LAS economías de todo el mundo se han visto afectadas por los acontecimientos de los últimos tres años. La pandemia del covid-19 se ha cobrado millones de vidas y paralizó la economía mundial. La brutal guerra de Rusia se ha cobrado un precio devastador en vidas e infraestructura en Ucrania, generando repercusiones sísmicas para los precios del petróleo y los alimentos en un momento en que la economía mundial estaba encontrando su equilibrio.

Por encima de estas crisis se vislumbra el cambio climático. Sequías e inundaciones severas han interrumpido la capacidad agrícola y exacerbado la escasez de energía en todo el mundo. Estas interrupciones han resultado en una grave escasez de bienes clave, desde madera hasta microprocesadores, alimentos y combustible, que a su vez han frenado el crecimiento mundial y contribuido a una alta inflación en muchas economías.

Además de las presiones inflacionarias, el mundo se enfrenta a riesgos crecientes de crecimiento débil, inseguridad energética y alimentaria, mayores impactos del cambio climático, cambios geopolíticos. Fragmentación socio-económica y creciente sobreendeudamiento. Los países de bajos ingresos soportarán la mayor carga en 2023, pero también las economías de ingresos medios e incluso las avanzadas se enfrentan a la perspectiva de distorsiones considerables.

La economía mundial se ha visto acosada por una combinación de perturbaciones de la oferta y la demanda que ha generado presiones estanflacionarias y mayores problemas de endeudamiento. Sin embargo, debido a las sólidas respuestas de política anticíclica y otros factores, algunas economías han logrado sostener el crecimiento.

La pandemia del covid-19 ha dejado cicatrices en todas nuestras economías, precipitando una caída de la demanda agregada y luego de la oferta agregada. Los síntomas son similares a los de una “trampa de liquidez”, en la que la financiación de terceros en el sector financiero sigue siendo elevada mientras la economía real se estanca.

Golpeados por condiciones financieras más estrictas y fuertes depreciaciones de la moneda, docenas de países en desarrollo están al borde de una crisis de deuda o ya han incumplido. La comunidad internacional debe responder brindando ayuda inmediata, creando nuevos mecanismos de reestructuración e introduciendo reformas ambiciosas. La pandemia de covid-19 aumentó los niveles de deuda de los países de ingresos bajos y medios a un máximo de 50 años. Con una inflación vertiginosa, tipos de interés en aumento y el fortalecimiento del dólar estadounidense que agravan la carga del servicio de la deuda, ahora se está desarrollando una crisis en varios países del mundo en desarrollo.

The Economist ha identificado 53 países vulnerables que han incumplido sus deudas o están en alto riesgo de sobreendeudamiento. Esos 53 países representan el 18% de la población mundial (más de 1.400 millones de personas), pero solo el 5 % del PIB mundial.

Si bien es cierto que la mayoría de estos países se encuentran entre los más pobres del mundo, un número creciente de economías de medianos ingresos también enfrentan graves problemas de deuda. Según el Banco Mundial, casi el 60% de todos los países emergentes y en desarrollo se han convertido en deudores de alto riesgo.

Estamos a merced de dos cataclismos que simplemente escapan a nuestro control. El primero es la pandemia de covid-19, que continúa amenazándonos con variantes nuevas, más mortales, contagiosas o resistentes a las vacunas. China ha manejado la pandemia de manera especialmente deficiente, debido principalmente a que no logró vacunar a sus ciudadanos con vacunas de ARNm más efectivas (fabricadas en Occidente).

El segundo cataclismo es la guerra de agresión de Rusia en Ucrania. El conflicto no muestra un final a la vista y podría escalar o producir efectos secundarios aún mayores. De cualquier manera, parece que más perturbaciones en los precios de la energía y los alimentos están casi aseguradas. Y, como si estos problemas no fueran lo suficientemente irritantes, hay muchas razones para preocuparse de que las respuestas políticas empeoren una mala situación.

