EL Estado de Israel ha traspasado el último límite, si es que aún quedaba algún grado que añadir a su deshumanizada actuación en el conflicto que mantiene con el pueblo palestino. Su credibilidad internacional, más que cuestionada por la actuación del Tzáhal, su ejército, tras la invasión de la Franja de Gaza durante diciembre de 2008 y enero de 2009 debido a los métodos y armas empleados contra la población civil en la operación Plomo Fundido, quedó ayer definitivamente segada junto a las vidas de los cooperantes fallecidos en el asalto militar a la Flotilla de la Libertad, que trataba de evitar el bloqueo de Gaza para entregar diez toneladas de ayuda. Las condenas internacionales, incluidas las de la Unión Europea, del secretario general de la ONU, Ban Ki-moon; la rotunda de Turquía, país miembro de la OTAN al que pertenecía la mayoría de la flotilla y que le acusó directamente de "terrorismo de Estado"; e incluso la más tímida de Estados Unidos lamentando la acción sugieren que la relación del Estado hebreo con la comunidad internacional tendrá un antes y un después al irresponsable y dramático ataque de sus fuerzas armadas contra el convoy. Sin embargo, esas mismas consecuencias llevan a interrogarse cómo y por qué el Ministerio de Defensa israelí, que dirige Ehud Barak, y las propias Fuerzas de Defensa de Israel, lideradas por el veterano militar Gabi Ashkenazi, pudieron llegar a ejecutar el asalto al Mavi Mármara y los otras cinco embarcaciones de la flota de cooperantes con tamaña violencia y sin evaluar sus efectos. Incluso en el caso de que fuese cierto, como pretende Israel, que los soldados hubieran encontrado una resistencia inesperadamente física a bordo, la superioridad de medios y fuerzas del cuerpo de élite del Ejército israelí debían haber evitado el derramamiento de sangre. Y la falta de información y la que se antoja interesada confusión en las explicaciones por el Gobierno de Benjamin Netanyahu no hacen además sino generar nuevas dudas que se acrecientan por el momento en que se ha efectuado una nueva y dramática demostración de fuerza impune y desmesurada. Porque el asalto, justo en vísperas del viaje de Netanyahu a Washington para retomar el diálogo indirecto con el líder de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abbas, mediante la intermediación de Barack Obama, mostraría el desprecio israelí a un proceso de paz que inevitablemente pasa por el fin de la política de asentamientos y el reconocimiento de un Estado palestino, pero también apunta a que Netanyahu estaría dispuesto a sobrellevar el aislamiento precisamente ahora que la comunidad internacional, a través de la ONU y el Tratado de No Proliferación y de la OIEA, exige aclaraciones sobre el alcance y dimensiones del programa nuclear que Israel mantiene en el más absoluto de los secretos desde su inicio hace cinco décadas.