“Espero que no solo nos importe poder ir a la playa este verano, sino también cómo está aquello que está fuera de nuestras fronteras, incluso en nuestro contexto, porque también estamos viendo aquí trabajos precarios y salarios que no llegan ni para comer”, censura la presidenta de la Coordinadora de ONG de Desarrollo de Euskadi, Sofía Marroquín, quien confía en que la pandemia nos deje como “aprendizaje” que “el bien común, el trabajo por los demás y los proyectos compartidos nos ayudan a salir mejor de la crisis”.¿Cómo afecta la pandemia a los proyectos que desarrollan las ONG vascas en el extranjero?

—La mayor parte de proyectos se han visto afectados, lo que no significa que no se estén llevando a cabo. Lo que ha habido que hacer es reorganizar el trabajo. Muchos de ellos se han reorientado a poner en marcha iniciativas que ayuden a la población a paliar los efectos del covid. No hemos podido hacer toda la actividad prevista porque la mayoría de países han decretado el confinamiento y las personas, en la medida de lo posible, deben estar en sus casas, aunque en muchos contextos esto es muy complicado.

¿Cooperantes y voluntarios siguen, en su mayoría, en el terreno o hay quienes han regresado a Euskadi para no correr riesgos?

—No ha habido una repatriación masiva de personas. Algunas se han tenido que volver porque eran personal de riesgo por alguna enfermedad crónica o porque el contexto era muy difícil, pero la mayor parte de las que trabajan allí normalmente continúan con sus actividades. Otra cuestión son los programas de voluntariado que hay en verano, como el de Juventud Vasca Cooperante, que promueve el Gobierno vasco, o los que tienen algunas organizaciones. Estos sí se han tenido que suspender porque no es posible desplazarnos con garantías a muchos países.

Dicen que, debido a esta pandemia, las fronteras han dejado de existir. ¿Ha hecho ver esta crisis sanitaria a dirigentes y ciudadanía que todos somos igual de vulnerables?

—La pandemia nos ha enseñado que el coronavirus no tiene fronteras y ha llegado prácticamente a todos los confines de la Tierra, pero no es verdad que ha afectado a todo el mundo por igual. Lo hemos visto en Euskadi, en el Estado, en Europa y lo estamos viendo también en otros países. No es lo mismo tenerte que confinar teletrabajando en una casa bien aireada, con luz, un ordenador y conexión a Internet, que tenerte que confinar cuando tu trabajo consiste en salir con un taxi a hacer carreras y ya no lo puedes hacer y ese día no ganas nada. Tampoco es lo mismo enfermar en un lugar donde tengas un hospital con un respirador y un sistema UCI a tu servicio que en países donde hay tres respiradores para miles de personas.

Las crisis siempre golpean más fuerte a los más vulnerables...

—En aquellos países en los que hay una debilidad previa en servicios públicos sanitarios, acceso a empleo o sistema de protección social el impacto está siendo mucho más fuerte, igual que aquí está siendo mucho más fuerte el impacto en aquellas personas que estaban en una situación de vulnerabilidad anterior. La pandemia ha recrudecido la gravedad de su situación y nos estamos encontrando con dificultades muy grandes porque hay gente que tuvo que ser confinada y dejó de ganar el sustento que necesitaba para comer ese mismo día.

Los medios para luchar contra la pandemia no son iguales en todos los países. ¿En qué zonas sería una debacle por la falta de sanidad?

—En gran parte del continente africano ya tenían una situación de muchísima precariedad y falta de acceso a un sistema sanitario. Ha habido crisis, como el zika, el ébola, enfermedades crónicas, que aquí ya están prácticamente erradicadas, pero que allí se convierten en pandemias más silenciadas, como la tuberculosis, o simplemente el no poder acceder a agua potable y que los niños y las niñas mueran antes de los 5 años por una diarrea. También en Centroamérica y gran parte de América Latina el impacto está siendo muy fuerte. Países como Perú o Venezuela, que ya tenían una situación previa muy complicada, incluso países como México, que se consideran de renta media, pero que tienen al frente a gobiernos que no son todo lo conscientes que deberían ser del alcance de esta situación. Sabemos que Brasil, México, Perú o Ecuador son países donde el impacto está siendo muy fuerte, pero también estamos viendo que hay un cierto silencio, que no nos llega la información como nos gustaría.

¿Los países desarrollados han entendido que si la vacuna no es accesible a toda la población la pandemia no terminará nunca?

—Sobre el papel hemos entendido que es una pandemia global y que, o ponemos soluciones que permitan a todo el mundo salir o el año que viene nos contagiaremos y el siguiente también, pero no está tan claro que estemos dispuestos a poner los medios. Lo hemos visto en otras crisis. Ya sabíamos que había países donde la gente moría por no tener agua o que había guerras donde países europeos venden armas y no estábamos poniendo remedio. La pandemia ha sido un golpe de realidad, porque nos ha impactado directamente, y espero que sirva para poner encima de la mesa soluciones globales. O ponen la vacuna al alcance de todo el mundo o no sé cómo van a poner fronteras a un virus que no las tiene. Esperanza tenemos. ¿Que se vaya a dar? La historia nos dice que casi nunca ha pasado.

¿Esperan que, con la crisis económica que se avecina, el porcentaje de los presupuestos dedicado a cooperación caiga en picado?

—Entendemos que puede haber una dificultad para cerrar unos presupuestos en una situación de crisis, pero esperamos que la cooperación al desarrollo no sea el chivo expiatorio que haga que los recursos se quiten de ahí. Hay otras medidas para conseguir recursos adicionales, como mejorar nuestra capacidad de recaudación. Somos uno de los países que menos recauda de Europa y hay encima de la mesa algunas propuestas, como gravar a las rentas más altas o a aquellos que están usando los paraísos fiscales para no pagar. Si consideramos que la cooperación tiene que desaparecer porque no hay dinero, será un parche que no va a contribuir a salir mejor de la crisis, sino lo contrario.

Guerras, hambre, refugiados, cambio climático... ¿Quedarán por la pandemia en un tercer plano?

—Si pasara, sería el fracaso de la humanidad. La solidaridad y la empatía son valores que existen en esta sociedad. Lo que ocurre es que esta pandemia nos ha tocado en nuestra línea de flotación. Ahora que empezamos a recuperar cierta normalidad, es el momento de plantearnos que nos tiene que importar lo que pasa en el mundo. A veces surgen ideas de primero los de aquí, pero eso no va a contribuir a que salgamos todos.