el ciclo del tiempo en las personas, con el descarrilamiento final con la muerte, sobrevuela en los dos últimos discos de Tame Impala y Ben Watt. El proyecto del australiano Kevin Parker, convertido ya en una de las referencias de música alternativa de la última década, regresa con The slow rush (Caroline), un trabajo más pop, evocador y bailable, mientras que el exmiembro de Everything but the girl publica Storm damage (Caroline), un disco "retrofuturista" marcado por la melancolía de su autor y la combinación de sonidos acústicos y electrónicos.

Más adulto, pop y bailable. Así ha vuelto Tame Impala, el proyecto del australiano Kevin Parker, una de las avanzadillas de los sonidos alternativos del pop y rock de la última década y, además, un músico capaz de arrastrar decenas de miles de personas a sus conciertos y festivales, como probó su paso por el Bilbao BBK Live, su estatus como reciente cabeza de cartel en Coachella, Primavera Sound o Lollapalooza, o sus llenos en el Madison Square Garden de Nueva York.

Parker ha cambiado. Tal y como ya avanzó su álbum previo, Currents (2005), buscaba un espectro estilístico más amplio e, incluso, un público más masivo al entreabrir una puerta al pop, al soft rock y a los sonidos bailables sin olvidar los arreglos y clímax psicodélicos que habían aupado a sus dos primeros trabajos: Inner speaker (2010) y Lonerism (2012). Además, cumplió su sueño de codearse en producciones de Travis Scott, SZA, Lady Gaga, Mark Ronson, Kanye West, A$AP Rock...

The slow rush contiene una docena de temas grabados en el estudio de Parker en la australiana Freman-tle y en Los Ángeles, con él en la composición, producción e interpretación. "Muchas canciones hablan del paso del tiempo, de ver pasar tu vida como destellos ante tus ojos, de ser capaz de ver claramente tu vida desde un determinado punto. Me ha barrido esa noción del paso del tiempo. Es muy embriagadora", explicó a The New York Times. Sin abandonar la psicodelia, suena como siempre soñó, como un autor pop, con influencias del soft rock de Fleetwood Mac y Supertramp, del disco, el funk y la electrónica con bases marcadas y estribillos pop memorables, parte cantados en falsetes y con tempos relajados.

The slow rush suena sintético, evocador e instantáneo. Nos hace viajar de la electrónica de One more year al escoramiento al r&b y soul de Instant destiny y sus sintetizadores 70s, pasando por el hit Borderline, que nos manda a la pista con Bee Gees; la profundidad de Posthumous forgiveness, dedicada a su padre muerto y muy evocadora en su final; el baile sensual de Breath deeper; los arpegios de guitarra acústica de Tomorrow's dust; las bases hip hop de On track y funk de Is it true?; o las dos gemas del CD, la instantánea Lost in yesterday, funk electrónico a lo Daft Punk, e It might be time, con Parker gozando entre bucles psicodélicos de guitarras, sintes y voces.

Retrofuturismo Por su parte, Storm damage es el cuarto álbum del británico Ben Watt, exmiembro del dúo Everything but the Girl, que creara junto a su pareja, Tracey Thorn. Su regreso, tras volcarse en un sello de música electrónica y gestionar su propio club, está también marcado por el paso del tiempo y sus consecuencias, la muerte incluida. En sus letras, detalladas, comprometidas y autobiográficas, se advierte el poso que dejó el fallecimiento de varios de sus familiares más cercanos y la rabia política del Brexit.

El viaje angustiado en lo personal y lo político está poblado de fantasmas... y de esperanza. "Siempre hay un hueco para luz", según Watt, que canta "el amanecer siempre irrumpe desde la oscuridad" y "en toda dificultad siempre hay una salida". También le canta a "la ansiedad y determinación" de sus hijos al abandonar el hogar familiar, la añoranza de lo perdido, la necesidad del amor aunque acabe en ruptura, el temor de la llegada de la vejez...

A sus 56 años, Watt busca "una nueva manera de capturar la energía". Y lo concreta en un sonido retrofuturista y minimal, donde conviven guitarras acústicas, sintetizadores, pianos, tempos plácidos, guiños al jazz con un contrabajo en primer plano, melodías pop como las de Figures in the landscape o guiños al trip hop, con ecos de Massive Attack, en Balanced on a wire y Summer Ghosts, mientras marida acústica y electrónica en texturas marcadas por su habitual y hechizante melancolía. Lo toca casi todo él, excepto las bases rítmicas, y Alan Sparhawk, de Low, convierte en imprescindible con su guitarra el tema Irene.