LA teoría de los seis grados de separación dice que cualquier persona en el mundo puede conectarse con otra a través de una cadena de solo cinco intermediarios. Trasladado al baloncesto de estos tiempos pandémicos y al público que asistió a Miribilla, son tres asientos de separación los que unían los corazones, el sentimiento de la marea negra, en un infierno a baja temperatura. Fueron al final 307 espectadores, todos de Bilbao por las nuevas restricciones, los que ejercieron de avanzadilla y representación de todos los que habrían deseado asistir al regreso del Bilbao Basket a la competición europea. Entre ellos, hubo siete turcos que llegaron de vacaciones a la capital vizcaina y se encontraron con la oportunidad de animar a su equipo.

Desde el 8 de marzo los hombres de negro no contaban con su gente en la grada y lo que hubiera sido un día para celebrar a lo grande se quedó en una alegría contenida y oculta tras las mascarillas. Ya se veía que no era normal cuando los alrededores del Bilbao Arena no eran ese reguero de personas y de coches que solía colapsarlos antes de que el virus cambiara la vida. Ir al baloncesto es también un acto social, pero ahora eso ya no toca cuando todo el mundo está bajo sospecha. Para el Bilbao Basket, para su intendencia, también fue la primera experiencia de organización bajo los criterios que van a mandar en los próximos meses, al menos en los dos partidos de la primera fase de la Basketball Champions League y todo salió perfectamente porque el público actuó con disciplina y resignación ante una situación de la que nadie es responsable. Bastante tiene en su día a día como para protestar en los pocos ratos de esparcimiento que se le conceden.

Los espectadores tuvieron que entrar al campo con orden y ocupar sus asientos de forma rigurosa con esa distancia que en el deporte parece un abismo. El club se esforzó porque todo tuviera el aspecto de un día normal, con su animación, con su música. Pero faltaba algo, en realidad faltaba todo. Daba pena ver a Armi solo con su bombo y su bandera en uno de los fondos sin la compañía de todos esos aficionados que durante veinte años han empujado al Bilbao Basket muchas veces a superar sus límites. Estaba el espíritu, pero sin el ruido, sin los decibelios que encierra el recinto de Miribilla, sin la energía que nace desde los asientos verdes y amarillos todo se hace más complicado. Había ganas de baloncesto, deseo de animar, pero todo era demasiado frío porque los gritos se perdían en la inmensidad del Bilbao Arena, donde 300 espectadores suponen un número insignificante.

El obstáculo era el Pinar Karsiyaka y, como viene pasando esta temporada, el factor cancha desapareció. El partido remitió a aquellos que cubrieron casi toda la década anterior, con dos conjuntos cortados por distinto patrón. El Bilbao Basket, con esa preciosa equipación que lucirá en Europa, nunca estuvo cómodo, no era sencillo en esas circunstancias, y pagó que seguramente tuvo la cabeza en demasiadas cosas a la vez que tienen que ver con los dos choques que aún le aguardan esta semana mañana mismo ante el Andorra en Miribilla otra vez y el sábado ante el Manresa en la cancha catalana. Los turcos dominaron muchos minutos con una propuesta más parecida a lo que se ve en el otro lado del Atlántico que a lo que se juega en Europa. Ya lo había advertido Álex Mumbrú, pero sus jugadores sufrieron ante un rival que durante bastante tiempo jugó con cinco hombres abiertos.

Como si fueran los Houston Rockets, el Karsiyaka metía de tres o debajo del aro, desbordando con demasiada facilidad a la defensa bilbaina, que no llegaba a tiempo para cerrar el aro. Se sabía que el técnico del Bilbao Basket iba a utilizar la BCL para intentar alargar el equipo y así Kingsley Moses fue el descartado para cumplir con los cupos, Felipe Dos Anjos fue titular, Jaylos Brown tardó en aparecer y, al menos, los pocos seguidores del Bilbao Basket pudieron ver los primeros minutos de Jovan Kljajic, que fue reclamado muy pronto por su entrenador. El montenegrino estuvo tímido y cohibido, algo normal cuando apenas ha asimilado algunos conceptos de su nuevo equipo y estuvo más pendiente de no cometer errores que de mostrar esa fama de atrevido que le precede.

Cuando Ondrej Balvin estuvo en cancha marcó diferencias con un doble-doble, pero ayer no era el día para que el checo cargara con demasiados minutos, incluso tuvo que ser tratado por algunas molestias en el hombro. En su ausencia, Dos Anjos no logró imponerse en la zona ante defensores más pequeños, aunque en general todo el equipo estuvo excesivamente blando, cediendo demasiado espacio a jugadores expertos en el uno contra uno y en el tiro tras bote de los que el Bilbao Basket se ha encontrado muchas veces en Europa. El público trató de animar lo que pudo a sus jugadores que, sin un claro hilo conductor, se fueron apagando en el último cuarto con muchos problemas para circular el balón y encontrar tiros liberados. Ni siquiera animó el cotarro las quejas por la premura de los árbitros en un par de revisiones del instant-replay, que hicieron que el público les apremiara porque “va a llegar el toque de queda”.

Esta realidad que toca vivir, la de estar en un sitio donde antes se disfruta y ahora se mira de reojo al reloj. Incluso rondaba la posibilidad de una prórroga y de meterse en esa restricción de movilidad nocturna, como se ha bautizado de forma eufemística para disimular. Pero nadie se marchó antes de tiempo, no se podía. Con la bocina final, hubo que desalojar el pabellón por sectores para evitar que la gente se cruzara y se aglomerara en las puertas de salida. En unos pocos minutos, en Miribilla no quedó ni rastro del partido. De nuevo, unas calles vacías, oscuras, tristes, y una despedida hasta el 10 de noviembre con otros pocos bilbainos afortunados. Porque ahora mismo el Bilbao Basket no puede expandirse más allá.