Bilbao - Si algo se puede concluir de la historia vital de Amelia Tiganus es que es una luchadora nata a la que no le tiembla el pulso cuando afirma que es la sociedad que permite la prostitución la que debe sentir la culpa y la vergüenza con la que ella se identificó durante años, hasta que descubrió el feminismo. La coordinadora de la plataforma feminicidio.net, una de las voces más conocidas a favor del movimiento abolicionista, dejó pequeño el edificio de La Bolsa donde el viernes ofreció una charla organizada por la asociación Gafas Moradas. Sus palabras llegan cada día a más gente, a más gente que abre los ojos sobre lo que implica la explotación sexual.

Es habitual que sus entrevistas comiencen con el relato de un suceso que truncó su vida.

-Nací en Rumanía hace 35 años, en una familia de clase obrera. Era una niña normal y corriente, buena estudiante. Soñaba con ser profesora o médico. Todo cambió cuando sufrí una violación múltiple al salir del instituto por parte de cinco chicos. Sufrí la marginalización y el estigma de la revictimización. Tenía auténtico pánico a que no me creyeran o me culparan, pero guardar un secreto tan terrible me desbordó: me resigné a la violencia y dejé los estudios. Mi entorno no estuvo a la altura.

Fue entonces cuando la captaron.

-En esa situación de máxima vulnerabilidad me empezaron a hablar de las bondades de la prostitución, de cómo en un par de años iba a conseguir el dinero suficiente para tener una casa, un coche, volver a estudiar? porque era lo que más anhelaba. Me vendieron a un proxeneta español por 300 euros y acabé en un prostíbulo de Alicante donde empezó mi periplo.

Asegura que la puta se fabrica deshumanizando a una mujer.

-Cuando empecé a reflexionar vi que las historias de vida de mis hermanas prostituidas son una fotocopia. Las putas se fabrican no solo a través de la falta de oportunidades y referencias, todo lo que tiene que ver con la feminización de la pobreza, sino con el arma más destructiva que es la violencia sexual. Si se nos despoja de nuestra humanidad y la sociedad nos trata como desechos, es fácil que los explotadores se conviertan en nuestros salvadores porque la coerción también se da a través de la seducción, de ofrecer protección a unas mujeres que han sufrido muchísima violencia.

¿En qué momento se identifica como víctima de trata?

-Me costó mucho, no ocurrió hasta hace cuatro años. En el imaginario colectivo se entiende que solo es engaño cuando te dicen que vas a venir a hacer otra cosa y te obligan de manera violenta a ejercer la prostitución. Que te engañen también es que te digan que vas a tener poder sobre los hombres, que les vas a sacar todo el dinero. El discurso proxeneta nos llega por todas partes, incluso hoy.

Ejerció la prostitución durante cinco años y pasó por más de 40 prostíbulos. ¿La realidad que le tocó vivir está invisibilizada?

-Es una realidad normalizada, porque todo legitima a los hombres a que piensen que tienen un derecho. El mismo Estado pone a disposición de ellos lugares físicos donde tienen un surtido de mujeres racializadas que pueden elegir como si de cualquier producto de libre mercado se tratara. Pero nosotras no somos un producto, ni la sexualidad es un servicio; tampoco es una necesidad, sino un deseo.

¿Cómo se puede abordar todo esto?

-Tendríamos que reflexionar sobre sacar de la normalidad la prostitución para entender que no es una cuestión de libre elección, sino un problema social de difícil solución. También es un problema ético, que implica a auténticos campos de concentración donde se explota sexualmente a mujeres empobrecidas para el lucro no solo de los proxenetas, sino de todo lo que mueven alrededor.

¿Cuál es la excusa para mirar hacia otro lado?

-Para los hombres o somos diversión o somos una fuente de ingresos. Pero resulta que quienes padecemos todo eso somos mujeres como cualquier otra, aunque a algunas les cueste verlo y les resulte más fácil decir no, es que ellas quieren y les gusta sin tener en cuenta que nosotras también somos seres humanos. Quizás lo más transgresor no es decir que les den el carné de puta y con eso ya se soluciona, sino apoyar el abolicionismo.

¿Son los prostíbulos cárceles sin rejas en los que la sociedad no entiende que están presas?

-Sí, cuesta mucho. Piensa en los años que costó que se entendiera que las mujeres que están en relaciones de pareja abusivas no están encadenadas sino que están atrapadas en una espiral de destrucción. Las cadenas invisibles son las más difíciles de detectar, no solo por el entorno, sino por una misma. Que una misma no se identifique como víctima es justamente lo que quiere el sistema, si no hay víctima no hay nada que reparar.

¿Qué otros factores influyen en esa vulnerabilidad que padecen?

-La mayoría somos mujeres migradas, un 80% provienen de Europa del Este, de África o de Latinoamérica. No solo desconocemos nuestros derechos, sino que nos han enseñado que solo somos un cuerpo y que nadie nos debe ayudar porque nos lo hemos buscado. Este abismo tiene que ver con la separación que ha hecho el patriarcado entre buenas y malas, santas y putas.

¿Qué siente cuando se habla del consentimiento?

