bilbao - En mayo el olivo está en flor y eso es una corona de espinas para Mikel Landa, al que le duele el Giro de Italia. La vida no es color de rosa para el alavés, fundido a negro el primer día. Aquejado por una alergia, silencioso enemigo, que le oxidó en San Luca, donde llegó deshabitado, con la zozobra como único habitante de sus adentros. “Estuvo jodido, pero que muy jodido”, subrayan desde el entorno del alavés. Landa, que parecía pletórico, joven y exuberante en la salida de la crono del sábado, accedió al Santuario con el gesto torcido, decrépito, como si por su organismo hubiera pasado una década. La alergia le devoró las fuerzas. Un ejército de termitas comiéndole los músculos, horadándole la energía, situándole en un ejercicio de remonte en el Giro ante una cascada de 1:07 frente a Roglic, rosa también el segundo día. “Llevaba unos días encontrándome mal, no quiero poner excusas pero me afecta mucho la alergia y quiero pensar que ha sido esto lo que ha impedido un buen rendimiento por mi parte. He entrado bien a la subida, pero en cuanto he llegado a un pico de esfuerzo, he estallado. Es el síntoma que he padecido otras veces”, resumió en El País Landa camino del segundo día de competición. Landa odia las flores porque le debilitan. Son su kryptonita. La Dalila de Sansón.

Pascal Ackermann (Bora), un alemán de Kandel, con corpachón hercúleo y rubicundo, pensó lo contrario en Fucecchio, donde descubrió las flores del Giro, tan olorosas, tan bellas ellas y tersas 205 kilómetros después de Bolonia y la lluvia que calmó a Landa y le sacó una media sonrisa. La de Ackermann dibujó el ancho de la carretera, donde arrancó el ramo de las manos de Caleb Ewan, el velocista menudo, el maravilloso hombre bala. Pero ni la velocidad de proyectil pudo con el germano, una versión que se mimetiza con la de Kittel, que de tan rápido que ha ido durante su biografía ha decidido parar y tomarse un respiro. Ackermann es un digno heredero del apolíneo Kittel. Igual de rubio, fuerte y veloz. Su envergadura encogió a Ewan, que salió del bolsillo de su lanzador. A Ewan, tan vigoroso en la agitación de la botella, se le desparramó la espuma. Cuando bizqueó para observar el ángulo muerto, Ackermann, poderoso, enérgico, una fábrica de vatios, le puso una lápida. El muro de Berlín. Ewan se estrelló ante esa visión. A Ackermann le persiguió después el estallido de Elia Viviani, que tuvo que rediseñar su trazada para el cohete alemán. El campeón de Italia, un esprinter abanderado, se deshilachó ante la propulsión de Ackermann. Gaviria, el otro invitado al rock&roll, perdió el paso demasiado pronto. Para cuando movió los hombros, Ackermann abrazaba su primer éxito en el Giro.

el incisivo nibali Al estreno del alemán, el primero en desenfundar en el debate de la velocidad, se llegó a través de los paisajes de la Toscana y la escapada tradicional que creció bajo la lluvia. Un asunto costumbrista resuelto con minimalismo, sin demasiadas alharacas. Giulio Ciccone (Trek), Marco Frapporti (Androni Giocattoli), Lukas Owsian (CCC) y François Bidard (AG2R) patalearon con escaso éxito porque el día tenía cita con el esprint. El relato trató de enmarañarlo Vincenzo Nibali (Bahrain), siempre dispuesto a las travesuras. Uno se imagina a un adolescente Nibali leyendo aquellos libros de Elige tu propia aventura y saltándose paginas, pivotando aquí y allá y arrancando las hojas cuando no le gustara el final. Rebelde y valiente como Gino Bartali, al que estuvo dedicada la etapa, que arriesgó su vida en una red clandestina para salvar judíos.

El campeonísimo italiano, al que veneraba Mussolini, se alistó a la Resistencia, una red secreta dispuesta a salvar la vida de judíos, marcados por el Duce a modo de trofeo de caza para Hitler. Entre el otoño de 1943 y la primavera de 1944, el invierno en que los nazis y los fascistas clavaron su bandera de terror en Italia, 6.000 judíos fueron arrastrados hacia la muerte. Pudieron ser más. Bartali, junto a otros, lo impidió. Su prestigio fue su salvoconducto cuando ingresó en la red clandestina. Bartali sostuvo el engaño ante los fascistas y los nazis. Su historia se supo décadas después. El plan de fuga de los judíos contó con el apoyo del Vaticano. El Papa Pío XII estaba al corriente de lo que pretendía Giorgio Nissim, el ideólogo de la red. A la misión solo le faltaba reclutar un correo, alguien dispuesto a recorrer cientos de kilómetros con documentos, pasaportes y fotografías que sirvieran para la huida de judíos bajo identidades falsas. Ese hombre era Bartali.

El toscano lo hizo como mejor sabía, dando pedales entre Florencia y Asís, los dos puntos calientes de la red clandestina por las carreteras secundarias de la Toscana. 185 kilómetros de distancia entre ambas ciudades. Bartali recorría 370 kilómetros. En aquellos entrenamientos, como él definía a quien preguntara, respiraban las vidas de muchos. En su bicicleta, una Legnano dorada, escondidos bajo el sillín o dentro del cuadro, viajaban los documentos y fotografías necesarias para tejer la vida. A Bartali le tocaba viajar con esos documentos en pleno invierno. Llegaba a los conventos donde los monjes realizaban la documentación, recogía el material, lo escondía en los tubos de su bici y se marchaba a entregarlo a los interesados.

En esa tierra, 75 años después, el siciliano que se talló como ciclista en la Toscana, ordenó zafarrancho de combate en la chepa de Montalbano, un pedrusco de tercera categoría a varias manzanas de meta. Eso no persuadió a Nibali. Al contrario, el bicampeón del Giro arengó a los suyos en un escena que remitía a la huida de un edificio en llamas. Pespuntó el italiano y se erizó el resto de favoritos, en guardia ante los manejos de Nibali que no entiende de treguas ni ententes cordiales. Valiente. Mikel Landa, recuperado el ánimo después del calvario de la crono, en hora con el Giro, se tachonó a él. También Simon Yates, Tom Dumoulin, Miguel Ángel López y el líder Primoz Roglic. Camino de San Baronto, el último escollo de la jornada, se cayó Jasha Sütterlin, compañero de Landa. El alemán, aunque dañado y dolorido, pudo acabar. En el mismo fotograma también se fue al suelo Carretero. Otro alfil del alavés. Se puso de pie de inmediato. Landa, marchitado el sábado por la alergia, se mantuvo firme. En pie. Centrifugándo sus pies más que nadie, despegó el esprinter alemán para vencer. Ackermann ama las flores.