Era el secreto peor guardado del mundo, un libro escondido que pedía a gritos ser encontrado, pero que por alguna razón su autor nunca quiso publicar en vida: Proyecto Silverview, un año después de su muerte, para mostrar la amargura del novelista británico ante la podredumbre moral en su país. Si los servicios de inteligencia fueron para Le Carré la metáfora ideal de la sociedad británica, en su último libro apenas hay ya resquicios para la esperanza. Los mosqueteros no vendrán al rescate ni el espía George Smiley sacará a Excalibur de la roca, como dice el hijo de Le Carré, Nick Cornwell.

Cornwell recibió el encargo de su padre de terminar cualquier obra que hubiese dejado pendiente en el momento de su muerte. Le Carré murió, y su hijo recordó la promesa. "Estaba en un escondite muy llamativo, un lugar no muy secreto. Estaba guardado, pero nunca demasiado lejos", recuerda Cornwell, quien a día de hoy se sigue preguntando por qué su padre nunca quiso que la novela, escrita en 2014, viese la luz.

En el epílogo que escribió para la edición de Proyecto Silverview, Cornwell sugiere que tal vez describir el fallecimiento de una mujer mayor le recordase demasiado a la proximidad de su propia muerte y la de su mujer, Jane. Quizá, aventura también, se debiese a que ya no se veía capaz de albergar toda la trama de una novela en su cabeza. De lo que no hay duda es que representar a un servicio de espionaje decadente, atravesado por las disputas internas y sin asideros morales supuso un desgarro para el autor de El espía que surgió del frío o El topo, cuyo desencanto con el devenir de la sociedad no dejaba de crecer. "Él tenía la sensación de que los servicios de inteligencia ya se habían politizado mucho bajo Tony Blair, y eso no se había revertido en los sucesivos gobiernos conservadores. Pero describir a un servicio sin posibilidad de redención, inútil, inefectivo (...) para él era excesivo. Ser tan despiadado con la organización a la que seguía siendo tan leal habría sido demasiado para él", conjetura.