El juicio que comienza mañana martes por los atentados en París y Saint Denis el 13 de noviembre de 2015, en los que fueron asesinadas 130 personas, será una ocasión de examinar una larga lista de fallos que se produjeron antes, durante y después. Los más graves tienen que ver con el seguimiento policial y judicial de los miembros de los comandos, ya que prácticamente todos estaban fichados. Fracasó la vigilancia de tres destacados miembros de los comandos, el considerado el coordinador sobre el terreno, Abdelhamid Abaaoud, y los hermanos Brahim y Salah Abdeslam.

La palma se la llevan los servicios belgas. En julio de 2014, una investigadora de la policía judicial recibió una información según la cual los hermanos Abdeslam, amigos de infancia de Abaaoud, planeaban unirse a Dáesh en Siria. Pero no se redactó ningún informe y no se impidió que Brahim viajara el 27 de enero de 2015 para recibir formación militar. Poco antes, el 15 de enero, dos yihadistas murieron en una operación antiterrorista en la ciudad belga de Verviers lanzada por las autoridades de ese país ante el temor de que estuvieran preparando un ataque inminente, apenas una semana después de los atentados en París que comenzaron con la matanza en la redacción de Charlie Hebdo.

Falta de coordinación

Sabían que detrás de la célula de Verviers estaba Abaaoud, al que tenían localizado en Atenas. Pero el aviso a Grecia llegó tarde y el cabecilla logró escapar a Siria y continuar con sus planes.

El 30 de enero de 2015 es la fecha del primer informe de la policía belga sobre Salah Abdeslam porque una fuente les había dicho que tenía intención de viajar también a Siria. Su nombre entró en el sistema Schengen para que se le hiciera un “control discreto”. Lo mismo se hizo con su hermano días después. Brahim fue detenido e interrogado el 16 de febrero a su vuelta a Bruselas, pero negó haber estado en Siria y cualquier simpatía con el EI. Tampoco se hizo un examen del teléfono que se le requisó, y que tenía elementos claramente acusatorios, según se vio tras los atentados. Salah fue interrogado el 28 de febrero y sus respuestas, del mismo cariz. Los dosieres se archivaron por “capacidad insuficiente de investigación”.

En la noche del 13 de noviembre, una de las situaciones más inverosímiles se vivió a la entrada de la sala de espectáculos Bataclan, donde acudieron fuertemente armados ocho militares de la misión antiterrorista Sentinelle poco después de que los terroristas hubieran iniciado la matanza en el interior. Otros agentes de policía pidieron a la prefectura autorización para que los militares utilizaran sus armas largas, pero la petición se rechazó porque en territorio francés solo lo podían hacer en tiempo de guerra.

Un comisario de policía junto a otro agente, sin esperar instrucciones, entró en la sala de fiestas, mató a uno de los terroristas e hizo que los demás se replegaran a un piso superior.

Rocambolesca huida

Salah Abdeslam es el único de los miembros de los comandos que sigue vivo y su fuga de París dejó al desnudo los fallos en la coordinación antiterrorista. El 14 de noviembre de madrugada, unos amigos llegaron de Bruselas en coche a París para llevarle a la capital belga, pese a que el presidente Hollande había decretado poco antes el estado de urgencia y el cierre de las fronteras del país.

El coche con Abdeslam fue detenido por un control de gendarmes franceses, que comunicaron la identidad de los ocupantes a su central. La consulta, que transitó por París antes de ser enviada a Bélgica, tardó demasiado. Cuando llegó la orden de arresto lo habían dejado marchar, al pasar la media hora legal de retención.