Las economías avanzadas están experimentando su inflación más alta en 40 años, con una tasa mediana de casi el 9% para los 12 meses que terminan en septiembre de 2022. Para los bancos centrales y los mercados financieros, la expectativa, o más exactamente, la esperanza de que el pico inflacionario sería transitorio ha sido ampliamente reemplazada por la aleccionadora constatación de que el crecimiento de los precios es un problema persistente que exige un endurecimiento monetario significativo y sostenido. Con la excepción del Banco de Japón, los principales bancos centrales ahora están elevando las tasas de interés y tomando medidas para estabilizar o revertir el crecimiento de los balances.

Pocos dudarían de que, después de 15 años de tasas de interés excepcionalmente bajas, controlar la inflación será difícil, especialmente con la economía mundial tambaleándose al borde de la recesión. Dado que se espera que 2023 traiga mayores riesgos financieros y económicos globales, sin mencionar las crecientes tensiones geopolíticas, es casi seguro que la posibilidad del control inflacionario será aún más elusiva. Las crecientes dificultades están casi aseguradas en 2023 y proporcionarán un terreno aún más fértil para los demagogos peligrosos.

La guerra de Rusia contra Ucrania ha llevado a los países del Indo-Pacífico a preguntarse si los problemas ocultos o abiertamente enconados de la región también podrían conducir a una guerra abierta. Tras la respuesta desmedida de China a la visita de la presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Nancy Pelosi, a Taiwán en agosto, la respuesta parece clara. Desde el Hindu Kush hasta el Mar de China Meridional y el paralelo 38 de la península de Corea, el Indo-Pacífico no tiene escasez de profundos antagonismos históricos y falsos reclamos de soberanía que podrían estallar en conflicto sin previo aviso.

La verdadera pregunta que enfrentan los líderes de todo el Indo-Pacífico es si la región puede construir una estructura de paz para evitar que las ambiciones y hostilidades nacionales se intensifiquen hasta convertirse en una guerra abierta.

El fallecido expremier japonés Enzo Abe empleó los nueve años de sus dos cargos de primer ministro, y el año que le quedaba después de retirarse del cargo, contemplando los tipos de alianzas, tratados y estructuras institucionales que se necesitarían para proporcionar guías y apoyos dentro de las cuales el dinamismo económico evidente de Asia pudiera ser controlado y canalizado pacíficamente. Reconoció que Asia no es tan densa en organizaciones y alianzas multilaterales como lo es Europa, y que tales organismos son fundamentales para el mantenimiento de la paz y la prosperidad.

En tiempos extraordinarios como guerras, pandemias y desastres naturales, todos los políticos introducen medidas extraordinarias para suavizar el impacto económico y social negativo en los ciudadanos de su país. Pero solo los mejores entre ellos lo harán pensando en el futuro, ayudando a crear las condiciones para una prosperidad a medio y largo plazo.

El momento actual contrasta marcadamente con el comienzo de 2021, cuando la mayoría de los gobiernos se concentraron en desarrollar resiliencia, prepararse para otra pandemia y reducir gradualmente el apoyo financiero que habían brindado durante la crisis de covid-19. La prevención de presiones excesivas sobre los presupuestos gubernamentales se había convertido en una prioridad junto con los desafíos a más largo plazo, como la lucha contra el cambio climático. Pero eso ahora parece un pasado lejano.

¿Cómo podemos ser optimistas acerca de 2023 en tiempos de crisis sistémicas, incertidumbre, desorientación y riesgos globales acentuados? Simplemente no tenemos otra opción que enfrentar este año que comienza con una firme sensación de confianza inducida en que podemos, todos nosotros, en distinta medida, impulsar el cambio para mejorar la vida de las personas. Nelson Mandela describió los momentos en que flaqueaba su fe en la humanidad y decidió que no se rendiría a la desesperación: “Parte de ser optimista es mantener la cabeza apuntando hacia el sol, los pies moviéndose hacia adelante”.

Profesor Invitado, University College London (UCL)