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Teatro para los sentidos en Pabellón 6

La compañía Kabia recupera su espectáculo ‘Decir lluvia y que llueva’ para celebrar 10 años de experimentación

Teatro para los sentidos en Pabellón 6Borja Guerrero

SI uno cerrara los ojos y los volviera abrir, cómodamente sentado en una de las butacas del teatro, bien podría parecer que se encuentra frente a una bella pintura. Un cuadro vivo, eso sí, en pleno movimiento; una obra que respira, habla y, sobre todo, transmite. Dicho de otra manera, asistiríamos entonces a un abrazo entre teatro y poesía, plasmado a través de bellas escenas en movimiento.

Ese es el camino por el que durante los últimos diez años ha transitado la compañía vizcaina Kabia, que ha convertido la búsqueda de nuevas formas de hacer teatro en su seña de identidad. Con la vista puesta ya en su próximo espectáculo, el sexto de gran formato, los diez miembros que actualmente forman parte de este colectivo celebrarán el próximo mes de agosto una década de vida.

Y lo harán por todo lo alto, recuperando en el bilbaino Pabellón 6 el espectáculo Decir lluvia y que llueva, del que ofrecerán un total de cinco funciones en plena Aste Nagusia, del 18 al 22 de agosto. “Ellos siempre quisieron acoger nuestro espectáculo pero hasta ahora no había podido ser; es todo un honor celebrar nuestro aniversario en el mejor contexto posible y saldar esa deuda que teníamos pendiente”, confiesa el director de Kabia, Borja Ruiz.

Entrañas e imagen

Lejos queda ya aquel año 2006 en el que varios jóvenes de la compañía teatral Gaitzerdi dieron un paso más en el desarrollo de sus inquietudes artísticas y crearon un laboratorio de investigación teatral llamado Kabia. Los dos primeros años de su andadura los dedicaron prácticamente en su totalidad al entrenamiento, uno de los pilares fundamentales de su actividad. “Había que poner a punto el cuerpo expresivo, la voz, las emociones... y fue entonces cuando comenzamos a hacer ciertos experimentos y a buscar un lenguaje propio”, rememora Ruiz.

El proceso de concienzuda preparación dio como resultado la enigmática Paisaje con argonautas (2008), donde entran en juego “las entrañas y la imagen”. “Es un texto muy duro -explica el director-, pero hay un trabajo muy cuidado de las imágenes”. Este primer trabajo, con tan solo una actriz y un músico en escena, dio paso en 2010 a la “explosión artística” que es Decir lluvia y que llueva, una nueva pieza de este puzle escénico.

La segunda de sus obras allanó el camino para seguir creando y los catapultó hasta los premios Max, donde estuvieron nominados en la categoría de mejor espectáculo revelación. Además, esta poética lluvia logró congregar sobre los escenarios a la totalidad del equipo; y aunar danza, canto, teatro y poesía. “Es por eso por lo que hemos decidido recuperarla para celebrar nuestros diez años, porque refleja muy bien nuestro espíritu”. Un espíritu de libertad que tomó especial presencia en esta obra. “También podríamos hablar de un autohomenaje en cierto modo porque nos sentíamos tan libres cuando la creamos... Fue el espectáculo que nos abrió el camino y queremos recuperar esa libertad”, detalla.

La independencia artística de la que hablamos, el experimentar y repetir una y otra vez el famoso prueba-error, es otra de las columnas que sustenta este proyecto. “Ante todo, nuestra principal motivación a la hora de crear un nuevo espectáculo es la búsqueda de nuevos retos, es decir, no repetir nunca la fórmula y detectar qué elementos tenemos en el grupo que podemos conjugar”, apunta Ruiz.

Esa apuesta por los desafíos adquiere un molde artesanal todas las obras que nacen de Kabia, moldeando con sumo cuidado, como lo haría un artesano, cada detalle que compone las diferentes capas de la obra y tratando todas ellas (escenografía, música, dramaturgia...) “con igual mimo”. “Solemos bromear con que te puedes perder en la cantidad de horas de trabajo que se esconden detrás de un segundo de nuestras obras, pero es algo absolutamente cierto”, desvela.

