El golpista nacido en El Ferrol echó en falta seis nombres de importantes religiosos del momento en aquel manifiesto a favor de la "cruzada" y que tenía como destinario el resto de colegas católicos del mundo: Múgica -que no era republicano si no monárquico-, Vidal i Barraquer, Segura, Torres, Guitar e Irastorza.

Hoy sale a la luz una carta manuscrita que Mateo Múgica escribió a mano a Javier de Landaburu, diputado a Cortes por el PNV representando a Araba y quien a partir de 1944 figuró como delegado del Gobierno vasco en París y siendo de 1960 a 1963 vicelehendakari del Gobierno vasco en el exilio.

La misiva lleva la firma ornamentada de obispo que años antes había traducido al euskera, por ejemplo, un capítulo de El Quijote, y tiene como destino postal la capital francesa. En ella, Múgica quiere "confiarle un asunto" -manuscribe- a Javier de Landaburu.

El obispo trata al jeltzale como "muy querido amigo mío" y le encomienda que interceda para posibilitar que un nazi apellidado Schichk pueda pasar al Estado español. Para justificar su deseo le asegura que le conocía de antes del estallido de la Segunda Guerra mundial y "en una única ocasión" que se comunicaron durante ese episodio bélico le pareció "antihitleriano".

En la carta, Múgica aporta unas "razones para mi recomendación". Califica al soldado alemán Huberto Schichk como hijo de una familia muy católica de Fulda y "cuyo padre se dedicaba a construir sagrarios metálicos para impedir robos sacrílegos". Estaba casado con una "mujer española" y tenían cuatro hijos. Residían en Donostia. Trabajaba durante la ocupación nazi en Francia en una oficina de Hendaia, Lapurdi.

El obispo detalla a Landaburu que el problema de la familia, entonces ubicada en Fulda, quería regresar a Donostia una vez acabada la guerra, pero el Gobierno francés no les autorizaba pisar suelo galo. "¿Podía usted conseguir en el Ministerio de negocios extranjeros la autorización que deseamos?", cuestionaba.

A partir de ahí, narra qué Schick durante su estancia en Hendaia "me hizo toda clase de servicios". Así, por ejemplo, que al hijo de una señora rusa le trasladó a Donostia para pasar unos días en la ciudad. "Nunca denunció a personas de ideas muy izquierdistas. En España se dedicaba muy honradamente a ganar su pan como vigilante de algunos comercios". A su juicio, la situación de la familia era "bien triste y lamentable". Y en ese momento es cuando subraya que "se me olvidaba decirle a Usted que lo encontré antihitleriano en la sola vez que durante la guerra hablé con él". En la recta final de su petición, Múgica estima que Landaburu no halla "dificulta insuperables" para lograr su objetivo le ruega que le diga qué procedimiento había de seguir. Y se despide dando la dirección del Gobierno militar de Fulda y como "capellán y amigo".

La carta inédita a la que DEIA ha tenido acceso gracias al exsenador jeltzale Iñaki Anasagasti data de 1945. Dos años después, el obispo -a pesar de que Franco seguía vivo y al cargo de la dictadura totalitarista- pudo regresar tras sus dos exilios forzosos a Zarautz, donde falleció ciego a los 98 años de edad. Sus restos reposan en la catedral Santa María de Vitoria-Gasteiz.

Javier de Landaburu, por su parte, a quien Múgica se dirige en su manuscrito como "Jabier" -con grafía euskaldun- murió en 1963 sin cumplir 56 años. Aconteció el 6 de mayo de aquel año. Falleció quien tras la muerte del lehendakari Jose Antonio Aguirre ocupó el puesto vacante de Jesús María Leizaola, es decir, vicelehendakari del Gobierno vasco en el exilio.

El obispo vasco aporta a Landaburu "razones" para recomendar que el soldado alemán Huberto Schichk pudiera pasar a Donostia

"Nunca denunció a personas de ideas muy izquierdistas", argumenta Múgica, que falleció ciego y con 98 años de edad en Zarautz