EL palacete plantado en el número 8 de la extinta travesía de los Espinos no siempre tuvo delante la palmera por la que todo el barrio de Ribera de Deusto referencia el peculiar inmueble ahora solitario en Zorrotzaurre. Fue una de sus inquilinas, Josefa Yáñez, la que a finales de la década de los años 70 del pasado siglo plantó el vegetal que todavía aguanta más de cuatro décadas después impertérrito.

Así lo explica su hijo Alfonso Díaz tras la publicación en DEIA anteayer de la información donde se revelaba el estado del peculiar inmueble. "Todo el vecindario la conocía con respeto como la señora Pepita por lo amable y entrañable que era y fue ella la que la plantó de forma espontánea". Ricardo recuerda cómo "íbamos de vacaciones a Alicante y creo que fue en el verano del 79 cuando paramos en Elche en el viaje de vuelta y cogió una púa (semilla) de una palmera para traerla a Bilbao".

Entonces el jardín delantero carecía de árboles y la señora Pepita, que vivía con su familia en el segundo piso, pidió permiso a los propietarios para su plantación. "No hubo problemas y mira cómo ha crecido" desvela su hijo que aclara cómo la presencia de este majestuoso vegetal no es consecuencia de que "allí vivían burgueses como se ha publicado en algún libro".

La familia tenía tanto cariño a la palmera que uno de los hijos de Pepita, quiso colocar una chapa de latón en su tronco para identificar quién fue la artífice de su presencia en Zorrotzaurre. La información publicada por DEIA ha retrotraído a Alfonso a su infancia, cuando la familia se trasladó a este inmueble después de que con la apertura del canal de Deusto, expropiaran los terrenos donde tenían su anterior hogar. "Fue en 1958 y nos instalamos encima de la vivienda del que era nuestro médico de cabecera, José Luis Iriondo, muy conocido en Deusto por ser también preparador físico del club de fútbol del barrio".

La señora Pepita y su marido Ricardo vivieron en la casa de la palmera junto a sus tres hijos, detallan unos vástagos que con los años conformaron familias propias. "Después de que nos casamos, no abandonamos esa casa y todos los fines de semana volvíamos a comer con mis padres. De hecho, nuestros hijos han disfrutado mucho allí siempre jugando en la calle", rememora con cariño.

Desde hace tiempo Alfonso no ha vuelto por la travesía de los Espinos. "Me da pena cómo ha quedado la casa" y espera que el inmueble tenga futuro más allá de su demolición, la cual parece más que evidente. "Y si lo tiran sería muy interesante que conservaran la palmera replantándola en otro sitio de la zona y reconociendo a la señora Pepita como la que plantó aquella púa de Elche", concluye.