Personas que lo perdieron todo y viven sin un techo en bilbao relatan su historia a DEIA
Bilbao - Pero sus inicios no fueron fáciles. En 2008 su suerte dio un giro inesperado y se quedó sin trabajo. Durante los primeros años, fue tirando de los ahorros, hasta que se le acabaron. Con 20 euros en el bolsillo, no vio otro remedio que pedir. “A mí esto me da mucha vergüenza. Y al principio lo pasé muy mal”, tanto que decidió abandonar Santander y empadronarse en Bilbao.
Su historia, al menos, tiene un aspecto tranquilizador: Francis logra mensualmente los 250 euros con los que paga una habitación de alquiler. “Le debo mucho a la gente”, agradece.
Pero el caso de Kevin, Francis... no es aislado. En Bilbao, 141 personas viven a la intemperie en la calle. Sin cobijos ni protección, duermen y piden ayuda en la villa formando historias distintas pero parecidas entre sí. En 2010 y 2011 eran 205 las personas sin techo en la villa, pasando a 148 un año después y manteniéndose esos datos hasta la actualidad. No obstante, son muchas más las familias y personas que no tienen qué llevarse a la boca y necesitan la ayuda de los comedores sociales y albergues.
Félix, un joven africano, duerme en la calle pero come en los comedores sociales. “Al menos algo tengo”. Su historia en la calle comenzó hace dos años. Viajó a Bilbao en busca de un futuro mejor y con una mochila llena de ilusiones. Pasó los primeros años trabajando en todo lo que pudo. Al principio, limpiando; después, vendiendo objetos de manera ilegal... pero al final no llegaba “ni para comer”. Y lo tuvo que dejar todo. “Es una decisión dura la de estar en la calle. Vine en busca de una mejor vida y me quedé solo y en la calle”. En la hora de la comida, “voy a un comedor y por lo menos tengo comida para comer; aunque lo triste no es la comida, es no tener dónde dormir y tener que hacerlo entre cartones”.
Matrimonio bilbaino Cerca de Francis, un matrimonio bilbaino, que prefiere mantenerse en el anonimato “por vergüenza”, tiene una vida similar a la de sus otros compañeros. En su caso, este es el tercer año que no duermen bajo la protección de un hogar. “No estamos empadronados en ningún lado porque no tenemos vivienda. Así que no recibimos ninguna ayuda, y eso que pedir, las hemos pedido hasta cansarnos”, dice la mujer con lágrimas en los ojos. Su marido, de 43 años, la consuela sosteniendo el peso de la relación. “No llores. No es bueno que hablemos de esto, porque ya pedimos por necesidad pero sin pensar en cómo es nuestra vida. Cada vez que recordamos lo que nos ha pasado, ella se viene abajo”, explica el hombre mientras acaricia el brazo de la desconsolada mujer. “Otras navidades más en la calle”, se lamenta.