Cartas desde la libertad relata a través de la intimidad que permite el género epistolar el periplo de los cerca de 90 vascos que se vieron obligados a dejar su tierra sin renunciar a su verdadera lucha por conservar y cultivar su identidad.Este es un libro vinculado a su propia historia, al viaje de sus padres.

—Sí, les marcó. Escribí las crónicas hace más de veinte años, y me parecía que tenía que escribir más del Alsina, porque es un buque insignia. Era un barco dividido en primera, que lo ocuparon los judíos; segunda, donde iba la parte republicana española presidida por Alcalá Zamora; y los vascos estaban en tercera, en la bodega. Había un orden muy preciso, estaban muy organizados, sobre todo los vascos. Y este libro no solo es el testimonio de mis aitas, sino de la familia Basterretxea, la familia Bilbao, la familia del lehendakari Aguirre... Me he relacionado con todos ellos, he tenido acceso a cartas maravillosas.

¿Qué suceso del ‘Alsina’ destacaría por encima de todos?

—Lo que más les conmocionó a todos fue cuando el 14 de abril, Día de la República, le llegó a Alcalá Zamora a Dakar la notificación de que le habían quitado la nacionalidad, el título de abogado, todas sus propiedades... Era un hombre derrotado, más anciano que sus años. Todos se conmovieron y se dieron cuenta de las manos espantosas en las que estaban. Hay otros episodios de cómo Hemingway quiso salvar el Caribe de los submarinos que podían entrar por el Canal de Panamá... Novelado, pero todo real.

¿Cómo definiría a los vascos y las vascas del ‘Alsina’?

—Fue gente excepcional. Los Basterretxea, la hermana del lehendakari, de un temple y una valentía tremenda; y gente más anónima, Dolores Bilbao dando a luz en el barco a la deriva; Telesforo Monzón, que escribió un libro en el barco... Mi aita escribió un libro de poemas en euskera. Monzón, lo que luego habría de ser su famoso Urrundik; Tellagorri había escrito un libro ya que lo presentó en La Habana, Cuba. Para ellos Euskadi significaba abrir a las nuevas generaciones un concepto nuevo de país, con una lengua que tiene mucho valor; y dejarla morir era de locos, anticultural.

¿Por qué ha elegido el género epistolar para contar este periplo?

—Una de mis primeras novelas, que publiqué con Ttarttalo, fue Veinticinco cartas para una guerra, y he vuelto al género epistolar porque me parece una comunicación más fluida, más íntima y cercana. Quería exponer el contraste entre una exiliada y una persona que no había conocido el exilio.

¿Qué fue lo que les mantuvo vivos?

—Mi aita era un enamorado del euskera. Fue un profesor de euskera, también en el Alsina. Porque los vascos dimos clases de euskera, eso parece que lo llevamos en el gen. Según las últimas informaciones históricas de Javier Irujo, Bilbao sufrió 2.000 bombardeos en lo que va del 36 al 37. Nunca hablaron de ello. Lo que querían es que sus hijos siguiéramos reclamando por la causa de Euskadi porque era justa. Ellos habían perdido una guerra pero no había perdido una gran batalla. Creían en la democracia y la libertad. Y eso les iluminó la vida y evitó el horror de la derrota.

Y continuaron con esa lucha en tierras americanas.

—Sí, ya había pasado un prodigio semejante con los vascos de las carlistadas del siglo XIX que fundan al llegar a la Argentina el famoso centro vasco Laurak Bat de Buenos Aires. Pero es que los vascos del 37 que llegan a Venezuela en el 40 repiten el mismo fenómeno. Y un centro vasco es un sitio donde se imparte euskera, dantzas; donde hay una bolsa de trabajo para que ningún vasco esté sin empleo; y compran parcelas del cementerio, porque un vasco que muere hay que enterrarlo con dignididad. Donde van, se repiten los pasos de ayuda, colaboración y compañía.

¿Qué significado ha tenido y tiene el exilio en su vida?

—Viví el exilio de mis aitas que iba a ser corto porque Franco iba a caer, pero duró 40 años. La gran mayoría murió esperando volver a Euskadi. Mi generación se levanta entre el amor a América y las ganas de reivindicar que somos vascos, desterrados. Porque mis aitas habían dejado Euskadi porque estaban entre el paredón de fusilamiento o escaparse. Te va creando una especie de dualidad: eres americana pero eres vasca. Mi marido Pello Irujo y yo, al tener nuestro primer hijo, quisimos evitarle que tuviera esa pena. Encontrarme con Euskadi no fue nada fácil, significó dejar muchas cosas buenas, y al mismo tiempo gané otras cosas buenas.

Su novela trae a la contemporaneidad un drama, el de los emigrantes, que no deja de repetirse.

—Me duele porque entiendo lo que tienen que estar pasando. Me afectan muchísimo los de Nicaragua, Salvador, Guatemala. Todos los del Alsina llegaron a América y fueron recibidos muy bien, porque el vasco tenía muy buena fama. Se habla de la palabra de vasco. El exilio vasco fue muy provechoso. Y contar esta historia es hacerlos vivir un poco. Esa lucha por algo que creían justo y por lo que estaban condenados. Y ha resultado que tenían razón, que se puede aprender el euskera. Lo daban por muerto...

¿Cuál sería su deseo?

—Que el euskera sea más visible, que esté donde debe estar. Es la lengua de Nafarroa. El centro común, la idea de un Zazpiak Bat para mí es muy importante. Tenemos un tejido cultural riquísimo. Tenemos cosas para reclamar, lucir y enseñar. Yo me siento orgullosa del pueblo vasco, porque a pesar de que nos han dado unos y otros, y dentro de nosotros tuvimos también los beamonteses en Navarra, creo que somos un pueblo que merece la recuperación de todo lo que le han ido quitando. Menos mal que no lo hemos perdido del todo.

Título.Cartas desde la libertad’.

Editorial. Alberdania.

Páginas. 226.

Precio. Papel: 19,40 euros. Ebook: 12,99 euros.

Argumento. La autora construye la novela a partir de un hecho histórico, el viaje del ‘Alsina’ y del ‘Quanza’, barcos en los que viajaron sus propios padres, a través de catorce misivas que Alazne envía a su prima, que decidió quedarse en Algorta y terminó por casarse con un falangista. La primera de las cartas está datada el 12 de enero de 1941 en el puerto de Marsella, y la última, el 27 de marzo de 1942.

“Mi generación se levanta entre el amor a América y las ganas de reivindicar que somos vascos, desterrados”

“En el ‘Alsina’, un barco de exiliados, de gente en el último estado de la pobreza, se escribieron libros; y eso lo hace excepcional”