[Galería de fotos:] A falta de Contador, Majka
El polaco remata en Cauterets su ataque en el Tourmalet en una etapa bajo el control del acomodado Froome, en la que Nibali pierde tiempo y el resto de candidatos se reserva
ilbao - A la espera de Contador, enredado en las alergias, las piernas acartonadas, la moral roída, los hombros arrugados en el infierno de La Pierre de Saint-Martin, donde Froome estrujó el Tour, asomó la valentía de su compañero Rafal Majka en el segundo día, una tregua entre guerras, del tríptico de los Pirineos. El polaco, perfil de hilo fue muy ambicioso. Al ataque. Aunque antes de dedicar el triunfo a Ivan Basso le dijo a Sagan que no se encontraba bien. Su interlocutor le recomendó que se fugara. Majka, obediente, le hizo caso. Acertó Sagan, que no da con el ramo de flores, pero que, visionario, sí lo vio en la mano de Majka. Festejó el polaco un triunfo antiguo, de tintes añejos, de esos que repudia el ciclismo de pinganillo, de equipos que son multinacionales. El laurel de Majka fue una victoria en color sepia. Bella. Hijo de una escapada de largo recorrido, Majka engarzó el jerárquico Tourmalet, donde colocó la bandera polaca por primera vez en la historia de la Grande Boucle, para abrillantar su palmarés (tercera victoria en la carrera francesa) en el liviano Cauterets, la meta en la que sudaba el rebaño del Tour, abrumado por el calor, por ese aire denso que mece los Pirineos y hierve a los corredores. Los dejó fritos. En la parrilla de Cauterets se quemó Nibali. El campeón italiano es una pena andante. “Demasiado calor”, decía Nairo Quintana sobre una jornada en el microondas. El colombiano, al que le gusta cubrirse el gaznate, se desanudó el maillot blanco. No era día para vestir frac. Se imponía ventilarse después de la asfixia en La Pierre de Saint-Martin, donde Froome, estratosférico, apalizó a sus rivales. Los efectos colaterales se hicieron notar el día después. Nadie enseñó la cresta, rapados por el esquilador británico.
Por una vez, llegó la primera escapada. El salvoconducto lo autorizó el Sky. El equipo del método selló el pasaporte y abrió la aduana para los secundarios. El Tour sin checkpoint. Al gesto magnánimo se subieron Thomas Voeckler (Europcar), Rafal Majka (Tinkoff-Saxo), Serge Pauwels (MTN-Qhubeka), Steve Morabito, Arnaud Démare (FDJ) Julien Simon (Cofidis) y Emmanuel Buchmann (Bora-Argon 18). Después se enganchó el empeño del irreductible Dan Martin, segundo en el Muro de Bretaña. El irlandés repitió la jugada. Moviola. Se quedó nuevamente a un palmo del triunfo. No le alcanzó su esfuerzo. Reaccionó tarde. En el Tourmalet, entre los fugados, partió Majka. Hombre puente. Antes del ciclismo que espera al postre que se sirve en el último puerto, hubo un tiempo, no tan lejano, pero que parece extinguido, de la era de los dinosaurios, en el que lo líderes ponían en órbita a los zapadores para que les construyeran una calzada y así promover un motín a bordo, un asalto al trono. Tácticamente, la posición adelantada de Majka era un diamante para Alberto Contador. Sucede que el madrileño, borroso, lejos de su mejor versión, no veía en eso más que un trozo de carbón, el corazón de los diamantes. De todo ello se encargó el Sky, que corre en zapatillas de casa, repantigado Froome en el sofá, abanicado por Porte, infatigable en sus tareas de mayordomo, y mimado por Geraint Thomas, la escolta personal del líder que vivió un día en la oficina. Un saludo por aquí, una charla por allá, una palmada, una broma... El británico, comodísimo en su papel de patrón, domina la carrera de punta a punta.
porte, controla Finiquitado el Aspin, preludio del mítico Tourmalet, nada ocurrió en la legendaria montaña, salvo el peso de su ley, que abrió a más de uno como un libro. Pinot, Peraud, Purito, Bardet, Vuillermoz, Konig o Rui Costa... se desangraban en la montaña. El ciclismo francés, que tanto amó este trazado cuando lo presentó Prudhomme, por el barranco. En cascada. En sus rampas tendidas, en bucle del 8%, puntiagudo después, eterno, el grupo de favoritos era un rebaño. Nadie se movía. Lo hacía Porte, que bajó a la fuente a por agua, y volvió tarareando una melodía. Enfundado en su maillot de topos rojos, una medio sonrisa de jugador de póquer, colocó el piloto automático. A su lado, Geraint Thomas, transfigurado en un escalador, abrigaba a Froome. Fue la respuesta del Sky a un pespunte del Astana de Nibali, con más orgullo que despensa. El siciliano, cubierto con las gafas de sol de espejo azulado, sostenía un farol. Se descubrió después. En la otra mano. El Tourmalet, que provocó un sofocón a Samuel Sánchez, era un museo de cera. Contador, replegado, Quintana, desabrochada la zamarra, Valverde, con ese aire juguetón y Van Garderen, concentrado. Todos quietos. Por delante, Majka, sólido, sin fisuras en su pedaleo, miraba a Cauterets en cuanto venció la cumbre. Dejó huella en la biografía del Tour. El polaco que desvirgó el Tourmalet.
sin ataques Mientras Majka dejaba el macizo montañoso en el retrovisor, alguien pensó que a Froome se le debía probar en el descenso, su asignatura pendiente. Lo verbalizó Oleg Tinkov, el dueño del equipo de Alberto Contador, en su cuenta de Twitter. En su mensaje, el magnate reclamaba un movimiento de Nibali y Contador, dos reputados bajadores. El deseo de Tinkov se quedó flotando en las redes sociales. Su anhelo no dejaba de ser un ejercicio de ciencia-ficción. En una arcadia, en eso lugares felices, en las ensoñaciones todo es posible, incluso sostener castillos en el aire. En el Tour de Froome, los deseos solo obedecen a sus órdenes. Froome mandó a Geraint Thomas a descerrajar el descenso. Se soldó a su estela. Descendió sin agobios. Solo Valverde, que se disparó en la bajada, -colocó el velocímetro a una velocidad récord de93 kilómetros por hora- Barguil, que se conectó al grupo tras una persecución maratoniana, y Castroviejo, de nuevo en el redil, sacaron provecho de la cara B del Tourmalet.
A la etapa, firmado el armisticio, le restaba Cauterets, que esperaba Majka y desesperaba a Dan Martin, un paso por detrás del polaco. Era la hora de fichar, de cerrar el día, sin más hasta que a Bauke Mollema entró en estado de ebullición y Cauterets. Apretó el holandés y Nibali se fue al fondo. Otra vez. Hundido en su impotencia. El Tour es el camino hacia el cadalso para el italiano, otra vez al desnudo. En el inopinado ataque de Mollema también se rindió, al fin, el soldado Porte después de protagonizar una prodigiosa etapa, excelsa. El australiano se ganó el medallero entero. No hay caja fuerte con lingotes suficientes pagar su trabajo. Los sabe Froome, que pastorea el Tour. Porte es el mejor trofeo posible. El otro se lo ganó centímetro a centímetro Majka.