Brillante espectáculo. Esta nueva Fórmula 1 nace apasionante. El Gran Premio de Arabia Saudí, segundo capítulo de la temporada, del amanecer de una era, se decidió en la última vuelta, con dos pilotos aduelados en el estrecho margen de medio segundo, exprimiendo el talento y el potencial de las máquinas, rechinando los dientes y sin contemplar un más allá, sin vértigo. Fajándose con una deportividad y un respeto que serán difíciles de prolongar en el tiempo si las carreras traen semejante paridad.

Adentrándose en ese umbral en el que en Bahréin comenzaron los problemas para Max Verstappen, en el nuevo contexto que fue el circuito de Jeddah surgió su gran oportunidad: era la última quinta parte de la carrera, vuelta 42 de las 50 previstas, y tras la aparición de un coche de seguridad que dejó patentes los problemas de fiabilidad de las escuderías -entre las vueltas 35 y 36 abandonaron Fernando Alonso, Daniel Ricciardo y Valtteri Bottas-, el neerlandés de Red Bull se adosó al Ferrari de Charles Leclerc, quien había dominado con relativa calma hasta entonces. En ese momento comenzó una batalla épica y con visos de continuidad, con perspectiva de convertirse en una saga. Verstappen lanzó el coche en dos ocasiones, pero Leclerc respondió con maestría, reaccionando al instante para recuperar el mando. El monegasco se las gastaba con templanza, sabiendo explotar las bondades del Ferrari; al neerlandés se le atisbaba nervioso, desatinado en la gestión del momento, en la elección del instante, del punto de adelantamiento.

Pero tras dos intentos fallidos, en la vuelta 47 Verstappen cambió su estrategia. Optó por la recta de meta como escenario ideal para auparse a la primera posición, esa recta en la que Leclerc recuperó inteligente la cabeza en las dos ocasiones previas. Era la pugna por dos conceptos diferentes de puesta a punto que, enconados, apenas encontraban margen para las diferencias. Ferrari obtenía ventaja en las zonas reviradas y Red Bull lo hacía en las rectas. Y fue cuando Verstappen se decantó por lanzarse en la mayor de ellas cuando sus intenciones fructificaron. El vigente campeón se alzó sobre el resto cuando la prueba enfilaba el ocaso. Aunque tuvo que protegerse exponiendo todo lo que llevaba consigo. Leclerc viajó a rebufo hasta la conclusión, llegando a tener en el último giro menos de medio segundo de desventaja. “He empujado como no lo había hecho. Al límite”, confesó el monegasco. “Ha sido muy duro, pero justo”, añadió, en la misma línea que Verstappen: “Ha sido duro. Hemos luchado muy duro. Ha estado muy apretado”. Una bendición de competencia.

Verstappen se sacudió con su primera victoria del curso del trágico abandono en Bahréin. Fue el único piloto capaz de batir a los dos Ferrari, que se subieron al podio con Leclerc y también con Carlos Sainz, tercero. “Para mí es un progreso respecto a Bahréin, porque he encontrado ritmo”, expresó el madrileño, a 8 segundos del vencedor y ya asiduo al cajón.

El infortunio de Pérez

El rostro de la amargura fue el de Sergio Pérez. El poleman se paró a cambiar neumáticos en la vuelta 15, un giro antes de que accediera a la pista el primero de los dos safety car que rodaron en Jeddah. Fue en ese paréntesis de la carrera cuando su competencia aprovechó la ventaja de pasar por boxes. El desafortunado mexicano perdió así la primera posición y, en consecuencia, sus posibilidades de victoria. Terminó en cuarto lugar, deprimido, azotado por las cábalas de lo que podía haber sido y no fue. Gozará de más oportunidades. Sin duda. Red Bull ha vuelto tras el desastre de Bahréin.

Mercedes, por su parte, vive a la zaga del reino levantado por Red Bull y Ferrari. Es la sombra de los coches referentes. George Russell fue quinto a la friolera de 32 segundos de diferencia del ganador. Hay que tener en cuenta que la carrera se relanzó tras el segundo coche de seguridad en la vuelta 41. Lewis Hamilton, que partió desde la decimoquinta pintura -lo que no sucedía desde 2009-, liquidó la prueba en décima posición. “Fuimos en la dirección incorrecta con el set-up”, advirtió la jornada previa. La carrera confirmó su afirmación. La preocupación se ahonda en la escudería que dominó como pocas o ninguna. La némesis de Verstappen ya no se llama Hamilton, sino Leclerc. Por el momento, Max y Charles brindan un igualado duelo que va dando forma a las figuras de aspirantes a la corona.