DESDE que Rusia lanzó sus ataques contra Ucrania en febrero, los países occidentales y aliados de Estados Unidos han ido tomando medidas cada vez más duras contra Rusia para castigarla y obligarla a cambiar de política.

Para aplicar sanciones, han utilizado los medios al alcance de las democracias occidentales y lo han hecho de acuerdo a los criterios económicos y políticos de la Unión Europea, la OTAN y otros países de la esfera de influencia norteamericana.

Los resultados, por el momento, no parecen muy eficaces: Rusia prosigue su campaña militar, la destrucción continúa en las zonas atacadas de Ucrania, las bajas civiles ucranianas siguen creciendo y se mantiene la amenaza contra puntos vitales para la supervivencia de ese país, como puede ser el puerto de Odesa.

Las sanciones impuestas castigan sin duda a Moscú y perjudican la economía rusa, pero también representan sacrificios para los países que las han aplicado, especialmente por su dependencia, especialmente en el caso de Alemania, de las fuentes energéticas rusas.

Por mucho que se haga por hallar otros proveedores, ni el gas licuado de Estados Unidos ni el de África pueden sustituir totalmente los suministros rusos.

Alemania y gran parte de Europa son, como Ucrania, prisioneras de la geografía que las ha colocado cerca de Rusia

Así, se da la paradoja de que se cortan los lazos e intercambios con Rusia, pero suenan las alarmas cuando Rusia amenaza –o como ocurrió recientemente suspende por unos días– con cortar sus envíos de gas natural.

Lo cierto es que Rusia es demasiado grande para ponerla de cara a la pared como a un niño desobediente, algo que no parecen haber considerado los países occidentales que todavía se sienten influidos por la debacle soviética de hace más de 30 años, cuando la URSS se hundió y tuvo que abandonar extensas zonas ocupadas durante casi medio siglo.

Pero el éxito político de entonces al acabar con las dictaduras que agobiaban a los miembros de la URSS, no garantiza su repetición: en el escenario de hoy hay nuevos actores. Y los que ya estaban, han cambiado mucho.

Rehacer sus ambiciones imperiales

Para empezar, la Rusia humillada de finales del siglo XX es hoy en día un país que busca rehacer sus ambiciones imperiales en Eurasia, una zona en la que ha ido adquiriendo fuerza y peso, tanto por su demografía como por sus avances económicos.

Ya no se puede pensar en términos de “ricos occidentales”, por un lado, y un vasto mundo subdesarrollado por el otro. Hoy en día, a diferencia de lo ocurrido hace tres décadas, hay que contar con el gigante chino que, si bien se beneficia de los mercados europeo y norteamericano, estará más dispuesto a alinearse con Moscú que con Washington o Bruselas.

Nos encontramos en una situación de grandes cambios, y también de realidades casi inmutables. Por una parte, el mundo de hoy es multipolar, con opciones y ambiciones que ya no se limitan a los dos grandes bloques enfrentados durante la Guerra Fría. Hoy ejercen también su influencia los países del BRIC (Brasil e India, además de China y Rusia).

El regreso del gigante chino

En este nuevo juego de fuerzas ha entrado –o mejor dicho regresado– el gigante chino, lo que probablemente representa el mayor de los cambios. Aunque en la breve memoria popular es un país subdesarrollado que apenas ahora sale de su atraso gracias a sus exportaciones a países capitalistas , está en realidad volviendo a la posición de predominio económico mundial de la que disfrutó hasta que la Revolución Industrial propulsó a los aliados atlánticos.

Aunque sigue siendo un país pobre en términos de renta per cápita, su peso no para de crecer y puede frenar, al menos en parte, las ambiciones occidentales.

En el terreno de lo inmutable está Rusia: si bien si posición ha cambiado desde la época en que presidía el imperio soviético, sigue siendo el gigante geográfico de siempre, con la mayor extensión territorial del mundo y con ambiciones semejantes. Unas ambiciones que la llevaron a Europa hace casi 80 años y ahora la orientan a las grandes extensiones de Eurasia, donde sus vastos territorios y una demografía en auge le permiten abrigar de nuevo sueños imperiales. l