-Me parece que es un chiste de mal gusto, igual que la libre elección. Tenemos que dejar de hablar de consentimiento si nos queremos convertir en sujetos activos, no en objetos pasivos que consienten lo que los hombres desean. Es una trampa mortal para las mujeres, porque cuando se da en una situación de vulnerabilidad es una manera de elegir la vida.

¿Y eso se extrapola a la trata?

-En casos de trata también se da el consentimiento, ahí es donde el Protocolo de Palermo nos explica que un consentimiento obtenido a través del engaño, aprovechándose de la vulnerabilidad, es un consentimiento viciado y no tiene valor jurídico.

Dice que la mayoría de las prostitutas son víctimas de trata. ¿Cómo es posible que se permita si es ilegal?

-El gran problema es que diferenciamos trata de prostitución. La trata no es un fin, el fin es la prostitución sexual. Casi todas las mujeres han sido captadas y engañadas (no solo diciéndoles que van a cuidar a alguien sino que van a ganar mucho dinero) para ser explotadas sexualmente. Los 10 millones de euros al día que mueve la prostitución no acaban en los bolsillos de las mujeres, sino en el de los empresarios de los locales de alterne, que no son más que proxenetas.

Dice que la sociedad tiene asumido el discurso proxeneta: como las mujeres quieren, hay que dejarlas.

-Nos llega a través de los grandes medios, la cultura popular? Incluso Pretty woman, a pesar del daño que ha hecho, se sigue emitiendo porque no somos conscientes de que esa romantización y ese mundo que nos enseña sobre la prostitución no es la real. Sobrevivir en un campo de concentración, estar disponible las 24 horas del día, hacer la performance de la puta feliz, ser penetrada por boca, vagina y ano por desconocidos que no deseas de manera sistemática, sufriendo sus manoseos, babeos y sudores? son técnicas de tortura. Sobrevivimos porque se nos activa un mecanismo de disociación permanente que al final no deja bien a nadie.

Legalización o abolición. Ni siquiera el feminismo tiene una postura fija al respecto. ¿Es un indicativo de lo complejo que es el debate?

-No, cuando nos sentamos a hablar todas las feministas llegamos a la misma conclusión. Las abolicionistas tenemos propuestas claras: que se persigan todas las formas de proxenetismo, que los actores que intervienen en la prostitución tengan formación feminista, que los partidos y gobiernos implementen políticas públicas a favor de las mujeres... ¿Quién va a estar en contra de esto?

Defiende que no hay polarización.

-Es un falso debate. No se nos está dejando debatir de verdad porque está claro que en el movimiento feminista se van a infiltrar otros intereses para marear la perdiz y no dejar que nos sentemos para hablar con honestidad.

¿Y cómo afecta el neoliberalismo que propugna la derecha?

-Los partidos de derechas tienen una doble moral, mientras que los de la extrema derecha están a favor de convertir el deseo sexual de los hombre en un derecho. Eso genera una pérdida de derechos, la igualdad desaparece y, si acaso, nos ofrecen la oportunidad de ser “trabajadoras del sexo”.

La asociación Askabide ha denunciado que la edad de los puteros se ha rebajado hasta los 18 años. ¿Qué estamos haciendo mal?

-No le damos la importancia que tiene al lobby proxeneta, que organiza campañas de captación de nuevos puteros, a través de ofertas y fiestas temáticas. No solo se fabrican putas, hay un marketing para fabricar puteros: hay demanda per se, pero también tiene que haber un marketing y la pornografía es una gran parte.

Si esta entrevista llegara a una mujer que ha pasado por lo mismo que usted, ¿qué le gustaría decirle?

-No sé si es a ellas a quien me tengo que dirigir, pero les diría que tienen muchísimos más derechos de los que piensan y que tienen que exigir que se cumplan. También que todo lo que nos está pasando no es algo de lo que se tienen que culpar, sino que forma parte del entramado de un sistema que nos arroja a esa situación.

En su caso el feminismo le ayudó a curar muchas de sus heridas.

-Sí, al descubrir el feminismo vi que mi historia era política. Así pude librarme de la culpa, del miedo, de la vergüenza... Comprendí que no era yo quien tenía que sentir eso, sino la sociedad que lo permite y fomenta.

¿Deben ser las mujeres que ejercen la prostitución las que alcen la voz para reclamar sus derechos?

-Es importante que lideren sus procesos, pero somos todas las mujeres las que tenemos que estar ahí. Es complicado dar la cara y contar lo que atraviesa tu propia existencia para después volver al mismo lugar. Desde un punto de vista ético no podemos exigirlo, tiene que ser parte de un proceso. Para eso es primordial que las mujeres que no han sido prostituidas nos acompañen de la mano.

“Si se nos despoja de nuestra humanidad y se nos trata como desechos, es fácil que los explotadores sean nuestros salvadores”

“Que una misma no se identifique como víctima es justamente lo que quiere el sistema, si no hay víctima no hay nada que reparar”

“Tenemos que dejar de hablar del consentimiento si queremos ser sujetos activos, no pasivos que consiente lo que los hombres desean”

“No le damos la importancia que tiene al ‘lobby’ proxeneta, que organiza campañas de captación de nuevos puteros, a través de ofertas”