“Un delicado drama”

Así pues, capa a capa depuran una creación que va evolucionando y, en ocasiones, también se va alejando en gran medida del concepto inicial. Esa es la razón por la que dedican “más tiempo de lo habitual” a la creación de los espectáculos, concretamente, unos dos años. “En esa búsqueda de nuevos mundos necesitamos que todas las capas tengan una finura particular, y eso se alimenta de un constante entrenamiento de los actores”, argumenta Ruiz.

Entrenamiento y tiempo son, pues, sus dos ingredientes comunes en la génesis de un nuevo proyecto, elaborados en cada ocasión con una nueva fórmula que los convierte en piezas teatrales distintas entre sí. “La genética creativa es inevitable y hay gente que ya reconoce cuando una obra es nuestra -comenta el director, con una sonrisa-, no obstante, no es algo que busquemos conscientemente porque la creación de todos ellas ha sido muy diferente”.

Rojo al agua (2012), su tercer espectáculo, partió de la curiosidad del equipo por crear una escenografía que se fuera derritiendo con el devenir de la historia. Ese fue el germen de un “delicado drama” que funde las experiencias de la Ofelia de Shakespeare y la escritora Virginia Woolf, dos mujeres cuyos destinos se cruzan tras apagarse las vidas de ambas en el fondo de un río.

De juegos y laberintos

Siete años después de la creación del grupo, en 2013, la “pequeña comedia trágica” Itzala, alumbrada en colaboración con el dramaturgo Jokin Oregi, marcó el inicio de una nueva etapa de la compañía, lejos de calor que Gaitzerdi les ofreció durante sus primeros años. “Nos dieron la plataforma imprescindible para poder echar a andar y nos ofrecieron confianza y tiempo”, agradece.

El nuevo camino que comenzaron entonces trajo consigo la adquisición de su sede en el barrio de San Francisco, donde además de entrenar y ensayar sus espectáculos ofrecen cursos de formación durante todo el año. “No solo damos clases, para nosotros es muy importante generar un interés por el oficio y transmitir una visión y una sensibilidad especial por el teatro”, explica el responsable de la compañía. Esa misma delicadeza se desliza hasta las butacas en el “cuento mágico” La noche Árabe, que el año pasado estrenaron junto a Hika Teatroa y a Pabellón 6, llevando a escena un complejo texto del alemán Roland Schimmelpfennig.

La pieza breve El árbol de Hiroshima constituye, por el momento, su última creación, que les ha hecho valedores del premio del público en las recientes Jornadas de Teatro Breve de Pabellón 6. “Es un espectáculo al que le tenemos mucho cariño porque aunque es muy pequeñito y lo montamos en apenas un mes, resume a la perfección muchas de las cosas que hemos trabajado en estos últimos diez años”, cuenta el director. El estreno tuvo lugar a finales de marzo de un 2016 en el que ya preparan su próximo estreno: una obra en la que se sumergirán en el tema de la depresión. “Es algo que no habíamos hecho todavía, el hecho de abordar la creación a partir de un tema, y ahora estamos en pleno proceso de investigación de cómo será este espectáculo pero también fantaseando ya con cuál puede ser el siguiente”, señala.

A contracorriente Celebrar los diez años preparando el once y soñando ya con el doce, ese es para Kabia “el verdadero regalo” en un mundo teatral en el que todavía se sienten “una rara avis”. “Los tiempos han cambiado, pero se mantiene la sensación de que uno no va acorde con ellos y que cada vez van más en contra de lo que proponemos”, alega Ruiz. “Que seamos una compañía con miembros estables casi desde nuestros inicios es un milagro ahora que la estabilidad no está premiada y tampoco se valora el buscar un espacio artístico que no se mida por el rendimiento mercantil o en el que las decisiones se tomen de manera colectiva”, añade.

La compañía, no obstante, sigue apostando por ese modelo de trabajo que la hace diferente, contando con el apoyo de espacios “cómplices” abiertos a nuevas formas de creación. “Sin esas pequeñas islas esto sería imposible”, reconoce. Sin ellos pero también sin los espectadores, en los que Ruiz afirma “la capacidad de dejarse sorprender continúa hoy intacta”.