LA ola de calor que hemos padecido en junio en buena parte de la península Ibérica, con temperaturas más propias del verano e incluso superiores, y batiendo algunos récords, que han provocado incendios muy importantes, como los ocurridos en la querida y vecina Navarra, en torno a unas 15.000 hectáreas arrasadas, pueblos enteros evacuados, montes calcinados y cosechas perdidas, tal y como pronostican los expertos no van a ser ninguna sorpresa en los próximos años. E incluso este verano en el que acabamos de entrar, ante el cual la Agencia Estatal de Meteorología ha advertido de nuevas olas de calor que van a replicar las del pasado mes de junio.

Cambio climático, olas de calor e incendios

Desde hace más de dos décadas, la comunidad científica ha aportado numerosos estudios de que en los próximos años se van a dar un aumento importante de las temperaturas, sequías más frecuentes y alteraciones en la atmósfera. Los estudios realizados vienen a señalar que la península Ibérica va a ser una de las zonas de Europa más vulnerables al cambio climático, y, por tanto, también Euskadi. La crisis climática hace que las olas de calor sean más frecuentes, intensas y más duraderas. Además, el verano se alarga, y la primavera y el otoño se reducen. Y el invierno, es cada vez más suave y benigno.

En el caso de Euskadi, según los estudios que maneja el Gobierno vasco, el aumento de temperaturas para finales del siglo XXI oscilan en invierno en la zona cantábrica entre 1,5-2 ºC, y en la mediterránea, entre 2-2,5 ºC. Mientras que, en verano, en la zona cantábrica se prevén para finales de siglo un aumento entre 4,5-5,5 ºC, y en la mediterránea, entre 5,5-7 ºC, si no se hacen esfuerzos importantes en la lucha contra el cambio climático. Mientras, se prevé una disminución de las precipitaciones en invierno y primavera de entre un 10 y un 30% respectivamente, aunque estas serán mucho más intensas.

Las últimas olas de calor nos reafirman en la necesidad de protegernos de estos fenómenos extremos que cada vez van a ser más agresivos, y una de las principales actuaciones debe ser en los entornos urbanos su renaturalización, aumentando la vegetación arbolada y ganar espacio público con superficies verdes.

Las ciudades y el centro de los entornos urbanos provocan el llamado efecto de isla térmica urbana, producido por la concentración tan grande de edificios, materiales que absorben más radicación solar, menos ventilación y mayor emisión de energía, y ello hace que experimenten temperaturas varios grados más elevados que su entorno.

Otra consecuencia muy grave de la crisis climática es el riesgo de incendios forestales. Las cada vez más frecuentes olas de calor, las sequías y los intensos vientos están afectando a las masas forestales. Estos factores favorecen los incendios y los hemos podido ver hace unos días en Navarra, donde la cifra definitiva de hectáreas afectadas se sitúa en torno a las 15.000 hectáreas, lo que representa cerca del 1,5% de todo el territorio navarro, y cuadruplica la superficie calcinada por el que hasta ahora era el incendio más grave en la historia de la Comunidad, el de la zona de Tafalla de agosto de 2016, según el Departamento de Desarrollo Rural y Medio Ambiente del Gobierno foral. Pero la crisis climática no lo explica todo, y también hay que hablar de las políticas de prevención, que son una asignatura pendiente.

Los expertos en la materia vienen a decir que los incendios se apagan en invierno. Es fundamental mejorar en prevención desde la Administración. Las medidas contra los incendios forestales tradicionalmente se han centrado en aumentar la capacidad de extinción. Se trata de actuaciones costosas, que además hay que repetir y contratar periódicamente, dependiendo a menudo de vaivenes presupuestarios. En la actualidad los especialistas abogan por ordenar territorios y paisajes en el que se desarrollen actividades silvopastoriles que permiten controlar la vegetación de forma eficiente y ambientalmente correcta. Se trata en muchos casos de lograr la realización de actividades rentables por sí mismas tras una inversión inicial, por lo que su prolongación en el tiempo estaría asegurada.

Rosa María Canals, profesora titular y miembro del grupo de investigación Ecología y Medio Ambiente de la Universidad Pública de Navarra, escribe en The Conversation: “Necesitamos promover y facilitar una vida rural activa y utilizadora de los recursos de su entorno si queremos protegernos y proteger nuestro medio natural de eventos devastadores de gran magnitud. Así lo hicieron nuestros antepasados, creando cinturones de baja carga combustible (huertas, pastos) alrededor de sus hogares y utilizando la madera y la leña de los bosques como fuentes de energía. Nos pareció tan esencial, quizás tan banal, que no dimos importancia a ese conocimiento ancestral de convivencia con el entorno. Nos pareció mera supervivencia. Ante un cambio climático que nos está mostrando su peor cara, se hace palpable la necesidad de recordar ese conocimiento, modernizarlo, planificarlo y promoverlo para crear un paisaje resiliente. Se trata también ahora, como en tiempos ancestrales, de una cuestión de mera supervivencia”.

En el caso de Euskadi, como decía en un artículo publicado en este diario hace un año, al menos en su mayor parte, como son los territorios de Bizkaia y Gipuzkoa y el norte de Araba, la época de mayor riesgo de incendios forestales es en otoño e invierno. En esas estaciones, debido al frío, buena parte de la vegetación herbácea que se encuentra en los montes de Gipuzkoa, Bizkaia y la parte norte de Araba se seca y también los matorrales tienen menos humedad interna al disminuir el movimiento de la savia. Si a esta situación se le une periodos prolongados de viento sur sin lluvias, el peligro de incendio se incrementa considerablemente. Por el contrario, durante el verano, al no ser las temperaturas extremas –aunque en los próximos años puede variar según los escenarios que contempla el Gobierno vasco, en la que se habla de una cada vez mayor mediterranización–, la vegetación mantiene la actividad por lo que la humedad interna de las plantas es alta y el peligro de combustión más bajo que en invierno y en otoño.

Ante la crisis climática y de sus amenazas, como son los incendios forestales cada vez de mayor magnitud, necesitamos crear entornos resilientes en el mundo rural y en el medio natural, tanto para nuestra seguridad como para la biodiversidad o diversidad biológica que está dentro de ellos, y que también se ve amenazada por los incendios forestales.

* Experto en temas ambientales y Premio Nacional de Medio Ambiente