Grandilocuente, amante de la gesticulación y la pose, a Mathieu Van der Poel, vencedor de la clásica A Través de Flandes, ensayo general del Tour de Flandes, el Monumento que aguarda el domingo, le aplaudió Tiesj Benoot. Le honra. Reconoció al campeón, que repitió la escena de 2019.

Tras derrotar al esprint en el mano a mano a Benoot -los dos partieron en un final vivaracho de un grupo de ocho ciclistas que colonizó la clásica-, Van der Poel salpimentó su victoria con su particular galería de gestos. Al neerlandés le encanta el histrionismo.

Después de recibir la felicitación y el beso de su chica, caminó unos pasos y se sentó en el suelo, contra un valla, antes de acudir al podio y descorchar el champán de la superioridad. Espumoso y burbujeante, Van der Poel electrificó la carrera cuando aún restaba un continente. Se movió a 90 kilómetros de la llegada.

APRENDIZAJE PARA POGACAR

Pogacar, inexperto en el adoquín, sombreó a Van der Poel cuando pudo. Fue su guía. El esloveno le marcó hasta que una caída le descuadró los cálculos. Mal situado, le descartó para el triunfo. Pogacar trató de reaccionar. Lo intentó, pero comprendió que en las clásicas donde las piedras cincelan las leyes, un mal paso es muy difícil de corregir. Aprendiz. Tuvo que masticar el polvo el esloveno, que mostró las piernas de siempre pero una mala colocación. Eso impidió que enganchara a tiempo con el grupo de los alumnos destacados.

Con la lección aprendida, se reunió un grupo con Van der Poel, Benoot, Pidcock, Küng, Campenaerts, Pollit, Turner y O’Brien. El juego de ataques y contras se instaló entre ellos. Finalmente, Benoot encontró una rendija. Abrió una hendidura. Pidcock, sin quererlo, acercó a Van der Poel, dispuesto a ejecutar a Benoot, consciente de su inferioridad ante el salvajismo de Van der Poel. Asumió la derrota y aplaudió el festival de Van der Poel. A Pogacar le quedó el aprendizaje.