S uno de los puntos coloridos en el paseo,el arco iris del Campo Volantín. Es la confluencia entre la modernidad del hotel Hesperia Bilbao y la historia de la villa, escrita sobre los renglones de la ría, en una pequeña y misteriosa caseta que se encuentra en la orilla. Es, al parecer, una de las casetas de los viejos gasolinos de Uribitarte que hace ya décadas que desapareció. ¿Quién pone las flores frescas en sus ventanas? puede preguntarse un poeta romántico. Es un misterio. Al parecer solo hay acceso por barca pero siempre lucen radiantes los geranios en su balcón. Según se rumorea han de ser descendientes de algún botero. El desenlace de esta historia, si algún día se sabe, tendrá la firma, qué sé yo, de alguien como Edgar Allan Poe. No en vano, mantuvo el misterio tras su muerte. Cada 19 de enero durante siete décadas, entre la medianoche y las cinco de la mañana, un hombre con abrigo largo y un bastón de empuñadura dorada dejaba tres rosas y una botella de coñac a la mitad junto a la tumba de Edgar Allan Poe en Baltimore. Los pocos que lo vieron de lejos en ese cementerio de una antigua iglesia dicen que se tapaba la cara con un sombrero y una bufanda blanca.

El Campo Volantín tiene ese aire entre lúgubre y romántico. Es un arco de ballesta; es la curva, es el área urbana comprendida entre el Ayuntamiento de Bilbao y la plaza de la Salve en la margen derecha de la Ría, abarcando el paseo peatonal del borde y el frente edificatorio jalonado por construcciones de diversa tipología (antiguas mansiones señoriales, viviendas colectivas, residencias religiosas y hoteles). Es una zona privilegiada de la ciudad por su proximidad a la Ría, que tiene una interesante historia desde finales del siglo XIX como expansión residencial burguesa, de la que todavía quedan algunas singulares muestras arquitectónicas.

El rojo de los geranios frescos y los cristales tintados del hotel, un contrapunto de azules, naranjas, amarillos, verdes, rojos y violetas en una recta de edificaciones señoriales. El proyecto del hotel fue realizado por el Estudio de Arquitectura de Iñaki Aurrekoetxea y creó cierta controversia en la zona. Sería igual cuando comenzó todo, cuando se rescataron las arenas de aquella zona para ganarle vida a lo grande.

Antes de que eso llegase hubo diversas denominaciones como Ibarra y Buztinzaurreta y del nombre Volantín hay interpretaciones sobre su origen, relacionándolo en algunos casos con el volante de una cordelería allí instalada y en otros con el sistema de pesca de volantín que se practicaba en las riberas de la Ría.

El Ayuntamiento adquirió las Huertas del Campo Volantín a finales del siglo XVI, el Consulado de Bilbao intervino en el cauce de la Ría para paliar los efectos de las crecidas y a finales del siglo XIX y principios del siglo XX se modificó el cauce fluvial reduciendo la superficie del paseo e incorporando arbolado. En esa época adquirió especial relevancia urbana como zona de expansión residencial del recinto histórico del Casco Viejo siguiendo el curso de la Ría.

La burguesía fue instalando sus residencias (cottages, chalets, villas y hotelitos) en ese entorno privilegiado, aunque de manera temporal antes de elegir ubicaciones como Indautxu y más alejadas de Bilbao en Las Arenas y Neguri. Fue lugar de esparcimiento y de élite a finales del siglo XIX coincidiendo en el tiempo y de manera aproximada con el Proyecto del Ensanche. Durante un cuarto de siglo se fue poblando de palacios, palacetes, villas, casas de campo y casas burguesas, en algunos casos como viviendas unifamiliares de los propietarios y en otros colectivas de vecinos.

En los proyectos intervinieron arquitectos como Julián de Zubizarreta, Severino Achúcarro y José María Basterra, entre otros. Utilizaron referencias europeas (francesa, italiana, inglesa) y variados estilos (eclecticismo, clasicismo, arquitectura colonial) según el gusto de los promotores. Y también participaron maestros de obra (Francisco Arias, Benito Barrenechea, Narciso de Goiri y Pedro Peláez). Por eso llama la atención el contraste. Como si viésemos una película clásica en blanco y negro y de repente nos ofreciesen media horita en technicolor.

¡Qué tiempos eran aquellos! Entre las familias acomodadas que se instalaron allí estaban los Ybarra, Bergé, Aguirre, Zubiría, Gurtubay, Olábarri, Adán de Yarza, Delmas, Iraragorri, Castejón, Orueta y Errazquín. Además de Casilda Iturrizar y Luis Briñas, que tenían terrenos de su propiedad. Su privilegiada ubicación próxima al recinto histórico de la villa, junto a la Ría, y con la protección de las faldas del monte Artxanda, permitieron su desarrollo y esplendor durante un cuarto de siglo (1878-1903). A partir de esas fechas hubo circunstancias que cambiaron la situación: el transporte por tranvía a las Arenas, Neguri y Algorta que instaló en las proximidades sus cocheras; la eliminación de la isleta de Uribitarte; la canalización de la Ría y la tala de los árboles provocaron la marcha de las familias allí instaladas.

Era ya otro Bilbao, más industrializado, más pujante que lujoso. Durante el siglo XX fueron demolidas muchas edificaciones, siendo sustituidas por viviendas colectivas y otros equipamientos. Solamente quedan en pie algunas muestras aisladas, entre las que destaca el Palacio de Olabarri junto a la plaza de la Salve. Hoy la autoridad portuaria lo ha sacado a la venta. Excepto viviendas e industria, todos los usos están permitidos.