sin techouna veintena de personas sin hogar duerme en una cancha de baloncesto

Es lo que está sucediendo en barrio bilbaino de Atxuri, pero también ocurre en la localidad fronteriza de Irun, cuyas calles acogen diariamente a decenas de migrantes en tránsito a la espera del momento para cruzar la muga con Francia. Traducido a cifras, el fenómeno del sinhogarismo, el 33% extranjeras. Fuera de la estadística del Eustat hay un número indeterminado de personas, en tránsito o no, que sobreviven en auténtica situación de calle con la esperanza de que se libere una cama en un albergue.

La casuistica es tan variada como desconocida. Las personas migrantes sin hogar son solo números que se tornan en una realidad incómoda que nadie quiere ver frente a su casa o negocio. Pero si no se retira la mirada, bajo las mantas hay personas en busca de una oportunidad para salir de la exclusión. En la cancha de Atxuri la mayoría son jóvenes como Mohamed, Ibrahim, Ayoub o Hafid. Todos son recién llegados desde Marruecos y Senegal. Y todos se levantan a diario cuando aún no ha amanecido para ir a estudiar después de sacudirse la humedad de la noche y tomar una ducha improvisada bajo el chorro de una fuente.

No es lo mismo decir que ver y mostrar que estos jóvenes que duermen en Atxuri no son delincuentes y que de hecho estudian a diario para conseguir un trabajo. Por eso DEIA ha acompañado a Hafid (42 años, Marruecos) hasta su curso de soldadura en la Fundación Peñascal, uno de los centros elegidos por el Departamento de Educación para impartir la primera experiencia piloto en el Estado de FP Básica de tres años orientada a colectivos vulnerables, con el objetivo de que logren una titulación profesional. Son más de 45 minutos de trayecto bajo una intensa lluvia desde Atxuri hasta las mismas faldas del Pagasarri, donde se ubica el taller metalúrgico de Peñascal, que promueve a través de la educación la integración de personas en exclusión por motivos académicos o sociales.

MANTAS HUMANAS

El día arranca a las 6.45 horas. El resplandor de las piscinas de Atxuri ilumina los bultos de mantas humanas que hay esparcidos por la cancha. Un barrendero limpia las instalaciones sin molestar a nadie. Solo el pitido de la marcha atrás del camión de la limpieza yéndose delata la presencia de este operario municipal. Mientras los primeros deportistas aguardan a que abran las puertas del polideportivo, Hafid sale de la tienda de campaña Quechua verde donde duerme. Apretón de manos y mete el saco en la tienda.

Gracias a la plataforma de apoyo vecinal Atxuri Harrera, creada en 2018 tras la llegada masiva de migrantes al Estado, Hafid puede dejar sus enseres de 8.30 a 21.30 horas en un local situado en la trasera de la iglesia de la Encarnación. Este servicio de consigna -la taquillita, como la llaman- actúa asimismo como punto de encuentro entre estos jóvenes y las personas voluntarias que les acompañan en su situación de calle.

Con su mochila al hombro, Hafid se asea en la misma fuente de la plaza. Cualquier otro día, este pescador de profesión en su Asfir natal enfilaría hacia Peñascal sin desayunar, pero hoy agradece la invitación a un café caliente. El recorrido bajo el aguacero transcurre entre silencios prolongados porque Hafid, que llegó en julio en patera a Lanzarote, apenas sabe castellano. Con ayuda de un intérprete relata la angustia que sitió al atravesar el Atlántico a bordo de una embarcación precaria atestada de otra gente que, como él, huía de la pobreza. "Vimos la muerte cara a cara porque el motor de la patera se estropeó". Explica que abandonó Marruecos porque sus padres se murieron y él se quedó solo. Cuando llegó a Lanzarote, dice, "vine directamente a Bilbao porque quiero cambiar mi vida aquí. Antes no conocía Bilbao, pero mucha gente allí decía que en el País Vasco había oportunidades para encontrar trabajo y ayudas". Por ahora solo tiene el apoyo de Atxuri Harrera, que le ha ayudado a dar los primeros pasos en el complejo mundo de la burocracia y los servicios sociales.

"Intenté dormir primero en el albergue pero me dijeron que no había sitio, ahora estoy esperando en este campo de baloncesto a que se libre una cama". Hafid asegura que viviendo en la calle "sientes miedo por la noche, hay gente de todo, me han robado el móvil, la ropa, muchas cosas. Necesitamos ayuda. Cuando salgo del curso, ya no tengo nada, me siento solo". Aunque pueda resultar extraño, más que el frío o la lluvia lo que más pesa en el ánimo de esta gente "es estar dando vueltas todo el día por la ciudad sin tener nada que hacer", afirma Txus Elorza, uno de los voluntarios que hace turno en la taquillita y miembro de Ongi Etorri Errefuxiatuak.

Desde Atxuri Harrera son conscientes de que parte del vecindario rechaza la presencia de estos 20 jóvenes sin hogar y defienden que el Ayuntamiento cierre la cancha. Muerto el perro, se acabó la rabia. En primavera ya hubo un desalojo por parte de la Policía Municipal y varios miembros de la asociación de vecinos acudieron al último pleno del Ayuntamiento de Bilbao para denunciar "inseguridad". Los voluntarios Luis Rodríguez y Pepe Ruiz no eluden la cuestión de la inseguridad que siente parte de los vecinos del barrio. Sin embargo, su enfoque es distinto del que sostienen quienes alientan la solución de la fuerza.

