L jaco es un cabrón que me ha robado los mejores recuerdos de mi vieja memoria...". Una voz anónima, rey entre reyes de la noche de los años ochenta, ofrece una de las claves del descalabro de la noche de fiesta de Bilbao, convertida en los últimos años "en una ciudad fantasma". Habla, pongamos que Mister X, que fue Dj de largo recorrido y que aún recuerda, entre las brumas que le dejó la dama blanca, "esa vieja bruja hermana del opio, del gran Mario. Aquel era todo un señor...". A Mario, años después de su retirada de la noche, también se lo llevó lo que llevaba puesto, pese a que podía vérsele, en los últimos años antes de su muerte, en La Bilbaina Jazz Club, dándole compás a la noche con la mesa como si fuese un cajón gitano.

Aquel Bilbao que cabalgaba entre los setenta y ochenta en adelante tuvo noches más felices que las actuales, en claro peligro de extinción y el mal ambiente generado en discotecas, salas de fiestas, pubs y lugares de referencia: "No hay donde ir en Bilbao a partir de cierta hora", dicen.

Qué lejos quedan ahora aquellos tiempos. Basta darle al rec para situarse en el Yoko Lennon's, a los pies del cine Vistarama (lo de las grandes salas de cine es otro cantar del mismo misal...), y ver el asombro que causó la primera bola de espejo, la clásica bola de discoteca, que bailó sobre la villa. O recrearse en la ensoñación del Garden, donde una noche tuvieron que repartir gafas oscuras el día que estrenaron el primer rayo láser de la ciudad porque rebotaba en los espejos. A la sala de Deusto llegaron los artistas del momento, los antecesores de los que hoy acuden a los teatros, cantan y se van, dejando caja. Fueron legendarios los huecos de los buffles, donde el amor cabalgaba al ritmo del house del momento. Los dj's marcaban el ritmo. Eran los reyes de las galeras. Viaja este tranvía de la memoria hacia la calle General Concha, que junto a Telesforo Aranzadi configuraban una triángulo de las Bermudas de la noche de Bilbao, un lugar para perderse. Allí estaba el Citröen, se acuerdan, un local retro con un dos caballos en su interior, música a medio gas y copa bien servida. Y en la propia calle Telesforo Aranzadi hacían fortuna el Flash, el Drugstore, el Bluesville y un buen número de locales a medio caballo entre la discoteca y el pub.

No era, sin embargo, el único ambiente nocherniego de la ciudad. A Juan Jesús Martín Pecharromán se le conocía en el mundillo artístico y de la noche como Míchel o MíchelEl Coletas, no hace falta explicar por qué. Suya fue parte de la noche del Bilbao de los sesenta y setenta, allá en el legendario Capri que tras permanecer cerrado varios años se transformó en el Oh Caramba -y mucho antes como local de variedades, con famosos ballets de alterne y espectáculos subidos de tono...-, y donde bailaba "sin depegarse" parte de la noche bilbaina al son de las canciones de Julio Iglesias, Frank Sinatra o el bilbaino Tony Landa entre otros. Capri intentó renacer hace unos años pero su clientela ya andaba jodida de la cadera y se esfumó.

Twitter y diversas redes sociales hablan de otro mausoleo de la diversión de ayer con voz triste. Los primeros boys de la villa entraron por la ribera de Deusto, en el Tiffany's. "Al principio las mujeres, las pocas que se atrevían, miraban entre asombradas y avergonzadas pero en apenas unas semanas después no se imagina lo que llegué a ver...". Ahora habla Mister Y, antiguo trabajador de la sala.

Un deje de añoranza late en el Distrito 9 Club, sala heredera del antiguo Distrito9, en Alameda Rekalde. Lo digo porque mantienen revivals de Generación Distrito9, una sesión para disfrute de nostálgicos de épocas ya vividas, "de amantes de los clásicos del house, de las discotecas con historia y los amantes de la buena música", según afirman.

Es curioso. Wallapop ofrecía, hace no mucho, una caja de cerillas del disco bar Joy's (mantengamos la nomenclatura de la época...), la sala de las galerías Isalo, con la serigrafía de unos labios carnosos, stonianos. Digo lo de curioso, porque en enero de 1982 la sala de fiestas ardió, dejando tras el fuego 24 heridos y casi mil millones de pérdidas. Cuentan las crónicas que todo comenzó con un cigarrillo arrimado a unas guirnaldas navideñas. Años después, tomó el relevo de la sala otro histórico, el Oboe, pensado para la generación que entonces rondaba la cuarentena. Apenas unos años después, también languidecía.

La noche en llamas. Los más viejos del lugar recuerdan al Chentes, allá en Deusto, que en sus muy lejanos comienzos, dicen, era visitado por jugadores del Athletic. Con el tiempo, se adueñó de él la atmósfera underground y un tipo de clientela de mala reputación. Otro tanto le ocurrió al Columbus, nacido para la recuperación de Zorrotzaurre y rey de la música electrónica, condenada al cuarto oscuro de una Bilbao de extrarradio. Años después, convertido en Mao Mao Beach, vivió algunos episodios violentos que lo condenaron.

Tampoco queda noticia del Txokolanda, allá en las escaleras de Solokoetxe (fue templo de gays y lesbianas...), salvo que hace unos años fue desalojado al estar okupado o de La Jaula, en San Inazio, una de las primeras discotecas de Bilbao. El Arrebato, en el Muelle Marzana, mordió el polvo tras años de ser el templo del house en sus tres plantas. Ni siquiera convirtiéndose en Le Club pudo levantar la frente. Hoy apenas quedan cenizas de todo aquello que fue la noche de Bilbao.