La caducidad de la incertidumbre
El silencio de la izquierda abertzale ilegalizada respecto a ETA y el de ésta sobre la apuesta por vías exclusivamente políticas, así como el equilibrio socialista en opiniones divergentes no pueden prolongarse sin abonar el descrédito ante la sociedad vasca
EN la presentación del acuerdo "táctico-estratégico" entre Eusko Alkartasuna y la izquierda abertzale ilegalizada, junto a la asunción de las vías únicamente políticas, pacíficas y democráticas y el compromiso con los Principios Mitchell, explicitados con claridad tanto en el texto del mismo como en posteriores declaraciones de algunos de los firmantes, se permite aún un indefinido silencio respecto a la reacción ante un no deseado reinicio de las acciones violentas por parte de ETA. Y dicho silencio, aunque matizado por reflexiones, públicas y privadas, de dirigentes de Eusko Alkartasuna y de la misma izquierda abertzale, como ha sido el caso de Pello Urizar o Txelui Moreno, antes y después de la escenificación de la firma del acuerdo, sitúa al proceso en una suerte de ambigüedad que limita y ralentiza su recorrido y, al mismo tiempo, faculta al Estado español y a los partidos que lo representan bien a mantener una postura intransigente, como la del Partido Popular desde la oposición, bien a un forzado reparto de declaraciones entre determinados miembros del Partido Socialista tradicionalmente más inclinados hacia el diálogo y quienes, desde las responsabilidades de gobierno y mediatizados por la propia posición del PP, optan por no variar un ápice, al menos públicamente, la política denominada antiterrorista. La propia sociedad vasca, que hace once años recibía con júbilo aquel otro luego incumplido acuerdo de mayo de 1999 por el que Batasuna se comprometía con EA y PNV en una "apuesta inequívoca por las vías exclusivamente políticas y democráticas" que abogaba "por la desaparición plena de todas las acciones y manifestaciones de violencia", recibe ahora con al menos cierta frialdad el giro que paulatinamente se adivina en la izquierda abertzale. Quizás porque entiende que en esa calculada -o utilitaria- ambigüedad de las dos partes no se prima precisamente, o únicamente, el interés y el deseo, ampliamente mayoritarios, de la propia sociedad vasca; y porque teme que otras prioridades mediaticen e incluso lleguen a impedir de nuevo que fructifique una esperanza ya demasiadas veces truncada. Sin embargo, ni unos ni otros pueden obviar que ese silencio que permite ralentizar y/o evitar el paso definitivo pero también la duplicidad de opiniones con que éste se recibe no pueden ser perennes, como el propio Brian Currin se encargó de fijar tras hacer pública la Declaración de Bruselas. A la izquierda abertzale cada vez le será más difícil mantenerse -y mantener a EA- en la promesa sin que ETA haga pública su decisión, y el Estado, o los partidos y gobiernos que lo representan, no pondrán seguir haciendo equilibrios si esa decisión, o la de la izquierda abertzale, llega a ser explícita. Porque la citada frialdad social advierte de que, como hizo con la violencia, la sociedad vasca ha puesto fecha de caducidad a la incertidumbre.