Los vecinos de la isla de Zorrotzaurre la conocen como la casa de la palmera por el enorme ejemplar vegetal que invade el exiguo jardín del solar. Es un viejo edificio de más de un siglo de antigüedad que destaca desde hace un par de años al erguirse incólume y solitario rodeado de solares vacíos donde a lo largo de este año empezarán a crecer las primeras promociones residenciales en la punta sur de la isla, cerca del puente Frank Gehry.

Una soledad externa que nada tiene que ver con la actual presencia masiva en su interior de jóvenes okupas inmigrantes como puede comprobarse a diario.

Una rémora urbanística que, según el plan especial vigente, debe existir ya que la directriz máxima cuando se redactó era que había que mantener en la nueva isla todos los edificios habitados tras su correspondiente reforma. Rehabilitaciones que se han concretado en el resto de los inmuebles veteranos de Zorrotzaurre menos en la casa de la palmera.

¿Por qué? La razón es que los tres socios dueños del edificio número 8 de la ya inexistente travesía de los Espinos no se ponen de acuerdo en su venta, ni en su rehabilitación. Al parecer, según indican en el entorno del barrio, uno de los propietarios piensa que le puede sacar buenos rendimientos al solar, otro es más pragmático a la hora de vender y un tercero no tiene postura clara.

Una disensión que pareció diluirse hace un par de años cuando salió a la venta el edificio por dos millones de euros, una cifra que luego se rebajó en 200.000 euros, pero que no fue suficiente para encontrar nuevo propietario. Incluso parece que el socio con más ganas de vender a un precio razonable llegó a encargar un proyecto de rehabilitación, pero los interesados que se acercaron, viendo el desacuerdo existente entre los titulares del solar, se tiraron para atrás.

Desde la Comisión Gestora de Zorrotzaurre indican que "es una propiedad privada en la que no podemos hacer nada". Aún así van a tomar cartas en el asunto para facilitar, en cierta medida, la venta del solar y que no quede un desahuciado edificio, ya casi sin tejado, rodeado de flamantes promociones residenciales como las que ya anuncian carteles en las parcelas colindantes.

La comisión, como entidad que vela por el desarrollo urbanístico de la isla, compuesta por los principales propietarios públicos y privados de terrenos, va a proponer al Ayuntamiento la aprobación de pequeñas modificaciones en el mencionado Plan Especial urbanístico de Zorrotzaurre. Una de ellas es dejar el solar de la casa de la palmera fuera de ordenación.

Según indican desde la comisión "el objetivo es que, en caso de que la adquieran nuevos propietarios se les dé la opción de derribarla y que el nuevo edificio a construir se levante una planta más de la que tiene para que quede a ras de la nueva altura que va tener toda esta zona sur de la isla con la nueva urbanización". Porque ese es otro handicap.

El caserón, de planta baja más cuatro de altura, la última bajo cubierta, va a quedar en un agujero al quedar rodeado por las nuevas calles que se van a crear a dos metros por encima de la superficie actual para evitar así los efectos de posibles desbordamientos de la ría.

La casa de la palmera siempre ha sido un edificio de inquilinos, los últimos una madre de 84 años y su hijo junto a dos familias jóvenes con hijas que aguantaron en el edificio hasta 2018. Un año antes, Mari Cruz, que entonces llevaba 55 años como vecina en el inmueble, declaró a este periódico su temor por la situación de degradación que se daba entonces al estar el inmueble rodeado de pabellones abandonados donde dormían jóvenes inmigrantes.

La labor de derribo para dejar los solares limpios eliminó ese problema de jóvenes marginados pero se volvió a repetir esta vez dentro del mismo edificio. Es más la presencia actual de okupas les hace pensar a muchos vecinos que se pueda generar una desgracia en cualquier momento.

Rosa es una de ellas. Ayer martes recordaba como "desde que quedó deshabitado se han producido varios incendios en su interior incluso con los bomberos aquí" explicita mientras mira el edificio desde la ventana de su salón. Explica que "los chavales hacen fogatas para no pasar frío por las noches y fíjate las temperaturas que estamos teniendo", recuerda. Mientras charlamos se ve a un joven que sale de la casa. "Es una pena, es un casa bonita, distinta, y está destrozada por los okupas que entran a pesar de que está tapiada", describe la vecina. Los ladrillos en las ventanas de la planta baja y en el portal "les da igual porque han hecho un agujero por encima, cerca del limonero que hay también en el jardín y se meten por ahí. Los veo entrar. Tienen que vivir muchos ahí", estima.

La también miembro de la junta directiva de la asociación de vecinos recuerda como hace unos pocos meses "tuve el teléfono en la mano para llamar a Urgencias" ya que fue testigo desde su casa de como "dos chavales en el tejado estaban tapando con plásticos supongo que algún agujero que había. Estaba segura que se iban a caer y se iban a matar, al final, afortunadamente, no fue así".

De momento, la casa de la palmera seguirá ahí, solitaria por fuera y llena por dentro, hasta que un acuerdo haga viable su futuro. O no.

"Es una pena, es una casa bonita, distinta, y esta destrozada por los okupas que entran a pesar de estar tapiada"

Miembro de la asociación de vecinos.