A finales del siglo XIX, la localidad arratiana de Zeanuri contaba con 6 ferrerías y 18 de molinos, todos ellos hidráulicos y asentados en los cuatro cursos de agua principales de la anteiglesia: el río Arratia (Lanbreabe, Ibargutxi, Alkiber, Errotabarri, Altziber y Olabarri); el arroyo de Beretxikorta (Goikoerrota, Erdikoerrota, Barrengoerrota y molino de Undurraga), el arroyo de Uribe (Atxiti, Intxaurbe, Axpe y Zulaibar); y el arroyo de Asterria (Ibarre, Landaburu, Akauri y Uribiarte). La crisis de las ferrerías, durante la segunda mitad de ese mismo siglo, provocó la paulatina desaparición de este tipo de fábricas y, de manera paralela, el crecimiento y auge de las cosechas de cereal supuso la transformación de numerosas ferrerías en edificios dedicados a la molienda del grano.Es el caso del molino de Olabarri que, en su origen como ferrería e incluso durante su reconversión a una nueva actividad, formó parte del mayorazgo de la familia Arriola. Su explotación, en régimen de alquiler, pasó por diferentes manos expertas como la familia Manterola, hasta que el 30 de noviembre de 1898 se hizo cargo del molino Isidro Pujana, también en régimen de arrendamiento. “Fue mi aita, Benigno Pujana, quien lo compró y adquirió en propiedad en 1945. Lo mantuvo en funcionamiento hasta su fallecimiento el 11 de octubre de 1995, la última época con ayuda de mi hermana, Ana Mari, pero ya produciendo cantidades muy pequeñas”, explica con orgullo su hijo Fermín.

La pasión y añoranza por el oficio que durante más de un siglo ejerció la familia fue el motivo que llevó a los Pujana a cuidar, restaurar y acondicionar las instalaciones del viejo molino, y darle una nueva función: recibir visitas y mostrarlo a todas aquellas personas interesadas en conocer esta industria tradicional y su funcionamiento. “Al morir mi aita aún funcionaba, pero estaba en malas condiciones. Lo había conocido desde pequeño y me daba pena que pudiera acabar en ruinas. Por eso, decidí arreglarlo. Al estar al lado de una carretera, tuve que encargar la redacción del proyecto a un arquitecto y conseguí una pequeña subvención de la Diputación de Bizkaia para hacer frente al pago de este documento y el IVA. El resto ha sido con recursos propios”, explica.

La ingente tarea en la que se embarcó Fermín incluyó labores de obra civil dirigidas al arreglo estructural del edificio (tejado, paredes, suelos...) para las que, en ocasiones puntuales, tuvo que recurrir a la contratación y ayuda de profesionales de diferentes gremios, pero su formación en maestría eléctrica, su larga experiencia como operario de mantenimiento y sus habilidades hicieron posible la recuperación de toda la infraestructura, incluida la maquinaria. “Desmonté hasta el último clavo y piezas de las turbinas, los ejes, las muelas... Me llevó diez años y tras reparar y reconstruir todo, el molino fue inaugurado en 2005”.

En marcha para visitas

Desde entonces, las instalaciones y dependencias del molino Olabarri pueden ser visitadas por dentro y por fuera, un recorrido que permite ver de cerca el canal o salto de agua necesario para poner en marcha todo el mecanismo. “Cuando su funcionamiento era diario, teníamos concedidos 330 litros de agua por segundo para mover las tres turbinas y poner en funcionamiento los tres pares de muelas del molino: dos para maíz y otra para trigo. En la actualidad, tengo permiso para 30 litros por segundo, lo suficiente para mantener lleno de agua el depósito que tiene 6,5 metros de altura y poder hacer demostraciones”. En todos estos años, han sido innumerables las ocasiones en las que la maquinaria se ha activado gracias a la fuerza del agua e incontables las visitas recibidas de todas las edades -niños, jóvenes, adultos y jubilados- y de diferentes procedencias, entre ellos representantes de Ardatza Arroudet, Asociación de Amigos de los Molinos de la zona de Iparralde y de Bearn. Y como no podía ser de otra manera, Olabarriko Errotea ha sido pieza fundamental de la ruta denominada Marcha de los Molinos de Zeanuri de 18 kilómetros de distancia, y suspendida las últimas ediciones debido a la pandemia. “Era en el mes de mayo y siempre acababa en este edificio”, precisa Pujana.

Ya sea en coordinación y colaboración con centros educativos, asociaciones u organismos públicos o concertando una visita privada, Fermín Pujana está encantado de abrir las puertas del molino familiar, siempre que su disponibilidad lo permite. Como buen anfitrión, adentra a sus invitados en cada una de las estancias y, de manera muy didáctica, explica en funcionamiento de todos los elementos. “Lo que más suele gustar es la puesta en marcha de las turbinas, sobre todo a los más peques, pero también todo lo relacionado con el proceso de molienda del grano”. Las paredes y estantes de cada una de las dependencias son, además, un verdadero museo etnográfico con piezas de mucha antigüedad como la balanza de ferrería datada en 1764 o las pesas que se pueden ver en la sala molinera. Allí también exhibe enmarcados varios documentos oficiales de las diferentes ocasiones en las que la Jefatura Provincial de Vizcaya, en la época de la dictadura, emitió orden de cierre o de cese de actividad del molino Olabarri “por no ser afines al movimiento”, afirma Pujana. Hay notificaciones fechadas el 2 de marzo de 1943 o el 12 de julio de 1945, e incluso copia de un expediente emitido el 27 de septiembre de 1944 por la Fiscalía Superior de Tasas por molduración ilegal de trigo ya que, a pesar de las reiteradas prohibiciones y presiones, “mi abuelo y mi padre se negaban a cumplir esas injustas órdenes”. Fue, sin duda, una etapa dura pero, a pesar de las trabas y las dificultades, la familia Pujana siguió adelante con su oficio y su modo de vida y sigue poniendo en valor su larga trayectoria como productores de la tan necesaria harina.

El recorrido por el interior del molino Olabarri se cierra en una estancia donde Fermín acapara y muestra numerosas piezas de trabajo utilizadas por herreros, molineros y otros gremios como una gran muela, más balanzas y pesas, además de diferentes tipos de hachas, sierras o un cepillo de carpintero. Eso sí, lo que más llama la atención es una maqueta que ha realizado con todo lujo de detalles y sus correspondientes mecanismos tanto del molino Olabarri como de la ferrería anexa. Una de sus singularidades es que parte de las piedras utilizadas para esta reproducción “me las ha traído un amigo viajero y hay de más de 50 países, incluso de la Plaza Roja de Moscú”. Y el broche de oro llega cuando todos los elementos entran en funcionamiento.

“Tras morir mi aita, nos dio pena que el molino acabara en ruinas y por eso decidimos acometer su restauración y abrirlo a visitas”

“Durante la dictadura, mi abuelo recibió varias órdenes de cierre, pero nunca dejó de moler”

Propietario Molino Olabarri