Tere Ganboacasa del escribano

El histórico jeltzale Iñaki Anasagasti la conoció bien. “Tuvo el privilegio de conocer a personalidades vascas de una humanidad increíble, como el lehendakari Aguirre, Jesús de Galíndez, Manu Sota, Indalecio Prieto y todo ese mundo de aquel segundo exilio en Nueva York”, enfatiza, y subraya asimismo que la fallecida el pasado sábado día 2 de enero trabajó en la Comisión de Exteriores del PNV cuando el partido tenía la sede en el edificio Granada de la Gran Vía, “entre otras cosas, por su magnífico conocimiento del francés y del inglés”.

Desde el seno familiar, sus hijos Tere y Javier transmiten a DEIA cómo era el talante del que hacía gala. “Ama fue, al fin y al cabo, una superviviente de dos guerras”. Y hablan de ella maravillas mientras se emocionan: “Muy inteligente, simpática, muy amiga, abierta de mente. La vida la había hecho dura, fuerte, pero muy cariñosa”, coinciden.

Trayectoria

Pero la persona lectora se preguntará quién fue Teresa Ganboa. Llegó al mundo el 22 de agosto de 1929 en Gorliz. Siete años después, un golpe de estado militar forzó una guerra. Con el paso de los años, esa niña sumó un bagaje de vivencias tan enriquecedor como en ocasiones de alarma. Lo analiza Anasagasti: “Se nos está yendo una generación única. Única y excepcional. Una generación que vivió la guerra, el exilio, la vuelta a casa. Y nadie mejor para representar estas vivencias que Tere Ganboa, hija del colaborador del lehendakari Aguirre Marino Ganboa, hermana de Marín y de José Mari, herido en las Ardenas, esposa de Ramón Vilallonga, jefe de Seguridad y Protocolo del Gobierno vasco con los lehendakaris Garaikoetxea y Ardanza, y madre de Javier y Tere”, enumera con admiración el exsenador.

La propia Tere detalló cómo arrancó aquel periplo vital que les tocó vivir, cómo en 1936 residían en Madrid “por razones de salud” de su hermano José. En los meses estivales, se mudaban a Lekeitio. “Mi familia tenía pasaporte norteamericano, por haber nacido aita en Filipinas, colonia estadounidense. La familia tenía plantaciones de azúcar en la Isla de Negros, y al vivir allí mis abuelos, aita y mis tíos nacieron allí”, relataba.

El trágico 18 de julio el cónsul de Estados Unidos avisó a todos los que tenían pasaporte del país americano que “sería conveniente salir del Estado español”. Y ahí comenzó la odisea. “Salimos el 6 de septiembre de 1936, embarcando en Las Arenas en el destroyer SS Kane”, daba testimonio. Atracaron en Donibane Lohitzune, donde esperaba su padre. “Salimos mi madre, María Ibargaray, mi hermano José y yo. Mi hermano mayor Marín se quedó en Euzkadi”. En Lekeitio se quedó el gasolino Abavon, que los Ganboa pusieron a disposición del Gobierno de Euzkadi “para sacar a los refugiados, y que luego apareció al garete en aguas francesas con varios cadáveres de gente de Lekeitio, que por lo visto habían muerto por emanaciones de gas de los motores”, apostillaba.

Se instalaron en Biarritz. Convivían en una casa grande alrededor de 30 parientes. “Mi padre se ocupaba de asuntos del Gobierno de Euzkadi y trataba de ayudar a todos los que querían ir a América del Sur. Aita iba a menudo a Londres y Barcelona, donde solía verle a su compañero de colegio, Manuel de Irujo”.

En París pasaban los inviernos. El PNV había comprado el edificio de la Avenida Marceau, que “estuvo a nombre de aita y luego de una sociedad inmobiliaria francesa”, agregaba. Sus pocos recuerdos de aquella época fueron un piano de cola, y un regalo de Juan Mari Aguirre, hermano del lehendakari.

Pero Europa comenzaba a tambalearse. “Hitler amenazaba y los demás callaban”, estimaba Tere. Sus padres decidieron que pasase lo que pasase estarían los cuatro juntos. El consulado norteamericano avisó al padre de que tuviera cuidado, pues teniendo en cuenta sus actividades contra el régimen de Franco y en favor del Gobierno vasco, “era seguro que los alemanes lo entregarían como habían hecho con una serie de refugiados”.

Podían salvarse, pero tendrían que hacerlo obligados desde Bilbao, que era ya zona franquista, con la Cruz Roja. La razón: 400 pasaportes estadounidenses habían desaparecido y uno era el de Marino Ganboa. En 1940, cruzaron el puente del Bidasoa. “Le veo a aita rompiendo documentos comprometedores y tirándolos al río, y yo con mi muñeca. Llegamos a Bilbao en autobuses, hospedándose la mayoría de los americanos en el Hotel Carlton”.

Sus padres, por temor a ser reconocidos, optaron por un hotel pequeño de Algorta. Nada más llegar, la dueña se dirigió a mi padre: “Señor Ganboa, ¿cómo por aquí?”. Un amigo, a pesar del peligro que suponía, les llevó a su casa. El barco se retrasaba por las minas que, por lo visto, había en la entrada del puerto de Bilbao.

“Total, que estuvimos un mes escondidos en una habitación de la casa. Solo mi madre salía al consulado norteamericano en busca de noticias del barco. A José y a mí nos llevaban a jugar a Artxanda. Mi madre fue a visitar a amama una sola vez para no levantar sospechas. Me acuerdo de la impresión que me causó, a nosotros que veníamos huyendo de los nazis, ver banderas alemanas en las calles de Bilbao, para celebrar la victoria nazi, y la caída de Francia”, aportaba Tere.

Finalmente, hubo cambio de destino. De Bilbao, partieron camino hacia Lisboa en un tren de noche. Embarcaron en el Manhattan que tenía unas grandes cruces rojas pintadas en sus costados y en cubierta. “Íbamos todo el tiempo con los chalecos salvavidas puestos por temor a los ataques de los submarinos alemanes”.

Llegados a Nueva York, decidieron ir a Filipinas, pero Japón atacó Pearl Harbour. “Filipinas cayó en manos japonesas y nos quedamos sin noticias y sin fondos”. Los Aguirre, en aquellos días, fueron a vivir a su casa. “Mi hermano, al cumplir los 18 años, se alistó como voluntario en el ejército norteamericano. Fue destinado a infantería y enviado a Europa. No tomó parte en el desembarco pero luchó en Bastogne, última ofensiva nazi, donde fue herido. El telegrama que enviaron a casa lo tenía enmarcado en su casa”.

En 1945, supieron que José había sido gravemente herido en el viejo continente. “A través de Don Manuel de Irujo, supimos que estaba en un hospital de Londres, relativamente bien”. Viajaron a Biarritz. “José con su pasaporte americano y nosotros con el filipino pudimos venir a Bilbao y Lekeitio. La casa de Lekeitio estaba casi vacía. Se habían llevado los muebles. Fueron los italianos que habían vivido allí, así como la Guardia Civil que tuvo su cuartel, y que nos dejó un cartel que todavía existe que dice El honor es la principal divisa del cuerpo”.

Y regreso a París y Nueva York. En 1948, el regreso fue definitivo. Biarritz, Lekeitio y Bilbao al fallecer el padre en México, donde tenían un rancho llamado El Detalle. “Te diremos como curiosidad -concluyen Tere y Javier- que aitita lo adquirió al actor Mario Moreno Cantinflas”.