La visita al colista confirmó que el Athletic ha entrado en una espiral ingrata que le puede desconcertar y que sin duda le está generando frustración. La impresión de que sus méritos obtienen un reflejo insuficiente en el resultado estuvo muy presente ayer durante el juego, así como en boca del entrenador y los jugadores tras el partido. No podía ser de otro modo porque demostró ser bastante más que el Espanyol y sin embargo, al igual que le ocurriera contra el Celta en casa, se tuvo que conformar con un punto. Son ya cinco empates consecutivos, lo que de por sí supone un frenazo evidente en sus aspiraciones, pero lo peor del asunto es que la mejoría que ha experimentado su rendimiento, salvo en el derbi con el Eibar y muy marcadamente en las dos jornadas más recientes, le ha cundido muy poco. Sentirse ganador moral no compensa cuando crece la distancia respecto al objetivo que se persigue.

La falta de gol se esgrime como la principal causa del problema. Este argumento plenamente justificado hace una semana quizás no tenga tanto sentido esta vez porque no se asistió a un número exagerado de oportunidades. Los remates fueron muy contados debido en parte a que en varias acciones ventajosas para hacer gol falló el último pase, lo cual no quita para que se imponga la sensación de que el Athletic hizo un trabajo en ataque que podría darle la victoria y que, sobre todo, no tuvo ni punto de comparación con el del Espanyol. De hecho Herrerín, muy acertado en los balones cruzados, no necesitó realizar una sola parada. Sucedió que el anfitrión subió al marcador el único tiro que dirigió a portería, obra de De Tomás, el más listo para impactar el balón que quedó suelto después de tres intentos de despeje baldíos con los centrales implicados.

Siendo esto así, tampoco se trata de señalar a la zaga, cualquiera tiene derecho a cometer un error, pero el detalle es ilustrativo del momento por el que atraviesa el Athletic. Da lo mismo que sea capaz de reducir a la nada a su oponente a lo largo de una hora de reloj o que no pierda la compostura del uno al noventa, da lo mismo porque lo que algunos denominan déficit de calidad y de nuevo ayer perfectamente podría catalogarse como mala suerte, se traduce en una igualada absolutamente injusta.

Garitano le ha cogido el gusto al sistema que propuso en el Bernabéu y el Pizjuán. La identidad del rival no sería ayer la disculpa para juntar a Yeray, Núñez e Iñigo, si bien en el plano táctico poseía su lógica dado que Abelardo emplea dos delanteros. Dicha disposición se reveló adecuada por la libertad que concede a los laterales, un auténtico tormento para el Espanyol. La insistencia en desdoblarse de Capa y Yuri fue clave, pero no menos importante que la aportación de un pletórico Dani García, correctamente secundado por Vesga, o el criterio que exhibió Muniain en la franja central. El ejercicio de superioridad se completó con el excelente encuentro que cuajó Villalibre.

El entrenador optó por dar un respiro al desgastado Raúl García y el chaval gozó, léase en todas las acepciones del término, de su primera titularidad. Viéndole desenvolverse ante el par de moles que protegen a Diego López, su infrautilización hasta la fecha se antoja un misterio. Todo lo hizo bien mientras le duró el gas. Facilitó un montón de salidas del equipo, provocó faltas y dos tarjetas, combinó con inteligencia y, ¡aleluya!, de un córner sacó un gol. Fue una maniobra ensayada, un saque en corto para despistar al que siguió un centro raso hacia la parte exterior del área, donde apareció Villalibre para enganchar un zurdazo inapelable.

con personalidad El gol vino pronto, a modo de recompensa por una salida contundente y dinámica a la que el equipo dio continuidad con unas maneras ciertamente sugerentes. Es probable que el fútbol practicado hasta el descanso sea el exponente más convincente que ha brindado el Athletic a domicilio en mucho tiempo. No sabía el Espanyol ni por dónde le daba el viento, impotente para ligar tres pases, sometido a un maltrato permanente fruto de unas transiciones vertiginosas. En esa fase, con el estadio de uñas con los suyos, si algo se echó de menos fue el gol que liquidase definitivamente el duelo. Pudo llegar en un violento chut de Yuri que desviaron primero Melendo y luego, in extremis, Diego López para hallar la colaboración de la madera. O en un centro de Yuri que Williams, en boca de gol, ni conectó. O en varias subidas abortadas en última instancia por una defensa al garete, que veía cómo le entraban por todas las esquinas.

El guión apenas se vio modificado en el arranque del segundo acto, hasta que Abelardo decidió poner en liza un tercer central y a los pocos segundos se produjo el lance que costó el empate. Lo uno no trajo lo otro, pero la verdad es que el Espanyol recobró la compostura con el citado retoque, su posesión aumentó y al menos logró colgar algunos envíos con destino al peleas de Calleri y a Wu Lei, su relevo. Nada del otro jueves, pero suficiente para que el choque pareciese más equilibrado.

El Athletic no perdió el sitio ni renunció a subir, aunque los minutos empezaron a pesarle, lo cual explicaría la imprecisión que arruinó una serie de aproximaciones muy profundas, hasta la línea de fondo. Una de Villalibre, otra de Yuri, dos más a cargo de Capa y alguna pérdida de Muniain. En fin, entre el cansancio propio y el orgullo del perico herido, no hubo en la media hora final forma de plasmar en un desenlace ajustado lo que fue la matinal en Cornellá. Y así, pese a la notable labor colectiva, se gestó el enésimo reparto de puntos, el décimo en el campeonato, que hace el quinto seguido, y que por motivos obvios deja además un regusto muy agrio.