STA es una historia que se mueve al cadencioso compás cofrade pero que también tiene sus acelerones, que traza sus fronteras en el tiempo (la primera piedra de la Quinta parroquia de la que hablamos se puso en Abando y la segunda ya estaba en tierras de Bilbao...) y que habla de una iglesia sin nombre -o de nombre olvidado, si lo prefieren, porque en verdad se llama San Francisco de Asís...- de los pasadizos que cruzaban las tierras de Zabálburu, desde el palacio Heredia Spinola hasta la misma iglesia, quien sabe si con el pecado o la gloria a cestas; de un cristo Nazareno que luce peluca de pelo natural, donado y repuesto, cada cierto tiempo, por las devotas y hermanas cofrades, una talla del cristo de Medinaceli que cumple ahora 75 años y que procesa por Las Cortes, la triste calle desde donde aún hoy Juanjo Navas canta saetas en euskera desde el balcón de El Edén. Esta es la historia que allí comienza, en las tierras altas de Hurtado de Amezaga, donde tiempo después hubo un taller de DKV y por donde dicen que alguna noche pasó Santita, a la que conocían como mujer de vida alegre -le gustaba el pollo a la cazuela con cebolla y champán y bailar como los ángeles con una sensualidad del demonio...-, ágil como una gata. Una historia que allí comienza y que ya veremos dónde acaba.

La procesión de Las Cortes, ya lo saben, ha hecho camino en la historia costumbrista de Bilbao. Pero la Quinta Parroquia va más allá. En la crónica de su inauguración el Nervión reseña incluso el nombre del primer bautizado, Santos Benito Andrés y Altabeitia, que fue ungido con agua traída desde el río Jordán especialmente para la fecha. En 1918 la fatídica gripe asiática hizo presa en su entorno. Una procesión rogativa pasó junto a los muros de la iglesia en su camino a Begoña. Aún no se ha superado en la parroquia el número de defunciones que se registraron en aquella fecha: 807. Ya durante la Guerra Civil un impacto de artillería de grueso calibre causaría grandes destrozos en la fábrica del templo. Se aprovecharía el boquete para abrir una ventana en el comulgatorio.

Destilados algunos detalles, la procesión cambia de escenario. Detengámonos en el paso del Ecce Homo, de la cofradía de La Pasión tallada por el imaginero Ricardo Iñurria que completó este paso en 1944, que incluye cuatro figuras: Cristo maniatado, coronado de espinas, con un manto púrpura y una caña como cetro; un sayón que sostiene un látigo, un soldado romano que se mofa y Poncio Pilato que aparta la mirada de la escena. El conjunto destaca por la gran expresividad y dinamismo de las figuras. Se conserva en el Museo de Pasos. ¿Expresividad? ¿Dinamismo? Hay que viajar a aquellos días porque al Cristo le presta su rostro un soldado granadino de la época que se dedicaba al estraperlo. El sayón se parecía, como dos gotas de agua, a un cargador de muelles que trabajaba en el puerto de Bilbao y el soldado romano era clavadito a un boxeador de la época apodado Madriles, nada que ver con aquel otro Madriles, el vagabundo que paseaba con una carretilla con cartones por el Casco Viejo del que se contaba que era un excéntrico millonario o que en la época de la república fue diputado en Madrid (en fin, se contaban muchas historias extrañas...), que murió ahogado en las inundaciones del 83 cuando dormía en la taberna de Txomin Barullo. Para darle remate al retablo puede decirse que el rostro de Poncio Pilatos era y es gemelo al de un mecánico de coches de mediados del siglo pasado. ¡Ya ven!

Hacia aquellos días, hacia los viejos tiempos, viaja de nuevo la crónica de la mano del bar café Lago, allá en la calle Correos del Casco Viejo. Desde 2015 prepara un potaje de vigilia que recuerda a los viejos pucherones de antaño. Es un guiso sustancioso al que invita con mucho gusto con cada consumición. Lleva huevo duro, bacalao, espinacas y garbanzos... ¡humm! "Es un plato de pobre pero con sustancia", explica Boni García, su impulsor. Añade que recuerda cómo en su casa se hacían "unas marmitas que duraban tres días" y añade que "al amor de la fundición de los Altos Hornos también se calentaban algunos marmitones de ese estilo". Abre el apetito Boni y lo agranda cuando describe el pintxo de bacalao que ha preparado para estos días de pasión. Escuchen, escuchen bien: brandada con patata, bacalao y leche, decorada con cebollino y huevas de salmón y tendido sobre un pan frito con ajo y perejil.

Como extensión a esa Semana Santa gastronómica, aparece la Taberna Plaza Nueva del Casco Viejo, donde Jon de Miguel se vuelca con el mundo de las procesiones. Decora el local con estandartes, capirotes y trompetas de las nueve cofradías de Bilbao y elabora pintxos con los colores de cada uno de ellos en un original guiño. Cada año presenta en su local la cofradía invitada. Estos días ha montado una suerte de altar de la cofradía del Nazareno de Medina del Campo. Son años ya los sumados en los que un salo del Lago a la Taberna Plaza Nueva se convierte en una jugosa procesión laica en estos días.

¿Laica, dije? Se remata esta revisión con el guiño actual de Bilbao basque fest, un programa de mil aristas culturales que se compone de más de 200 actividades, en su mayoría gratuitas, relacionadas con la gastronomía, la música, herri kirolak, cine... en más de una treintena de escenarios distribuidos por toda la Villa y con la participación de más de 300 artistas. Es otra fórmula, otra manera de sacar estos días adelante con brillo.