DE la explicación del consejero de Interior, Rodolfo Ares, en respuesta parlamentaria a la pregunta formulada por el parlamentario nacionalista Iñigo Iturrate, sobre el modo de designación de Gesto por la Paz para la representación de las asociaciones pacifistas en el Consejo de Participación de Víctimas puede llegar a desprenderse que se trata de una decisión arbitraria tendente a eludir una presencia plural en dicho consejo y a limitar éste a organizaciones afines a la consideración que él mismo realiza de la condición de víctima o, en su defecto, a una inexplicable discriminación de las características de la paz como si ésta fuera patrimonio de determinado arco ideológico. Porque, independientemente de la asociación elegida y de su aptitud para formar parte del Consejo, al afirmar Ares que "se propuso directamente a Gesto por la Paz entendiendo que era la única asociación expresa y esencialmente pacifista en Euskadi", el consejero de Interior se atribuye la capacidad para discernir sobre el ánimo de las diversas organizaciones que comparten la paz como objetivo y se apodera de la potestad de elegirlas o excluirlas en virtud de su opinión personal sobre las diferentes metodologías o el distinto arraigo de sus influencias en determinados ámbitos. Es decir, pese a que la paz, aun como principio universal, debe analizarse en virtud de las muy diversas características de los conflictos que la impiden localmente y trabajarse sobre esas mismas diversas características, al considerar que Gesto por la Paz es "la única asociación expresa y esencialmente pacifista en Euskadi" Ares estaría condicionando el pacifismo, y por tanto el concepto de paz, a unas cualidades específicas que lo acotan hasta derivar en una paz discriminada. Y eso sólo puede realizarse desde una visión politizada que se antojaría incluso más acusada en el caso de que esa elección para el Consejo de Participación de Víctimas por parte del Gobierno que preside Patxi López se hubiera realizado con el afán de impedir la presencia de voces heterogéneas -aunque no necesariamente divergentes- y con el fin de lograr una visión uniformizada del mismo mediante la selección de sus componentes. La pretensión de dicha uniformidad únicamente restringiría, como en el caso de la paz, el concepto de víctima a aquellas que se consideran más cercanas aunque, a pesar de ser mayoría, no sufren ni han sufrido en exclusiva el drama de la violencia, de la ausencia de paz, extremo que, además, seguramente las propias víctimas, sean del signo que sean, con capaces de reconocer. Seleccionar, discriminar, la representación de las víctimas de la violencia, de cualquier violencia, es también una forma de perpetuar su condición y, desde luego, no contribuye ni a los objetivos del Consejo de Participación ni a la conciliación y la concordia, es decir, a la paz.