Pocos de los militantes socialistas que gritaban a pleno pulmón el 28 de abril bajo el balcón de la sede del PSOE “con Rivera, no” podían imaginar que, dos meses y unas elecciones municipales y autonómicas después, esa negativa a Rivera, junto con la del gobierno de coalición con Unidas Podemos, les iba a abocar a una sesión de investidura sin más apoyos que el del PRC cántabro.

Nada nuevo, por otro lado, ya que gran parte de los argumentos que lleva esgrimiendo un mes Pedro Sánchez son perfectamente intercambiables por las palabras que pronunciaba Mariano Rajoy hace dos años antes de provocar una segunda cita electoral con su inmovilismo. Es más, da la sensación de que ese es precisamente el objetivo del presidente en funciones, es decir, ir a una investidura fallida responsabilizando de la misma al resto del arco parlamentario y repetir unas elecciones que, según anunciaba el CIS, solo vendrían a favorecer al PSOE.

Sin embargo, esa misma encuesta del CIS también ponía de manifiesto que el hartazgo de la ciudadanía con las formaciones políticas llegaba a niveles desconocidos desde la década de los 80 del siglo pasado hasta colocar a la política como el segundo de los problemas del Estado, solo por debajo del desempleo.

Es precisamente este hartazgo ciudadano el que puede provocar que lo que ahora mismo parece una tentación, esto es, provocar elecciones para reforzar la posición propia, puede acabar volviéndose en contra de quien sucumba a ella y se convierta en una suerte de boomerang como, por otro lado, ya le ocurrió al propio PSOE en Andalucía, donde la abstención de los propios le hizo mucho más daño que el voto de los ajenos.

De hecho, por más que quienes apelaban hace dos años a la responsabilidad ahora se hayan cerrado en banda, da la sensación de que, ahora mismo, los grandes perjudicados por una nueva cita electoral no serían los partidos del bipartidismo, sino el resto.

Sobre todo, Podemos, que como ya le ocurriera en 2016, puede acabar siendo percibido como el principal responsable de que las elecciones se repitan y también en esta ocasión por priorizar los ministerios en lugar de centrar todos sus esfuerzos en forzar acuerdos programáticos y una vez obtenidos los mismos preocuparse por la visibilidad de sus siglas y, sobre todo, la de Pablo Iglesias.

Un Iglesias que, cada vez que realiza un movimiento estratégico, empeora su situación y la de Unidas Podemos, porque la sensación de que está dispuesto a cualquier cosa con tal de entrar en el Consejo de Ministros va calando en la opinión pública por mor del propio PSOE y determinados medios de comunicación.

Y ahí precisamente es donde Pedro Sánchez se puede ver otra vez repitiendo como un mantra “no es no” y perdiendo la posibilidad de presidir un gobierno por mor de la unión de las derechas y la debilidad de una izquierda que, parece, de cara a su propio electorado se ha quedado ya sin argumentos suficientes para movilizar un voto tradicionalmente crítico.

Así pues, haría bien Sánchez en empeñarse en buscar apoyos suficientes en los quince días que le quedan antes de la sesión de investidura y no dejarse enredar por cantos de sirena porque, a pesar de lo ocurrido en Murcia, el Partido Popular, Ciudadanos y Vox, no son más que tres partes de un todo y por más que se insulten en los medios de comunicación y las redes sociales, al final, no tendrán empacho en buscar la fórmula para cogobernar que mejor se adapte a cada momento, lugar e institución.