EL comunicado sobre la situación del Bilbao Athletic emitido ayer lunes por el club viene a certificar, por si cupiese alguna duda, que los actuales dirigentes, tanto la directiva como los profesionales que escogió para el área deportiva, no saben ni por dónde les da el viento. El delirante contenido del escrito ilustra su incapacidad para gestionar los asuntos capitales de la entidad, si bien no es más que la enésima prueba de una inquietante ausencia de criterios, planificación y cintura, reflejada en este caso en la triste deriva del filial.

Tiene bemoles que, pese a tratarse de un proceso desarrollado a lo largo de toda la temporada, con el equipo hundido desde hace muchos meses, condenado al descenso, batiendo todas las marcas de inoperancia, los responsables hayan asomado a falta de una jornada para la conclusión del calendario. Que conste que no lo han hecho por iniciativa propia, sino a raíz de unas alucinantes declaraciones de Álex Pallarés, el entrenador que colocaron al frente del Bilbao Athletic. Era sabido que estos dirigentes son refractarios a la comunicación, pero visto su modo de abordar la delicada cuestión que ahora nos ocupa, resulta entendible que estén desaparecidos, que no den la cara por sistema y eludan el juicio de la opinión pública en cualquier cuestión de interés para el socio y el aficionado en general.

La calle se acaba de enterar, pero resulta que Pallarés sabe desde hace dos semanas que no seguirá en el Athletic, lo cual no es óbice para que siga en su puesto hasta el final. Si ni siquiera el ataque directo a quien le ha dado trabajo justifica la destitución, será porque su relación personal con el jefe de Lezama, Sergio Navarro, está por encima de todo. No obstante, la naturaleza del conflicto es de índole profesional y debería haberse abordado una vez comprobado que Pallarés no reunía las condiciones para revertir o, al menos, adecentar la dinámica del equipo.

Cuando las decisiones están basadas en la improvisación y el amiguismo, las probabilidades de fracasar se multiplican de manera exponencial. Este caso es paradigmático. Como nos enseñaron en casa, lo que mal empieza, mal acaba. Y el hecho de que ni Ibaigane ni la cúpula de Lezama hayan intervenido, salvo para cargarse a quien fue su opción original, Bingen Arostegi, que no era de su cuerda, da una idea de cuál es el nivel de los que sujetan el timón.

Es muy legítimo pensar que los responsables no han querido hincarle el diente a tiempo a la crisis del filial por la sencilla razón de que se arriesgaban a quedar señalados. Pallarés será lo que sea, pero no vino él porque se le ocurrió, fue captado por más que su perfil no cuadraba con el cargo, era un profundo desconocedor del hábitat en que opera el Athletic, como confesó a su llegada. He aquí la clave del desaguisado. Metida la pata hasta el fondo, dar marcha atrás, admitir que el puesto le venía ancho, exponía a quienes le avalaron tan alegremente, que optaron por escudarse en el silencio y la inacción.

Un organigrama no es más que una estructura piramidal, donde los que figuran en la parte alta deben dar la cara. En coyunturas complicadas es el mínimo exigible, pero para esto hace falta humildad y entereza. Actualmente, en el Athletic nadie sabe, nadie contesta. Nadie asume nada. Los Navarro, Mikel González, Xabier Álvarez (directivo que como aficionado se hartó de atacar a sus antecesores en Ibaigane y en Lezama, donde hoy ejerce de ideólogo) y en última instancia el presidente Jon Uriarte, no se dan por aludidos. Ellos verán, pero se les están acumulando muchos “frentes” abiertos, demasiados ya como para no sentirse permanentemente interpelados.