperanza Aguirre terminaría medio bien. Mariano ha demostrado que le anda a la zaga a la lideresa en esto del sentido del espectáculo diciendo al mundo que es lo mejor que tiene el PP en Madrid para frenar a los de los círculos y, a la vez, neutralizar a su eterno elemento incómodo. Aguirre se fue para no volver, pero a base de desayunar batidos de ego todas las mañanas volvió esta diosa sobre la tierra con su desparpajo de tintes fachas para imponerse una vez más sobre un líder mundial como Rajoy, al que el lío con la populista en calcetines le pilló en Guatemala, o sea, lejos. Lo de estos Laurel y Hardy del PP siempre ha sido una historia forzada y a trompicones, más o menos lo que vino a profetizar aquel pobre helicóptero que tuvo la mala suerte de tropezar con ellos esa fría mañana. El pobre aparato, que nunca debió salir de Móstoles, aún no se ha recuperado del susto por ser el artífice de aquella incalificable foto. Aguirre dice que no es un monigote pero la alcaldía es un caramelo aunque no a cualquier precio si la factura pasa por controlar solo las paredes del ayuntamiento. El PP consolida su masa informe de mandamases que pasan del olor dulzón al navajeo mientras gobierna calamitosamente España con mayoría absoluta. Pa’ habernos matao.
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