PERCEPCIÓN DE INSEGURIDAD

Para Luis la base del clima que se ha instalado en el barrio es "el desconocimiento". Este voluntario entiende que "hay personas que pasan por aquí a la noche, que ven a veinte personas durmiendo, desconocidas, que muchos ni siquiera hablan tu lengua y entiendo que el miedo a lo desconocido es el que actúa. Lo que hay que saber es por qué". Tras conocer a estos chicos de la calle, Luis está convencido de que ese miedo está provocado "por los prejuicios porque la mayoría de las personas que duermen en la cancha es gente que ha venido a estudiar, a trabajar y que está buscándose la vida". En todo esto, apunta, "hay una situación de racismo estructural que te condena a estar en la calle una media de cinco meses, salvo que tengas suerte".

Luis no oculta que vivir en la calle hace que se puedan producir altercados. "Estar en la calle supone pasar frío ahora en otoño, calor en verano, mojarte cuando llueve, pasarlo mal, cuando te han robado o cuando has pedido el pasaporte, cuando te encuentras las puertas cerradas... La calle es lo que tiene, es dura y, a veces, te lleva a buscarte la vida. Habrá personas que lo hagan pero son una minoría". A su juicio, el problema que subyace en este u otros asentamientos de migrantes en las calles de Euskadi es que las autoridades no entienden debidamente a las personas migrantes y que los dispositivos puestos en marcha no responden a sus necesidades vitales.

En este sentido, Pepe explica que "se siguen manteniendo unos servicios para personas sin techo con una visión de hace décadas dirigida a gente que poco a poco y que, por diferentes situaciones, ha ido deshaciendo o destruyendo su vida hasta llegar al último escalón, la calle". La realidad en Atxuri, sin embargo, es otra. "Se trata de gente joven con mucha fuerza, con muchas capacidades, con mucho potencial y todo eso se va a aminorando a medida que pasan un día más en la calle".

Este voluntario explica que estos chicos llegan en busca trabajo y que lo tienen difícil porque "no son habituales los trabajos en B más allá de la chatarra o en el mundo agrícola". La dificultad para dar con una oportunidad laboral hace que busquen otros destinos. "Se van para Francia o van al sur. Aquí hay un consulado de Marruecos y hay muchos chicos que solo vienen a hacer o renovar pasaporte y los servicios municipales no están preparados para hacer frente a esta situación", argumenta.

Otros extranjeros llegan con la firme voluntad de abrirse camino en Euskadi para lo que necesitan dominar el castellano y acreditar algún título. "Da gusto, son como esponjas", afirma Inés Ibáñez, tutora del curso de soldadura que estudia Hafid en Fundación Peñascal. Comenta que "otros chavales de Bilbao que no han acabado la ESO vienen porque les mandan sus familias, pero estos chavales inmigrantes vienen a estudiar por propia voluntad porque lo necesitan y quieren una oportunidad para cambiar su vida y ven que aprendiendo un oficio pueden lograrlo".

EDUCACIÓN, CLAVE DE OPORTUNIDADES

Según expone Ibáñez, el principal obstáculo es que "son pocas las oportunidades laborales que se les da porque tenemos una visión de la persona extranjera en general bastante deformada por los mensajes negativos que transmiten los medios de comunicación. Hay de todo, pero cuando les conoces en el día a día ves su energía e interés. Hay marroquíes ladrones como los hay españoles, hay gente buena y gente mala en todos los sitios", replica esta docente. La coordinadora de estos cursos de FP Básica, Raquel Olmos, coincide en la buena disposición del colectivo migrante hacia el aprendizaje. "Este año tengo un grupo que viene con una ganas inmensas, que vienen todos los días, son muy educados, afectuosos y con ganas de aprender. O sea, que estoy muy contenta".

Según señala, en las clases no se establecen diferencias entre estudiantes que viven en situación de calle y los que no. Lo único, añade Olmos, "es que estos chavales son muy valientes porque venir un día como hoy en el que hace frío y llueve, andar una hora hasta Peñascal, tiene un gran mérito". En este centro de FP les imparten soldadura "también tenemos una clase de tecnología en la que aprenden la teoría de la soldadura y luego tienen clases de castellano. Les clasificamos por nivel, les hacemos una prueba inicial para adaptar la enseñanza para que no se pierdan. Nos adaptamos a lo que sabe cada uno".

ENCUENTRO EN EL BARRIO

Desde que nació en 1987 en un local de la parroquia del barrio, Fundación Peñascal es conocida como el centro de las segundas oportunidades pero en realidad, afirma Olmos, "aquí damos terceras, cuartas o cuantas oportunidades necesite alguien para formarse". Esta profesional opina que Hafid "lo va a tener más complicado que el resto porque es más mayor y, aunque es raro, ni siquiera está alfabetizado en su idioma por lo que tendrá que trabajar más para poder acabar el curso de tres años y no tendrá prácticas hasta que acabe".

No obstante, Olmos añade que "aquí vamos a estar para ayudarle en todo lo que podamos y, a ver si hay suerte, y que quien le acoja en las prácticas pueda regularizarle. Conociéndole, como trabajador no va a tener ninguna pega y ganas le pone todas para aprender".

Después de un día en clase entre sopletes y la cartilla de leer Hafid regresa al barrio para encontrarse con otros compañeros tras pasar por un comedor social. En Atxuri se encuentra con Ayoub, un joven de 24 años de Agadir que llegó siguiendo la estela de dos hermanos que se marcharon a Alemania. "He venido a Europa porque quiero cambiar mi vida. Llegué hace cinco meses a Bilbao, duermo cerca de la montaña con unos amigos. Estoy estudiando un curso de carnicería y pese a lo duro que es estar así, no me arrepiento de haber venido".

"Vimos la muerte cara a cara porque el motor de la patera se estropeó de camino a Lanzarote"

"He venido a Europa porque quiero cambiar mi vida aquí y estoy estudiando carnicería"

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