A falta de dos partidos del filial y del encuentro organizado a modo de despedida, el Athletic, y con él la ciudad de Bilbao y todo el territorio de Bizkaia, dará hoy el adiós definitivo en competición oficial al viejo estadio de fútbol de San Mamés. Cuando el árbitro pite esta tarde el final del partido de Liga entre los rojiblancos y el Levante, todo el entorno del Athletic entonará un a buen seguro emotivo agur al que durante cien años ha sido el campo de nuestras vidas, las de varias generaciones de vizcainos que, incluso mucho más allá del fútbol, han vibrado, gozado y también sufrido con su equipo. Será, sin duda, un momento de nostalgia, de sentimientos encontrados, de recuerdos muy vivos aún en la memoria individual y colectiva, pero será también una mirada al futuro. San Mamés, del mismo modo que el propio Athletic, forma parte indisoluble de la historia de Bilbao y de Bizkaia, de su propia idiosincrasia, de su modo de entender el fútbol, el deporte, la cultura y las relaciones sociales y de los valores que todo ello entraña. Decir que San Mamés ha sido mucho más que un campo de fútbol puede parecer exagerado pero decenas de miles de personas a lo largo de todo un siglo así lo han entendido y vivido. Su propia ubicación, en el corazón de Bilbao, ha forjado ese carácter al mismo tiempo de símbolo como uno de los grandes iconos reconocibles de la ciudad, y de foro, de lugar de encuentro para quienes comparten una pasión y una peculiar manera de vivirla, características que resumen el amplio sentido del sobrenombre de La Catedral con el que se ha conocido al campo por todo el mundo. Pero todo toca a su fin y cien años después el vetusto San Mamés se ha quedado viejo, pequeño y anticuado. Bilbao, como ya hicieran los pioneros de hace un siglo, se apresta a dar el relevo a un nuevo escenario para más y mejores grandes noches, un estadio moderno, acorde con lo que el equipo y la afición de hoy demandan. Con el mismo nombre, San Mamés. En la misma ubicación, con idéntico espíritu, imbricado en la sociedad en la que estará instalado, forjado también con y por su idiosincrasia, necesariamente distinta en el siglo XXI. Un nuevo San Mamés, pero un mismo espíritu, el de un equipo y un pueblo viejo pero moderno y abierto al mundo.
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