Largos, muy largos. Infinitos. Sempiternos. Un auténtico calvario. Los dos meses de confinamiento se han hecho eternos. Días que enlazaban unos con otros viendo el mismo panorama, lo que alcanza la vista desde la ventana. Sin embargo, ayer la reclusión terminó. Cayó el muro de cada municipio y una sensación de libertad recorrió Bizkaia en busca de aire fresco, especialmente el de la costa. Porque las nuevas tecnologías ayudan, pero nada es equiparable a la sensación de notar el salitre en las fosas nasales o el cosquilleo de la arena bajo los pies descalzos. No hay instantánea más poderosa que la que capta la retina. Por eso algunos vizcainos optaron por disfrutar de una de las postales más icónicas de territorio, la de las playas de Sopela. "Necesitábamos ver el mar", proclamaron los jóvenes Ane Rodríguez y Eder Creo. A sus 24 años no les había tocado nunca padecer una privación de libertad semejante. "Han sido sesenta días encerrados en Basauri", indicaron sobre su lugar de residencia. Una localidad que ha sufrido en gran medida los estragos del covid-19 y desde donde soñaban con volver a ver el azul del Cantábrico. "Cuando dijeron que ya podíamos desplazarnos a otros municipios le dije a Eder que por favor me llevase a ver el mar", explicó Ane, ansiosa por sentir el "olor a salitre y el aire fresco". "Por Basauri hemos paseado por algún sendero hacia el monte, pero nada es comparable con ver el mar", apuntó Eder. Allí, desde la atalaya junto a El Peñón comprendieron lo "privilegiados" que son los que viven cerca de la costa. "Poder ver esto durante el confinamiento es otro mundo", señaló Ane. Aprovecharon para tratar de absorber todos los rayos del sol mientras se relajaban con el sonido del mar. "Esto es una inyección de vitaminas antes de volver al trabajo en plena Gran Vía", comentó Ane, desinflando la paradisiaca escena, a la espera de otro sueño. "Soy cántabra y no he podido ver a mis padres en todo este tiempo. A ver cuándo puedo ir", indicó.

En busca de una idéntica sensación de libertad acudieron Ixone Iriarte y su pequeña June. "Voy a llorar", describió esta leioaztarra al contemplar la costa. "Después de sesenta días confinados queríamos ver el mar y recordar cómo era la sensación de mojarse los pies", explicó en la arena.