martin Luther King tuvo un sueño el 28 de agosto de 1963. Y lo proclamó ante los más de 250.000 manifestantes que aquel día se congregaron en la Marcha por el trabajo y la libertad en Washington: "Yo tengo un sueño; que un día esta nación se elevará y vivirá el verdadero significado de su credo; creemos que estas verdades son evidentes: que todos los hombres son creados iguales", dijo el que fuera un icono del movimiento de los derechos civiles, fallecido en 1968. Fue el mejor discurso de la historia, en opinión de los defensores de los derechos civiles, pese a que para el Washington Post no fuera entonces digno de tener un lugar destacado en su primera plana. Sin embargo, fue un discurso que marcó un antes y un después en la lucha contra la segregación racial en Estados Unidos. Los líderes de las comunidades afroamericanas han iniciado ya los actos de conmemoración de aquella marcha y aquel discurso, en un momento en el que el país vive parte del sueño de Luther King, al ver que la Casa Blanca acoge a un presidente afroamericano, pero también mantiene la pesadilla en la propia comunidad negra y en otras minorías, como los homosexuales o los inmigrantes. Pese a todos los logros hacia la igualdad conseguidos por la comunidad negra, aún hoy sus miembros se enfrentan a trabas para su ascenso social, con tasas de desempleo y pobreza muy superiores a otros colectivos, y con desigualdades en el acceso a la educación y a los servicios de salud y vivienda. Pero el discurso de Martin Luther King sigue hoy vigente para otras comunidades, que deben luchar por tener los mismos derechos que el resto de los ciudadanos; es el caso de los homosexuales, cuyo derecho al matrimonio está todavía en cuestión en muchos estados, y el de los inmigrantes ilegales, que acumulan toda suerte de discriminaciones: raciales por el color de su piel, sociales por su situación económica y legales por carecer de papeles. El ejemplo de los dreamers, jóvenes criados desde la cuna en Estados Unidos, pero que no son reconocidos como ciudadanos estadounidenses, y sobre quienes pende la espada de Damocles de la expulsión, pone de manifiesto que el sueño que perseguía Luther King está aún lejos de ser realidad, pese a que estos cincuenta años de reivindicación y lucha no hayan pasado en balde.
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