LOS megaproyectos representan un enfoque integrado globalmente para la construcción, el desarrollo y la competitividad de las ciudades que abarcan contextos culturales y geográficos. Se han convertido en el enfoque hegemónico del crecimiento, el desarrollo, la competitividad, la creación de riqueza y la prosperidad por el que abogan las élites y coaliciones procrecimiento urbano. Las próximas décadas prometen ser una verdadera era de megaproyectos.

Los megaproyectos de infraestructuras ocupan un papel preponderante en el desarrollo global. Las infraestructuras, tanto físicas como virtuales, han contribuido a la globalización del capitalismo y han moldeado estructuras de poder y formas de dominación en todo el sistema global. Quizá por ello son objeto de disputas políticas y de confrontaciones geopolíticas.

Los megaproyectos de infraestructuras también están sometidos a consideraciones de seguridad internacional, o incluso se diseñan con la intención de fomentar el control político y mejorar la seguridad. Las preocupaciones de seguridad nacional a menudo son efectivas para anular las consideraciones comerciales.

La llamada Nueva Ruta de la Seda (Belt and Road Initiative, BRI), el plan transcontinental para remodelar el orden económico mundial con características chinas, es el más ambicioso de todos los teraproyectos de desarrollo de infraestructura. El enorme tamaño y alcance del BRI también lo han hecho vulnerable a una variedad de críticas, que incluyen acusaciones de corrupción generalizada, falta de transparencia y la llamada debt trap diplomacy (el sometimiento obligado a los prestamistas chinos).

El BRI fue diseñado para abordar una serie de prioridades internas, económicas y estratégicas interconectadas, que incluyen (I) fomentar el desarrollo económico en las regiones central y occidental de China, subdesarrolladas y sin salida al mar; (II) mejorar las oportunidades de exportación para los fabricantes chinos; (III) apoyar a los “campeones nacionales” industriales y modernizar la política industrial de China; y (IV) garantizar el acceso chino a activos y recursos estratégicos en toda la región del Indo-Pacífico.

El BRI tiene el potencial de recentrar la economía mundial al hacer de Eurasia (desde China hasta Europa occidental) una vasta área de desarrollo interconectada. Los hallazgos de diversas investigaciones muestran, no sorprendentemente, que los objetivos de expansión económica se realizan a expensas de las preocupaciones ambientales y las consideraciones locales sobre sostenibilidad.

A pesar de las dimensiones del BRI, la carrera en curso por la infraestructura en todo el mundo es más feroz de lo que parece. El Corredor Internacional de Transporte Norte-Sur y el Corredor Este-Oeste fueron establecidos por la segunda economía más grande de Asia, India, a principios de la década de 2000 para conectar aún más a las naciones del Sur de Asia, Asia Central y Asia Occidental a un nuevo comercio global y a nuevas redes de inversión. Desde 2017, Corea del Sur ha correspondido en especie con sus propias políticas “Nuevo Norte” y “Nuevo Sur”, que tienen como objetivo fortalecer los lazos comerciales de la nación con la masa continental rica en recursos de Eurasia y las economías en expansión del Sudeste de Asia. Japón lanzó su Iniciativa de Conectividad y Asociación para la Infraestructura de Calidad en 2016. Esta asociación incluye a la Unión Europea desde 2019.

Los países occidentales están desarrollando sus propias estrategias de conectividad. Como parte de una estrategia más ambiciosa para expandir conjuntamente la actual Estrategia de Conectividad UE-Asia con naciones afines como Japón, así como quizás Australia, Corea del Sur, India y Singapur, Bruselas está estudiando una Estrategia de Conectividad de la UE.

De acuerdo con los criterios del Club de París de deuda y sostenibilidad ambiental, las naciones del G7 donaron más de $113 mil millones en asistencia oficial para el desarrollo para proyectos de infraestructura internacional entre 2016 y 2019.

La administración de EE.UU. e importantes aliados han respondido a China con una plétora de contrainiciativas bilaterales y multilaterales para contrarrestar la supuesta diplomacia económica depredadora de China.

Un plan de infraestructura de alta tecnología de 4.5 mil millones de dólares que EE.UU. y Japón firmaron a principios de 2021 tiene la intención de mejorar la cooperación en el desarrollo de industrias de vanguardia, desde la red 5G hasta la inteligencia artificial y la energía renovable.

Una iniciativa trilateral de EE.UU., Australia y Japón, Blue Dot Network (BDN), también celebró su primera reunión en París en 2021. Los mejores expertos, inversores internacionales y administradores de fondos soberanos de todo el mundo se reunieron en el evento para hablar sobre nuevas plataformas para aumentar la inversión en infraestructura de alta calidad.

Poco después, la administración de Biden presentó el programa Build Back Better World (B3W) como un rival del BRI de China “impulsado por valores, de alto nivel y transparente”. Los objetivos de la BDN y B3W son fortalecer los estándares internacionales para las inversiones en infraestructura con el fin de “catalizar colectivamente” y consolidar los compromisos estratégicos en el extranjero de las potencias del G7, así como asegurar billones de dólares en manos de inversores e instituciones financieras occidentales, fondos soberanos, de pensiones y de seguros.

Todo esto muestra que los megaproyectos pueden constituir un indicador de las interrelaciones entre conectividad y geopolítica. Los megaproyectos se están convirtiendo en herramientas clave para las estrategias geopolíticas y de relaciones internacionales, manteniendo su papel clave como motores de desarrollo económico.

La intersección entre las relaciones internacionales y el desarrollo de infraestructura a través de megaproyectos se da en varios niveles de análisis, desde la competencia geopolítica global hasta la competencia regional y la vida cotidiana de quienes participan y se ven afectados por los desarrollos de infraestructura.

Las relaciones entre la infraestructura y las interacciones de seguridad en un orden mundial global pueden ayudar a desentrañar cómo la logística y la infraestructura se relacionan tanto con el poder geopolítico como con los intereses comerciales, y cómo el entrelazamiento de intereses militares y comerciales lleva a la materialización geográfica de relaciones de poder desiguales, algunas de las cuales son extremadamente violentas.

Por lo tanto, los megaproyectos urbanos, que han desempeñado un papel clave en el desarrollo nacional e internacional durante la globalización neoliberal, son también un motor y un componente de la dinámica geopolítica global actual.

Los megaproyectos que dependen de cadenas de suministro globales interconectadas, unos mecanismos complejos de financiación y una decidida voluntad política (lo que algunos denominan “desarrollismo autoritario”) están sujetos a un mayor riesgo geopolítico. Estos proyectos también tienden a generar impactos disruptivos masivos.

La conclusión parece evidente: sin una comprensión de la urbanización y las ciudades (cada vez más impulsadas por el desarrollo de megaproyectos), es casi imposible comprender la lucha geopolítica en el siglo XXI.

La perspectiva opuesta también es válida: necesitamos conocer la dinámica fundamental del desarrollo geopolítico global y regional como uno de los factores contextuales causales que explican el desarrollo y la multiplicación reciente de megaproyectos en todo el mundo, en un contexto de penetración creciente de la llamada “economía del conocimiento”. l

* Asesor de economía y geopolítica internacional. Profesor en el MIT y LSE