hACE casi cuatro décadas que la librería Kirikiño abrió sus puertas en pleno corazón de Bilbao, en la calle Colón de Larreategui. Era el año 1976 y Txomin Saratxaga comenzaba la andadura de un local que se convirtió en una referencia de la villa durante 39 años. Era la primera librería, en ese momento en Bilbao, que se dedicaba sólo y exclusivamente a la cultura vasca. Hace unos meses, durante este verano, la tienda cerraba sus puertas, y dentro de pocas semanas le tocará el turno a otra librería histórica, Lauaxeta, en la plaza Campuzano, donde la mujer de Saratxaga Sorkunde Aguirre, echará también el cierre.

La clausura de estos referentes bilbainos es el resultado de una mezcla de la coyuntura de crisis económica y los problemas de salud de Saratxaga. “Nos da mucha pena terminar esta etapa y cerrar”, asegura Aguirre, y es que ha sido mucho lo vivido entre esas paredes: casi cuatro décadas de historia entre libros y literatura.

Kirikiño ya permanece vacía y cerrada, pero Saratxaga mantiene muy vivo el recuerdo de su comienzo. “Se bautizó con el nombre de Kirikiño por dos motivos. El primero como homenaje a Evaristo Bustinza, precisamente conocido por el pseudónimo de Kirikiño, que fue el primer escritor en euskera que ejercía como periodista habitual”, rememora. También eligieron ese nombre como dedicatoria “al batallón nacionalista Kirikiño de la Guerra Civil”. Así arrancaba la primera librería en la villa dedicada a la cultura vasca. Pero este comienzo no estuvo libre de críticas. “Decían que era algo discriminatorio, cerrado, pero nosotros creíamos que sin menospreciar a ninguna otra cultura nos dedicábamos a reforzar o reavivar la cultura más débil, que era en ese momento la de la temática vasca”, apunta Saratxaga.

Sin embargo, Kirikiño también hizo historia por ser el primer local que vendió ikurriñas. Lo hizo al día siguiente de la fiesta de la tamborrada donostiarra en 1977. La noticia fue recogida por la revista Diez Minutos, tal y como narra el propio Saratxaga. Al día siguiente ya hubo una manifestación de señoras de Alianza Popular y al poco una perdigonada de los grises que estaban en los juzgados. “Nosotros estábamos en la pelea, estábamos muy metidos en esta lucha y era algo normal”, rememora el propietario. Saratxaga ha cerrado con pena Kirikiño, una librería “de referencia”, como él mismo define, una pena que se duplica al echar el cierre también Lauaxeta, regentada por su mujer Sorkunde Aguirre.

Segundo cierre Allí, en la librería Lauaxeta, entre estanterías cada vez más vacías, Aguirre cuenta cómo empezaron su andadura. “Recuerdo que cuando abrimos aquí, en Rodríguez Arias, era un mes de diciembre. Al principio casi no teníamos nada de papelería, pero teníamos libros de temas vascos, sobre todo, en castellano y también en euskera”, explica. Por aquel entonces “nadie tenía literatura de temas infantiles, estaban los clásicos pero faltaban las novedades. De hecho había que ir a Madrid a comprar literatura para niños”. “No había ediciones cuidadas infantiles como ahora”, recuerda Aguirre.

Precisamente en Lauaxeta comenzaron atendiendo a colegios: “Eran tiempos en los que los profesores venían a las tiendas, y compraban lo que les gustaba. Ahora ya los mandan las editoriales. Esa cosa de venir los maestros hasta las librerías, y ver a los niños sentados por el suelo se ha perdido”. Así que allí poco a poco se fueron especializando y adaptándose a los tiempos. “Nos hicimos potentes con libros con textos para estudiar, diccionarios, literatura en inglés, francés, alemán... Nos hicimos muy fuertes en el tema de idiomas”, relata Aguirre, quien también señala el entusiasmo con el que se vivía la literatura en euskera en aquel tiempo: “había casi más interés que ahora”.

Mirando al futuro, Agirre apunta la aparición de los ebooks, la crisis e Internet como los males del negocio librero. “Vivimos un cambio de era, Esta era actual no es la del papel: es la de los ordenadores e Internet, la era de las nuevas tecnologías”, asegura. “Personalmente no tengo esperanza de que esto vaya a remontar, ni a que vuelva el papel. Creo que todo ha cambiado, sobre todo desde hace unos cinco años”, matiza Aguirre.

Portazo final Desde que comenzaron su andadura hasta hoy, Lauaxeta y Kirikiño también han sufrido el azote de la aparición de las grandes empresas que se han instalado en el centro de la villa. “Sin embargo, en principio no notamos tanto la aparición de grandes cadenas de librerías. Quizá acusamos más a otras, como Elkar”. Pero “todo se va acumulando”, como dice Aguirre. En el futuro la propietaria cree que los libros sobrevivirán de otra manera: “Habrá cosas muy exquisitas, porque hay editoriales que hacen libros preciosos que no tienen nada que ver con los de antes, con increíbles portadas, buenas traducciones... Esta industria sobrevivirá gracias a este tipo de gente a la que les gusta el libro de papel”, concreta.

Pero ahora, Saratxaga y Aguirre piensan en el futuro de los libros que tienen en sus almacenes. “Irán a alguna biblioteca institucional o fundación, pero todavía no está decidido”, concluyen. Y es que finalizar una historia tan larga se les hace muy duro: “Todavía está por ver qué pasa el día que cerremos por última vez la puerta de Lauaxeta”.