Hubo un momento, en un rincón de Manchester, apagado para entonces el fulgor de Oasis entre broncas, alcohol y peleas de los hermanos Gallagher -hooligans antes que músicos que formaron una de las bandas más representativas de las últimas décadas-, que alguien soñó con crear algo igual de grande. Una idea que perdurase en el tiempo, que cambiase la historia del ciclismo. Era el pensamiento de un visionario, David Brailsford, el hombre que elevó a los altares a la selección del Reino Unido de pista. En el velódromo de Manchester, Brailsford volteó el ciclismo para siempre. Era 2010 y su reto buscaba el cielo. Su viaje a la Luna: la conquista del Tour de Francia con un ciclista británico. Lo nunca visto en una modalidad donde lo anglosajón continuaba teniendo aspecto exótico a pesar de Armstrong y el recuerdo más fértil en las islas era el de la muerte de Tom Simpson, atiborrado de pastillas, en las rampas del Mont Ventoux.

Brailsford, capaz de pintar la Union Jack en la madera del anillo, quiso decorar la más grande de las carreras con el estandarte británico. El gurú que había otorgado gloria a través del laurel de la pista, convenció a Sky para que se incorporara a un proyecto con marca de país y pensamiento imperial. Su lema: El cielo es el límite. Con la billetera del conglomerado de Rupert Murdoch a rebosar, el Sky se puso en marcha extendiendo cheques para captar ciclistas de otras formaciones que dieran relevancia a un equipo de un país sin cultura ciclista, enraizada esta en Francia, España, Italia, Bélgica y Holanda, principalmente. En enero de 2010, el Sky, con un maillot negro, inició su andadura. Sumó 21 victorias. Su mejor hombre fue Edvald Boasson Hagen. El boceto era una realidad. Con un poder económico brutal, el Sky engarzó una joyería que buscaba la excelencia.

En 2011, Chris Froome, epítome del equipo, si bien en aquellas fechas no dejaba de ser un aprendiz, logró el segundo puesto en la Vuelta a España. Era el anuncio de un futuro esplendoroso en el Sky, que adoptó el mantra de las marginal gains (ganancias marginales) como método para unificar la idea de la mejoría constante a través de los pequeños detalles. La tecnología y la ciencia eran las claves de bóveda de una estructura capaz de firmar acuerdos con la escudería de Fórmula 1 McLaren para aplicar sus conocimientos al equipo. La innovación era el mascarón de proa del Sky, que puso en marcha una factoría que fabricaba ganadores de Tour partiendo de los campeones de pista. Los pistard de la cuadra de Brailsford eran la materia prima para nutrirse y desde la que moldear campeones de carretera. Un trasvase tan complejo como novedoso.

Brailsford, convencido, encolumnado tras la idea fuerza de alcanzar la gloria, elevó el techo del equipo. En 2012 logró lo impensable. El equipo sumó a Wiggins y ondeó al inglés en lo más alto de los Campos Elíseos. Froome fue segundo. El Tour de Francia tenía acento british. Fue la mejor temporada de la historia del Sky con 51 primeros puestos en distintos frentes. Con todo, para el Sky, el mundo giraba alrededor de Francia, del Tour. Convertido Wiggins en Sir, asomó otro héroe nacional: Chris Froome. El británico nacido en Kenia, el africano blanco. Froome, que pudo vencer a Wiggins en el Tour de 2012, agarró por las solapas el maillot amarillo un año después. Sería el amanecer del idilio con la carrera francesa, convertida por el Sky en una cuestión de estado.

el imparable sky Pupilos del método instaurado por Brailsford, incorporado como una religión en el seno del equipo, el Sky fue tejiendo un cordón sanitario alrededor del Tour. En 2014 se coló el imprevisible Nibali porque Froome sufrió varias caídas y tuvo que abandonar. Solo los imponderables parecían capaces de enturbiar los planes del Sky, que soldaron las victorias de 2015, 2016 y 2017. Todas logradas por Froome, el icono de un conjunto voraz, de apetito pantagruélico en Francia, donde rueda con aire marcial. El británico dobló gloria en la Vuelta a España. En 2018 el propio Froome acumuló el laurel del Giro de Italia. El Sky, imparable, ensortijó otro Tour. Geraint Thomas accedió al trono, que muda reyes, pero no imperio. En ese tiempo, el modelo del Sky ha arqueado más de una ceja por su capacidad de aniquilar a los rivales en la carrera francesa. Convertidos los adversarios en guiñapos ante el acorazado británico.

Por eso, las dudas sobre el Sky corrieron en paralelo a su cascada de éxitos y hits. El positivo de Froome en la Vuelta y su posterior absolución tras presentar informes científicos que tumbaron los argumentos de los laboratorios antidopaje, dejó arrugas sobre el inmaculada imagen que voceaba el Sky, que introdujo una raya azul en el maillot como símbolo de limpieza. Además del caso Froome, las autoridades británicas abrieron una investigación sobre el envío de un corticoide a Bradley Wiggins. Entre luces y sombras, el Sky continuó con su relato y dictadura en la brea atrayendo a los jóvenes talentos del pelotón a su estructura, la de mayor presupuesto, y convirtiendo a los pistards en campeones. Lo nunca visto en una década regada por champán francés, la bebida predilecta de los moradores del cielo, que cambian el nombre para seguir brindado.